¿DEL CIELO O DE LOS HOMBRES?
por John H. Banister
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"Cuando vino al templo, los principales sacerdotes y los ancianos del pueblo se acercaron a él mientras enseñaba, y le dijeron: ¿Con qué autoridad haces estas cosas? ¿Y quién te dio esta autoridad? Respondiendo Jesús, les dijo: Yo también os haré una pregunta, y si me la contestáis, también yo os diré con qué autoridad hago estas cosas: El bautismo de Juan, ¿de dónde era? ¿Del cielo, o de los hombres? Ellos entonces discutían entre sí, diciendo: Si decimos del cielo, nos dirá: ¿Por qué, pues, no le creísteis? Y si decimos, de los hombres, tememos al pueblo; porque todos tienen a Juan por profeta. Y respondiendo a Jesús, dijeron: No sabemos. Y él también les dijo: Tampoco yo os digo con qué autoridad hago estas cosas" (Mateo 21:23-27)

 

Este incidente tuvo lugar algunos días antes de ser Jesús crucificado. Vino al templo en Jerusalén como había hecho en otras ocasiones y enseñaba al pueblo. Los jefes de los sacerdotes, los escribas, ancianos y fariseos se resintieron, pues entendieron que era un reto a su autoridad y una intrusión en las cosas sagradas del Templo, sobre el cual, ellos tenían exclusiva potestad. Ahora el pueblo oía a Jesús con gusto y estaban emocionados con su doctrina. Jesús habló como nunca había hablado, y los que le oyeron, entendieron que les hablaba como uno que tiene autoridad, y no como los escribas y fariseos. Cristo sostuvo muchos debates con los jefes religiosos judíos. En estas polémicas, refutó todos sus argumentos y silenció todos sus retos. En una ocasión, sin embargo, motivado por la envidia, los celos y un egoísta deseo de proteger sus posiciones como jefes del pueblo, los Judíos le hicieron esta pregunta: "¿Con qué autoridad haces estas cosas y quién te ha dado esta autoridad?" Jesús no era un sabio, según la opinión de ellos, porque no había sido instruido en sus colegios ni había recibido una educación formal. Por lo tanto creían que no estaba preparado para enseñar y, mucho menos, en el Templo. Con esperanza de salir airosos, le retaron, haciéndole una pregunta. En respuesta, el Señor trató de responder a su pregunta con otra. "El bautismo de Juan, ¿de dónde era? ¿del cielo, o de los hombres?" Cristo sabía que esta pregunta les iba a poner en un aprieto, pues les era imposible darle contestación.

 

Juan, el precursor de Jesús, había predicado en el desierto y bautizado a todo aquel que se había comprometido a aceptar al Cristo (Léase, por favor, Marcos 1:4; Hechos 16:4). Los jefes judíos no creían que fuese el Mesías, por lo tanto, rechazaban su bautismo. "Y todo el pueblo y los publicanos, cuando lo oyeron, justificaron a Dios, bautizándose con el bautismo de Juan. Mas los fariseos y los intérpretes de la ley desecharon los designios de Dios respecto de sí mismos, no siendo bautizados por Juan" (Lucas 7:29,30). Habiendo rechazado el bautismo de Juan, sabían que no podían con éxito contestar su pregunta, sin condenarse a sí mismos. Dándose cuenta del dilema en que estaban, se dijeron: "Si dijéramos: Del cielo; él nos dirá: ¿Por qué no le creísteis?" Sabían que no podían dar esta contestación, porque se incriminaban. Por otra parte, no podían decir que era de los hombres, porque "tememos al pueblo; porque todos tienen a Juan por profeta." Estos jefes religiosos fueron desenmascarados como cobardes moralmente pues temían optar por una de las partes del dilema y hacerle frente a la verdad. Puesto que no podían admitir que el bautismo de Juan fuese del cielo y temían declarar que era de los hombres, optaron por abstenerse de dar respuesta, mintiendo deliberadamente: "No sabemos." Jesús les contestó: "Tampoco yo os digo con qué autoridad hago estas cosas."

