Lección 3
EL SEGUNDO DISCURSO DE PEDRO
Antes de comenzar esta lección, lea con cuidado Hechos 3:1-4:31.
LA CURACION DE UN PARALITICO
(Lea Hechos 3:1-10). Los apóstoles Pedro y Juan, que iban entrando en el Templo, se pararon al ver a un paralítico sentado en la puerta pidiendo limosnas. Sus amigos solían llevarlo a ese lugar probablemente porque (1) un gran número de personas pasaba por allí a diario, y (2) porque generalmente las personas religiosas suelen responder a los pedidos de los pobres.
A la súplica del mendigo Pedro respondió: "No tengo plata ni oro, pero lo que tengo te doy; en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda." Imagine la sorpresa y la emoción del pobre hombre. Cuando hizo el gesto, esperando recibir una moneda, Pedro lo tomó de la mano, lo levantó, y por primera vez en su vida pudo andar. No hay que admirarse, entonces, de que saltara y alabara a Dios. Provocó tanto alboroto que la gente vino corriendo para saber qué pasaba.
Al verlo, no era necesario preguntarle por qué se comportaba así. Todos los que frecuentaban el Templo estaban acostumbrados a verlo y sabían que era paralítico. Por eso, "se llenaron de asombro y espanto". Era obvio que se habla curado por un poder milagroso.
Las curaciones relatadas en el Nuevo Testamento, incluso este milagro, se caracterizaron por ser:
1. INSTANTANEAS. De golpe se fortalecieron los pies y tobillos del pobre hombre. Fue curado en el momento.
2. COMPLETAS. El paralítico, que no habla podido dar ni un solo paso en sus cuarenta anos de vida, ahora caminaba y saltaba. Fue curado completamente.
3. INNEGABLES. La deformidad congénita del mendigo era visible, y por lo tanto, conocida por todos. Su curación también fue tan obvia que nadie pudo dudar de ella.
EL MILAGRO EXPLICADO
(Lea Hechos 3:11-16). Como habla ocurrido también en el día de Pentecostés, el milagro reunió a una multitud y respaldó el mensaje que escucharon. La gente atribuyó la curación del paralítico a la piedad de Pedro y Juan, o a su extraordinario poder personal. Pero Pedro negó en seguida esas conclusiones erradas, señalando a Dios como la fuente del milagro.
LOS OYENTES Y JESUS
Entre los oyentes estaban algunos de los que hablan participado en la muerte de Jesús. Aparentemente ellos no hablan escuchado, o por lo menos no hablan aceptado el mensaje de salvación que Pedro habla comunicado el día de Pentecostés. Por eso, este segundo discurso es muy parecido al primero, porque trata el mismo problema: la muerte de Cristo.
Pedro culpo a la gente de haber entregado al Hijo de Dios a las autoridades, y de haberse negado a que lo soltaran. Para agradar a los súbditos judíos en ocasión de la Pascua, el gobernador romano solía liberar a un preso que la gente escogiera (Mateo 27:15; Juan 18:39). Pilato trató de soltar a Jesús, pero la gente prefirió al homicida Barrabás (Lucas 23:18-19). Ellos hablan pedido la libertad para un destructor de vidas y matado al "Autor de la vida", Jesús.
El poder de Dios, no obstante, supera aún la muerte. Pedro afirmó que Dios resucitó a Jesús, y que él y Juan fueron testigos del hecho. El milagro que ellos acababan de realizar confirmaba su integridad como testigos y mensajeros.
(Versículo 16). Aquí Pedro volvió a asociar a Jesús con la curación milagrosa (a lo cual habla aludido al principio del sermón, versículo 13). Explicó que el milagro se habla realizado gracias a la fe en Jesucristo. La fe no estaba en el mendigo, que sólo esperaba recibir una limosna, sino en Pedro y Juan.
EL PERDON OFRECIDO
(Lea Hechos 3:17-21). Después de poner en evidencia los pecados de sus oyentes, Pedro los exhortó a que recibieran el perdón de Dios. Hablan crucificado al Hijo de Dios, pero aun así podían recibir perdón. Note que ni aún habiéndolo hecho por ignorancia, fueron considerados inocentes (1 Timoteo 1:12-16). Desde el momento en que sabemos de la existencia de la Palabra de Dios, ya no es válida la excusa de que ignoramos lo que El requiere de nosotros. La comprensión de la Biblia no está limitada a las mentes privilegiadas sino que su mensaje está al alcance de todos. Presenta en forma tan clara la voluntad divina para con el hombre, que cada individuo tiene el deber de comprenderla y obedecerla.
