ABRE LA BOCA por Elmer N. Dunlap Rouse
La prédica era muy importante en la iglesia primitiva. "El primer día de la semana, reunidos los discípulos para partir el pan, Pablo les enseñaba, habiendo de salir el día siguiente y alargó el discurso hasta la medianoche" (Hech. 20:7). Como el domingo comenzaba al ponerse el sol, el discurso de Pablo duró unas cinco o seis horas. Después de la medianoche, después de la caída de Eutico y la Cena del Señor, Pablo habló largamente hasta el amanecer (Hech. 20:8-12). El discurso largo de Pablo no era ningún atrevimiento ni abuso sino de vital necesidad. Es la locura de Dios para salvar el mundo (1 Cor. 1:21). Algunos hermanos hoy se molestan cuando el sermón pasa de la hora establecida. Sin embargo, aquellos hermanos se quedaron toda la noche para escuchar a Pablo para luego ir a trabajar después de "romper la noche". Para dichos hermanos la prédica y enseñanza de Pablo tenía gran importancia. Extrañamos que una iglesia esté reunida hasta las diez o las once de la noche, compartiendo hasta dos y tres prédicas diferentes o que se reune todas las noches. Tal vez somos nosotros los extraños que nos conformamos con poca predicación.
La prédica es uno de los actos más importantes de la reunión. La fe y el poder la acompañan (Rom. 10:17; 1:16). Es pan espiritual (Mat. 4:4). Algunos hermanos tienen sus almas muertas de hambre. Predicamos a Cristo porque dijo: "Yo soy el pan de vida; el que a mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás" (Jn. 6:35). Sin la prédica, la iglesia se enferma y se muere.
La iglesia tuvo su comienzo porque Pedro se puso en pie con los once y alzó la voz (Hech. 2:14). "Y con otras muchas palabras testificaba y exhortaba" (Hech. 2:40). Habló de tal manera que tres mil creyeron (Hech. 2:41). Había salvación en su casa porque Cornelio mandó buscar a un predicador y dijo: "Ahora, pues, todos nosotros estamos aquí en la presencia de Dios, para oír todo lo que Dios te ha mandado. Entonces Pedro abriendo su boca..." (Hech. 10:33-34) predicó a Cristo. "Entonces Felipe, abriendo su boca, y comenzando desde esta escritura, le anunció el evangelio de Jesús" al etíope (Hech. 8:35). Cristo, "viendo la multitud, subió al monte y sentándose, vinieron a él sus discípulos, y abriendo su boca les enseñaba, diciendo..." (Mat. 5:1-2).
Predicar no es tanto una profesión como una obsesión. Aunque Jeremías quería quedarse callado, no pudo, porque era como un fuego ardiente metido en sus huesos (Jer. 20:7-9). Pablo tampoco encontraba otra alternativa: "Pues si anuncio el evangelio, no tengo por qué gloriarme; porque me es impuesta necesidad; y ¡ay de mí si no anunciare el evangelio!" (1 Cor. 9:16).
Hay muchas cosas que podemos hacer con la vida que Dios nos ha dado. Predicar es la más noble, la más hermosa y la más beneficiosa vida posible. Dios tuvo sólo un hijo y éste era predicador. ¡Roguemos a Dios por hombres así! Roguemos a Dios por hombres verticales que el mundo no puede comprar ni fascinar, que estén dispuestos a confiar en Dios para sus necesidades. Pidamos a Dios hombres que, al recibir el plato de la ofrenda, lo pongan en el piso y se paren adentro, entregando sus vidas en manos de Dios, ciertamente un desperdicio según el mundo, pero hermoso a los ojos de Dios (Rom. 10:15).
Los verdaderos predicadores predican porque no existe otro trabajo que les satisfaga.