 

Por esta actitud, algunos han pensado que el Señor no siempre quiso decir la verdad a la gente. Esto no es cierto. El siempre estuvo dispuesto a ayudar a los que sinceramente lo deseaban; pero estos fariseos cerraban sus oídos, corazones y mentes a la verdad. A pesar de todos los argumentos que dio en favor de su deidad, y los muchos milagros que realizó para demostrarlo, ellos tenazmente rehusaron creer. Enseñarles la verdad, ahora, hubiera sido "echar las perlas ante los cerdos." Puesto que no deseaban la verdad, y no querían aceptarla, Jesús rehusó dársela en esta ocasión. Quiero llamar su atención a la pregunta: "¿Del cielo, o de los hombres?" Cuando la autoridad del Señor fue retada por los Judíos, él les hizo una pregunta acerca del bautismo de Juan. El quiso saber si tal bautismo era "Del cielo, o de los hombres." Esto es, si era un mandamiento de Dios o de los hombres.

 

Con respecto a las doctrinas religiosas, prácticas y formas de culto en el mundo hoy día, es menester que preguntemos: "¿Son del cielo, o de los hombres?" Ciertamente es necesario examinar todo lo que se enseñe, se crea y se practique como religión cristiana. Si nuestro Señor preguntó sobre prácticas de su día si eran de Dios o de los hombres, ciertamente nosotros podemos y debemos preguntar: "¿Es del cielo, o de los hom bres?" Dios ha revelado su voluntad a nosotros en el Nuevo Testamento. Por lo tanto, podemos saber si una cosa es de Dios, o ha sido inventada o enseñada por los hombres.

 

Aquí estamos estudiando acerca de la autoridad religiosa. La moderna cristiandad está dividida, solamente, porque rehusa aceptar la verdadera autoridad en materia religiosa: la Palabra de Dios. La Iglesia Católica y Romana cree y enseña que la autoridad está en la iglesia y que el Papa es el vicario de Jesucristo. Ellos creen que cuando el Papa habla "excathedra," (esto es, desde la silla o trono,) es infalible en todo lo que se refiera al dogma y la moral. Ellos mantienen que la autoridad está en la iglesia; y que ésta, dirigida por el Papa, tiene poder para "atar y desatar en el cielo y en la tierra." La Biblia no enseña esto. De acuerdo con la Biblia, la iglesia está sujeta a Cristo, es decir bajo su autoridad, como su Cabeza (Efesios 5:28-24). La iglesia no tiene ninguna autoridad porque Jesús declaró: "Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra," (Mateo 28:18) La iglesia, por tanto, tiene que recibir órdenes de Cristo, su Cabeza, porque está bajo su autoridad. En vez de ser la iglesia un cuerpo autorizado, con poderes legislativos, está bajo la autoridad de Jesús y tiene que estar bajo las leyes dadas a ella. La iglesia está en rebeldía cuando rehusa obedecer la ley de Cristo

 

El mundo Protestante, opuesto al concepto católico-romano de una iglesia autoritaria e infalible, declaró la Biblia como la única autoridad en la religión. Sin embargo, los reformadores del siglo XVI no mantuvieron mucho tiempo esta idea. Empezaron a exaltar opiniones privadas e interpretaciones humanas. Como resultado de esto, la Biblia se subordinó a las opiniones humanas, y cada denominación protestante comenzó a redactar un credo distinto, conteniendo lo que sus escritores creyeron que era la verdad. No obstante, eran diversos y, muchas veces contradictorios, los unos a los otros. Todos contenían cosas contrarias a la Biblia. Estos reformadores no sólo exaltaron sus credos a posición de autoridad sino que los convirtieron en requisitos de comunión. Si uno deseaba unirse a su secta, tenía que aceptar el credo oficial de esa organización. Como resultado de este concepto, los credos humanos, las tradiciones, las doctrinas y los mandamientos de hombres llegaron a ser las reglas clásicas de autoridad del mundo protestante. Aunque el mundo reformista hoy rinde alabanza al concepto de que la Biblia es su sola autoridad en materia religiosa, sin embargo, en la práctica contradice ese lema puesto que todas las sectas religiosas tienen credos, en los cuales, en muchos conceptos, contradicen y suplantan a la Palabra de Dios.