(Versículo 18). Por medio de sus profetas, Dios anunció de antemano la muerte de Cristo. La ignorancia y maldad de los judíos, aunque ofensivas para Dios, fueron previstas y permitidas por El, para que se cumpliera su divino propósito de redimir al mundo por medio de la muerte expiatoria de Jesucristo.
(Versículos 19-20). Pedro dio instrucciones a los que se dieron cuenta de que hablan ofendido a Dios, y que quisieron la salvación que El les ofrecía. Lees ordenó que se arrepintieran y que se convirtieran, o sea, que cambiaran de actitud y que volvieran a Dios, de quien se hablan apartado al pecar.
Dios borra los pecados de los que vuelven a El. El perdonado ya no tiene que dar cuenta de sus delitos del pasado, porque son cancelados por Dios.
Otra bendición prometida a los que acepten la salvación es la de un tiempo de consuelo. No queda totalmente claro en el texto si ese tiempo de alivio, que proviene del Señor, corresponde a la presencia del Espíritu Santo en cada cristiano (Hechos 2:38), o si corresponde a la segunda venida de Cristo (1 Tesalonicenses 4:16-17). De cualquier manera, sabemos por medio de otros pasajes bíblicos que las dos son bendiciones prometidas a los que acepten la salvación de Dios.
JESUS, EL CUMPLIMIENTO DE LAS PROFECIAS
(Lea Hechos 3:22-26). Era necesario que Pedro mostrara a sus oyentes que Jesús era el prometido Mesías que el pueblo de Israel tanto había esperado y deseado desde hacia siglos. De otra forma no hubieran podido lograr la salvación, porque ésta sólo se obtiene por medio de Jesús. Para lograr su cometido, Pedro se refirió a distintas profecías que anticipaban la llegada del Mesías. Así invocó primero a Moisés, una figura importantísima en la historia judía. Moisés fue el elegido por Dios para recibir su ley y entregarla al pueblo. Además era profeta, un portavoz de Dios. Pedro reconocía y compartía la veneración que su nación tenía para con Moisés, y señaló a sus oyentes una profecía en la cual Moisés anunció la venida de otro profeta semejante a él, que comunicarla al pueblo el nuevo mensaje de Dios (Deuteronomio 18:15-19). Y Pedro afirmó que esta profecía se había cumplido en Jesús.
Luego se refiere a todos los otros profetas de Dios, desde Samuel en adelante, que repitieron también la promesa del Mesías venidero.
Finalmente recuerda el anuncio hecho en forma velada al patriarca Abraham, padre de la raza judía. Dios le prometió que por su descendencia serían bendecidas todas las naciones de la tierra (Génesis 12:3; 22:18). En efecto, vemos que de la descendencia de Abraham vino Jesús, el prometido de Dios, para brindar primero a los judíos, y después a los gentiles, las bendiciones de perdón y vida eterna (Romanos 1:16; 2:9-10).
PEDRO Y JUAN PRESOS
(Lea Hechos 4:1-4). Pedro fue interrumpido en su discurso por la llegada de las autoridades judías que lo llevaron preso junto con Juan. Aquéllas eran los sacerdotes, el jefe de los levitas que guardaban el Templo, y los saduceos (poderosa secta judía que negaba la resurrección de los muertos) (Mateo 22:23; Hechos 23:8). No es extraño que los saduceos participaran en el encarcelamiento de Pedro y Juan, porque uno de los principios de la enseñanza apostólica era la resurrección de Jesús de entre los muertos. Fue justamente esa enseñanza la que motivó la ira de las autoridades judías. La subsiguiente prisión de Pedro y Juan fue entonces pura persecución religiosa.
Aunque Pedro no pudo terminar~ su discurso, "muchos de los que hablan oído la palabra, creyeron; y el numero de los varones era como cinco mil." No nos parece que 5.000 hayan aceptado el mensaje de salvación en aquel día, sino que los que respondieron al sermón aumentaron el ya bastante elevado número de creyentes (los 3.000 convertidos el día de Pentecostés, etc.) a un nuevo total de 5.000 hombres.
EL TRIBUNAL
(Lea Hechos 4:5-6). Al día siguiente el Sanedrín (el tribunal supremo de los judíos) se reunió para juzgar a Pedro y a Juan.