 

Nosotros, miembros de la iglesia de Cristo, abogamos hoy día, para que se acepte a la Biblia como nuestra única autoridad. No creemos que la iglesia esté autorizada para legislar ni que sea infalible. ¡No creemos que el Papa sea el vicario de Cristo, con derecho exclusivo de hablar por el Señor! Por otra parte, tampoco creemos que los credos, escritos por hombres, deben ser requisitos de comunión. Los credos son, en muchos sentidos, contrarios a las Escrituras porque contienen doctrinas contrarias a la Biblia. Además, se contradicen en sus puntos fundamentales. Por otro lado, promueven la división. Dividen, en lugar de unir a los que creen y desean seguir a Cristo. Como la Biblia condena la división, condena también los credos humanos porque violan las Escrituras e impiden que se cumpla la oración del Salvador por la unidad (Juan 17.20). Dios ha revelado su voluntad en la Biblia. Por inspiración él nos ha dicho lo que debemos creer y obedecer. "Si alguno habla, hable conforme a las palabras de Dios" (1 Pedro 4:11). En 1 Corintios 4:6, el apóstol Pablo dijo: "a no pensar más de lo que está escrito." En el último capítulo del Nuevo Testamento se nos advierte que no debemos añadir a, ni quitar de, la palabra de Dios (Apocalipsis 22:18, 19). En Mateo 22:29 Jesús dijo: "Erráis, ignorando las Escrituras" como la infalible autoridad en religión.

 

Las iglesias de Cristo al través del mundo en el día de hoy, están abogando por un retorno a la Biblia como nuestra única regla de autoridad. No somos perfectos, pero creemos que la Biblia es perfecta. Estamos solamente en la verdad, mientras estamos en armonía con sus enseñanzas. Un cristiano individualmente puede rechazar la verdad por el error, y lo hace, cuando rehusa la en señanza de las Escrituras y acepta los preceptos humanos. Una iglesia, o un grupo de ellas, pueden apostatar. Apostatan cuando desechan la verdad por el error: los mandamientos de Dios por los mandamientos humanos; y sustituyen sus credos y tradiciones por la palabra de Dios. La idea de una iglesia infalible, incapaz de errar, es una mentira. La Biblia no enseña esto, ni tampoco los hechos de la historia de la iglesia.

 

Hoy día necesitamos "examinadlo todo; retened lo bueno" (1 Tesalonicenses 5:21) Existen muchas doctrinas, prácticas y formas de culto en el mundo religioso para lo cual no hay ninguna base o autoridad bíblica. Concernientes a ellas, debemos preguntar: ¿"Son del cielo, o de los hombres"? Si se ordenan en la Biblia, son verdaderas, y deben aceptarse; si la Biblia no las enseña, están equivocadas, y deben ser rechazadas. Establezcamos este principio a cada doctrina religiosa o práctica evangélica.

 

FE SOLAMENTE

 

¿Es esta doctrina de la "salvación por fe solamente," del cielo, o de los hom bres? Virtualmente, el mundo protestante enseña que lo único que uno tiene que hacer para hacerse cristiano es creer en el Señor Jesucristo. De acuerdo con este punto de vista, el pecador se salva confiando en el Señor, antes de obedecer un solo mandamiento. De que el Nuevo Testamento requiere la fe en Cristo, es admitido por todos. Una y otra vez se nos ordena creer en Jesús, como el Cristo, confesarle como el Hijo de Dios, y confiar en los méritos de su expiación (en su sangre) para salvarnos. Tenemos que depender de la gracia, misericordia y amor de un Padre amante para ser perdonados. Esto lo admitimos todos. Sin embargo, enseñar que solamente nos salvamos "por fe," es declarar la salva ción antes y sin obediencia. La Biblia contradice esto. Santiago dice: "Vosotros veis, pues, que el hombre es justificado por la obras, y no solamente por la fe" (Santiago 2:24).

 

¿QUIEN DICE LA VERDAD?

 

La doctrina de la "salvación por fe solamente," no es del cielo, sino de los hombres. Martín Lutero el gran reformista alemán, es el padre de esta doctrina. ¡En su afán de alejarse de la doctrina Católica de las obras, se fue al otro extremo, y declaró la salvación por la fe solamente! Por supuesto, que la doctrina Católica de las obras de supererogación es falsa. No nos salvamos por obras. Tampoco nos salvamos por las obras de la ley de Moisés (Romanos 9:30-33; 4:1-6). Ni tampoco nos salvamos por las obras de nuestra propia justicia (Tito 3:5; 2 Timoteo 1:9). No podemos merecer ni ser dignos de la salvación. Somos salvados por la gracia de Dios al través de los méritos de la sangre expiatoria de Cristo. Por otra parte, la fe que salva es la fe que obedece. "Porque en Cristo Jesús, ni la circuncisión vale algo, ni tampoco la incircuncisión, sino la fe que obra por el amor." (Gálatas 5:6) La fe que salva es la fe que obra. Esta clase de fe es ciertamente necesaria para la salvación, porque la obediencia es la expresión de la fe. Santiago dice: "La fe sin obras está muerta" (Santiago 2:17). Si nuestra fe no nos guia a obedecer los mandamientos del evangelio, no nos salva. La fe solamente, por tanto, está en desacuerdo con la Biblia. En los tiempos de Lutero y de sus contemporáneos, la doctrina de la salvación por fe solamente fue recalcada (se insistió en ella), primeramente, para combatir el error católico de las obras. Más tarde, sin embargo fue predicada para refutar el bautismo como esencial para la salvación. Según la Biblia, el bautismo es un acto de fe (Marcos 16:16; Colosenses 2:12). En su deseo de apartarse de la doctrina Católica de las obras, Lutero, al principio, rechazó la carta de Santiago, ya que enseña que el pecador se salva por obras y no solamente por fe. (Santiago 2:24) No obstante, luego la aceptó. Romanos 3:28 dice, como sigue: "Concluimos, pues, que el hombre es justificado por fe sin las obras de la ley." Lutero lo tradujo así: "Por tanto, concluímos que el hombre es justificado por fe SOLAMENTE, sin las obras de la ley." Para justificar una posición privada, insertó la palabra "solamente" en su traducción. La erudición del mundo esta de acuerdo de que este término no está en el texto original. La doctrina de la salvación por "fe solamente" fue inventada por el hombre, no por Dios. La fe que salva es la fe que obedece. Si nuestra fe no nos guía a arrepentirnos sinceramente (Hechos 17:30); confesar a Jesús como el Hijo de Dios (Hechos 8:37; Romanos 10:9,10) y a bautizarnos o, ser sumergidos en agua, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo (Marcos16:16; Mateo 28:19), no nos salvará.

 

EL BAUTISMO

 

Cuando Jesús hizo esta pregunta, él habló acerca del bautismo de Juan. Referiéndonos a diversas ideas sobre el bautismo hoy día, preguntamos: ¿Son del cielo, o de los hombres? Hay cierta enseñanza referente al bautismo que no es del cielo sino de los hombres. Concerniente al bautismo infantil, preguntamos: ¿Es del cielo, o de los hombres?" Buscamos en la Biblia en vano; no hallamos el bautismo de infantes. Nunca fue ordenado por Dios ni practicado por la iglesia apostólica, sino que surgió algunos siglos después. Se originó con la Iglesia Católica Romana por un error sobre el pecado original. Debemos bautizar a personas que han sido enseñadas (Mateo 28:19); que creen (Marcos 16:16) y que se han arrepentido, (Hechos 2:38). Administrar el bautismo a un incrédulo, a una persona mentalmente incompetente, o a un ser demasiado joven para creer y arrepentirse, es proceder contrario a las Escrituras. El bautismo infantil, como otras doctrinas y tradiciones semejantes, son humanas, no divinas.