Entre los integrantes del Sanedrín figuraron Anás y Caifás, que hablan desempeñado un papel muy importante en el juicio de Jesús. El versículo 6 dice que Anás era el sumo sacerdote, pero en Juan 18:13, se afirma que Caifás lo era aquel ano. La discrepancia se debe a que Anás, el verdadero sumo sacerdote, había sido depuesto por las autoridades romanas que gobernaban Palestina; entonces Caifás, el yerno de Anás, fue nombrado sumo sacerdote por los romanos, aunque Anás desempeñara todavía ese cargo para los judíos. Nada se sabe sobre Juan y Alejandro, pero por la manera en que son mencionados, se concluye que eran hombres de influencia y autoridad.
Note que ese tribunal era el que había decidido que Jesús era digno de muerte (Mateo 26:57-68), y ahora juzgaba a Pedro y Juan por haber hablado a la multitud acerca de ese mismo Jesús. Al estudiar el valeroso comportamiento de Pedro ante esa asamblea solemne, tenga presente que era por miedo a esas mismas autoridades que Pedro, hacía unas cuantas semanas, había jurado que ni siquiera conocía a Jesús (Mateo 26:57-58, 69-75). Pero al arrepentirse de su traición cobarde, se convirtió en uno de los principales seguidores de Jesús, y dedicó el resto de su vida a la difusión del evangelio. ¡Qué diferencia entre su arrepentimiento y el de Judas Iscariote! (Mateo 27:3-5).
LA DEFENSA DE PEDRO
(Lea Hechos 4:7-12). Ninguna acusación formal fue hecha contra Pedro y Juan porque no había de qué acusarlos. No fue el milagro lo que precipito el juicio. Los apóstoles hablan hecho una buena obra curando al paralítico y nadie podía negarlo. Sin embargo, el interrogatorio del tribunal comenzó preguntando a Pedro y a Juan con qué poder o en nombre de quién hablan efectuado la curación milagrosa, cuando en realidad lo que les disgustaba era lo que Pedro habla dicho acerca de Jesús.
Donde otros habrían visto sólo el gran peligro en que se encontraban, el apóstol Pedro vio y aprovechó la gran oportunidad de enseñar la verdad acerca de Jesús al mismo grupo que lo habla enviado a la muerte. "Lleno del Espíritu Santo", Pedro, cambiando los papeles, asumió la posición de acusador del propio tribunal.
Pedro fue directamente al grano. Respondió sin vacilar que la milagrosa curación fue hecha en nombre de aquel a quien habían matado y a quien Dios había resucitado: Jesús de Nazaret. Si había sido peligroso acusar a la gente de la muerte de Jesús, mucho más lo sería acusar a las autoridades.
El apóstol Pedro, entonces, usó palabras del rey David, tan conocidas y respetadas entre los judíos, aplicándolas a Jesús y a las autoridades. Dijo que Jesús era la "piedra angular", elegida y destinada por Dios. En la construcción antigua, la piedra angular era imprescindible para hacer sólido y duradero un edificio. Era el rincón de los cimientos, que servía para sostener y unir dos paredes. En efecto, Jesús ejerce esa importante función sustentadora y unificadora en el nuevo pueblo de Dios, la iglesia. Además, Pedro dijo que los integrantes del Sanedrín, que eran los dirigentes de la comunidad religiosa judía, eran como edificadores. Ante Dios, tenían la responsabilidad de participar en la "construcción" de Su pueblo espiritual según los planos divinos. Pero eran pésimos constructores, porque por más que deseaban la prometida venida del Mesías (que sería figura clave en esa "construcción") no pudieron reconocerlo cuando llegó en la persona de Jesús. Pero ni siquiera su rechazo violento de Jesús impidió que éste llegara a ser la base espiritual de la iglesia, como Dios lo había destinado (Efesios 2:20).
(Versículo 12). Dejando de lado las figuras de retórica, Pedro declaró directamente que no había salvación para el hombre sino por medio de ese Jesús a quien hablan crucificado. Según el Nuevo Testamento, esta afirmación tiene aplicación universal: la salvación que Dios ofrece a todo ser humano sólo se logra por intermedio de Jesucristo. No hay otro salvador o mediador entre Dios y el hombre (Juan 14:6; I Timoteo 2:5-6).
EL TRIBUNAL DISCUTE ENTRE SI
(Lea Hechos 4:13-17). Pedro, un hombre inculto y sin educación formal, había hecho una seria acusación contra el tribunal supremo de su nación, sin el menor indicio de miedo. Las autoridades estaban asombradas de la seguridad y valentía con que hablaba. Reconocieron que Pedro y Juan eran de los que hablan acompañado a Jesús. Sin duda notaron en los apóstoles algo del aura especial que ya habían tratado obstinadamente de romper en Jesús: la paz, la confianza, la imperturbabilidad y la fuerza interior que se manifiestan cuando uno es guiado por Dios.