 

¿Qué hay acerca de la doctrina de rociamiento por bautismo? "¿Es del cielo, o de los hombres?" No existe ningún ejemplo en el Nuevo Testamento de personas que hayan sido rociadas por bautismo, ni hay tampoco ningún pasaje que enseñe tal cosa. Esta práctica no se introdujo sino algunos siglos después del periodo apostólico. La Iglesia Católica Romana cambió la forma bautism al, de inmersión a rociamiento, solamente sobre la base de su conveniencia. Esta afirmación lo hace la misma Iglesia Romana en su literatura. A fin de ser bíblicamente bautizados, tenemos que ser "sumergidos" en agua y "levantados," para andar en novedad de vida (Romanos 6:3,4; Colosenses 2:12). Jesús, nuestro Señor, fue sepultado en el río Jordán, después de haber entrado al agua (Mateo 3:13-17). Cuando Felipe bautizó al Eunuco, entró al agua él, le bautizó (sumergió), y después, salieron del agua (Hechos 8:38,39). Amigos, "bautizar" es una palaba griega que significa "inmergir, sumergir, sepultar." Por tanto, la única forma aceptable y lógica es sumergir a la persona en agua. El bautismo es una figura (o ejemplo) de la muerte, sepultura y resurrección (Romanas 6:8,4) y el rociamiento o derramamiento no pueden representarlo. La inmersión representa (o simboliza) la muerte, la sepultura y la resurrección. Los que han sido rociados o derramados por bautismo, no han sido sepultados con Cristo y, por tanto, no han sido levantados con El para andar en una vida nueva (Romanos 6:4).

 

¿Qué hay en cuanto a la idea creída por muchos, de que el bautismo no es esencial para la salvación? "¿Es del cielo o de los hombres?" Muchos creyentes creen que el pecador está salvado antes de y sin bautismo, y que el bautismo no tiene que ver nada con la salvación. ¿Que dice La Biblia? Jesús dice: "El que creyere y fuere bautizado será salvo" (Marcos 16:16). Pedro dijo; "Arrepentíos y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados" (Hechos 2:38). Pablo dijo: "Porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos" (Gálatas 3:27). Ananías dijo: "Ahora, pues, ¿por qué te detienes? Levántate y bautízate, y lava tus pecados, invocando su nombre" (Hechos 22:16). Y Pedro dijo: "El bautismo que corresponde a esto ahora nos salva" (1 Pedro 3:21). De acuerdo con estos claros pasajes, el bautismo es necesario para la salvación. Pedro dice que es para el perdón de los pecados. Pablo dice que el bautismo nos pone en Cristo. Ananías declara que es necesario para lavar los pecados; Pedro, en más o menos las mismas palabras, dice que el bautismo ¡nos salva! ¿No prueban estos textos que el bautismo es esencial para la salvación? En Romanos 6:3,4 Pablo declara, "¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte? Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva." Aquí Pablo no sólo afirma que somos bautizados en Cristo, sino, también, en la muerte de Cristo. Las aguas del bautismo no salvan. El bautismo no tiene ningún mérito intrínsico, porque su eficacia radica en la muerte de Cristo. ¡Es la sangre de Jesús la que nos limpia de pecado, y el bautismo por medio de la fe nos relaciona con la expiación! ¡El bautismo sería un sacrilegio si el que lo recibe no tiene fe en Cristo crucificado y no confía en su muerte expiatoria para su salvación! Cuando se comprende que el bautismo es un acto de fe, confiando en Cristo crucificado por nosotros, ¡entonces se entiende su belleza y es profundamente significativo! En el bautismo el pecador es sepultado "con Cristo y levantado con él," para andar en una vida nueva y mejor.

 

LA IGLESIA

 

La iglesia a la cual usted pertenece es ¿del cielo, o de los hombres?" ¿Es usted miembro de la iglesia que Cristo estableció o, de una que ha surgido siglos después? ¿Fue fundada en alguna otra ciudad que no sea Jerusalén? ¿Está usted afiliado con la iglesia que tiene al Papa como su cabeza y cuyo centro se halla en Roma? ¿Pertenece a alguna de las iglesias establecidas por Lutero, Calvino, Zuinglio, Wesley, José Smith, Mary Baker Eddy y otros, quienes comenzaron varias iglesias o sectas protestantes? ¿Son estas organizaciones religiosas "del cielo, o de los hombres?" ¿Fundó el Señor estas sectas o las fundaron los hombres? Hacemos estas preguntas con toda sinceridad y cortesía porque existen muchas instituciones religiosas hoy día que no tienen base bíblica. El Señor fundó su iglesia y la entregó al mundo siglos antes que el catolicismo y el protestantismo existieran. La iglesia de Cristo no es católica ni protestante. ¡No es sectaria en ningún sentido! El sectarismo divide a los creyentes, promueve la división, la competencia y la rivalidad; contradice la enseñanza clara de la Biblia y va contrario a la unidad por la cual nuestro Señor oró (Juan 17:20).

 

¿No sería mejor pertenecer a la iglesia de Cristo, que estar afiliado o "unido," a una congregación establecida por hombres? En tiempos apostólicos, cuando los pecadores oían el evangelio creían en Cristo, se arrepentían de sus pecados y eran bautizados para el perdón de sus pecados (Hechos 2:38, 41) y el Señor los añadía a su iglesia. Cuando obedecemos al evangelio somos añadidos a la iglesia del Señor. ¡Cuando nos salvamos no necesitamos 'unirnos" a ninguna secta humana, porque ya somos miembros de la iglesia de Cristo!

 

¿Del cielo, o de los hombres? Esta es una buena pregunta y debe hacerse en relación con cada doctrina religiosa, práctica o culto evangélico. Si sostenemos o practicamos cualquier práctica o forma confesional, que no se halle en el Nuevo Testamento, estamos equivocados. Vayamos a la Biblia con una mente abierta y espíritu sincero, para aprender y recibir la verdad. Estudiémosla, no para justificar nuestra posición sino para asegurarnos de lo que Dios nos ha revelado. Si mantenemos alguna doctrina o práctica que no esté en armonía con la Biblia, tengamos la humildad y el valor de abandonarIa. Cuando hallemos o descubramos la verdad sobre cualquier punto doctrinal, tengamos también el valor de aceptarla. Jesús dijo: "Y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres." (Juan 8:32) La verdad salva, el error condena. La verdad nos guía a Dios, el error nos extravía. La verdad nos ilumina, el error nos confunde. ¡La verdad nos lleva al cielo, el error al infierno! Cuando estemos presentes en el juicio, no seremos juzgados por las decisiones de los concilios, ni por las doctrinas de las llamadas iglesias "infalibles," las enseñanzas de los papas, obispos, cardenales, pastores, rabies, predicadores o ministros; ni por los credos ni las tradiciones de los hombres. Jesús dijo: "La palabra que yo os he hablado, ella misma le juzgará en el día postrero" (Juan 12:48). Si tenemos que enfrentarnos con la palabra de Dios en el juicio, debemos de conocerla ahora con toda claridad.

 

¡Ojalá que estudiemos la Biblia y permitamos que el Señor nos ayude a comprenderla, creerla y obedecer lo que ella nos ordena; que lleguemos a ser lo que ella nos requiere, vivir como ella nos dirija, ajustar nuestras vidas de acuerdo con sus preceptos y confiar en sus preciosas promesas! ¡Si hiciéramos esto, Dios en su gracia y misericordia nos llevará al celeste hogar que Cristo fue a preparar, para que gocemos su gloria!