Es probable que un silencio penoso y desagradable pesara sobre el Sanedrín, porque nadie podía contradecir a Pedro. La presencia del ex-paralítico que había sido curado inhibía a los acusadores. El era la prueba indiscutible del poder vivo del nombre de Jesús. ¿Cómo justificar, entonces, la prohibición de que se difundieran las enseñanzas del Cristo resucitado si éstas estaban acompañadas por milagros? Tal era el dilema de las autoridades, y mandaron salir a Pedro y a Juan para poder discutir el problema con más libertad y decidir qué actitud se debería tomar.
¡Qué situación triste! Era un juicio que nada tenía que ver con la justicia, porque desde el comienzo no había de qué acusar a los apóstoles. Las autoridades judías no podían negar el milagro, pero tampoco querían aceptarlo. Así voluntariamente ignoraron la verdad y lucharon contra ella, exactamente como lo habían hecho unos meses antes cuando precipitaron la muerte de Jesús. Pensaban que hablan terminado con el problema de Jesús de una buena vez al matarlo, pero ahora reaparecía, multiplicado e insistente. No entendían contra quién luchaban. No entendían que, aunque se puede matar a los mensajeros de Dios, no es posible matar, intimidar o encarcelar su mensaje.
Mucha gente ya sabia de la curación milagrosa del paralítico, hecha en el nombre de Jesús, y por eso alababa a Dios. Esto impidió que las autoridades judías eliminaran o castigaran a Pedro y a Juan. Pero de todos modos, no querían que se difundiera más el milagro, y por extensión, la idea de la resurrección y glorificación de Jesús, y menos aun la de la culpabilidad de los que lo mataron. El único recurso que restaba al Sanedrín, entonces, era intimidar a Pedro y a Juan.
SE LES PROHIBE SEGUIR ENSEÑANDO (Lea Hechos 4:18-22). Pedro y Juan fueron llamados nuevamente ante el tribunal y las autoridades les ordenaron que no enseñaran ni hablaran más en el nombre de Jesús. En semejante circunstancia, la mayoría de nosotros nos hubiéramos quedado quietos, agradecidos por haber escapado vivos y sanos. Pero Pedro y Juan, para que el silencio no fuera interpretado como asentimiento, desafiaron al temible tribunal preguntándole si era mejor obedecer primero a los hombres o a Dios. Lo que ellos hablan visto y oído en su convivencia con Jesús era tan maravilloso e importante que no podían callarlo, cualquiera fuera la decisión de las autoridades.
Los apóstoles establecieron aquí un precedente para los cristianos de todos los tiempos. Cuando la lealtad a Dios entra en conflicto con una ley humana, se debe obedecer a Dios. Los seguidores de Jesús tienen la responsabilidad de respetar y obedecer a las autoridades civiles (Romanos 13:1-5; Tito 3:1), a no ser que éstas exijan algo que se oponga a la voluntad de Dios.
El orgullo del Sanedrín fue herido por el desafio de los dos humildes apóstoles, y entonces la advertencia de no enseñar más en el nombre de Jesús fue acompañada por amenazas. Después, Pedro y Juan fueron dejados en libertad.
RELATO DE PEDRO Y JUAN
(Lea Hechos 4:23-31). Puestos en libertad, los dos apóstoles fueron a reunirse con la iglesia y contaron todo lo que les había pasado. La reacción inmediata de la iglesia fue la de dirigirse a Dios en oración. Citaron palabras de David (Salmo 2), que preveían que Cristo no iba a ser aceptado.
Es notable que los discípulos NO pidieran a Dios que los librara del dolor, ni de la persecución, ni siquiera de la muerte. Tampoco mostraron odio o pidieron castigo para los enemigos. Dijeron simplemente: "Señor, mira sus amenazas".
¿Qué pidieron esos cristianos? Oraron para obtener (1) valor para anunciar la Palabra de Dios sin miedo, y (2) la manifestación de poderes milagrosos para demostrar o confirmar que el mensaje de los discípulos provenía de Dios.
Cuando terminaron de orar, Dios les manifestó su presencia, haciendo temblar el lugar en donde estaban reunidos, y todos fueron imbuidos del Espíritu Santo. Así, los primeros discípulos continuaron anunciando la Palabra de Dios con gran valentía, a pesar de la solemne advertencia hecha por el tribunal supremo de la nación judía.
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