Al seguir la transmisión del texto de la Biblia, vemos cuán maravilloso libro tenemos en las manos y creemos que fue Dios mismo quien veló por Su Libro de una forma especial por un periodo de 3400 años (o quizá miles de años más) para que apareciera tal cual la escribieron los bibliógrafos. La Biblia es un libro divino surgido por inspiración de Dios y transmitido por la providencia de Dios. Ahora tornamos a la cuestións de qué es lo que distingue a los libros de la Biblia de otros libros religiosos, pero no inspirados por Dios. ¿Qué libros pertenecen a la Biblia, y cuáles no? ¿quién determina esto? ¿sobre qué bases? ¿cómo ocurrió esto en la historia? En respuesta, algunos libros fueron declarados canónicos (incluidos en la Biblia) porque evidenciaron tener autoridad divina. Estos libros no tienen autoridad divina porque están en la Biblia, sino que están en la Biblia porque tienen autoridad divina.
¿Qué es canónico?
Primero consideramos qué es canónico, y después cuáles son las características de los libros canónicos. La palabra canon llegó a nosotros por la Vulgata Latina que la tomó del griego, el cual a su vez la tomó de la palabra hebrea qaneh que significa "caña". Una caña se usaba como "caña de medir" (cf. Ez. 40:3), y por eso "canon" recibe el sentido de "medida, pauta, criterio". Se traduce "regla" en Gál. 6:16. Fue usado por los padres de la iglesia como Orígenes (184-254) quien hablaba de las Escrituras como el canon en el sentido de "regla para fe y vida". Más tarde, Atanasio (296-373) y otros comenzaron a usar la palabra como la "lista de libros que tienen autoridad divina". Un libro es canónico porque es un "criterio" divino para la vida de fe, pero también es canónico porque responde a los "criterios" que determinan si un libro tiene autoridad divina.
Primero¿cuáles no son los criterios para considerar un libro "canónico" y, en consecuencia, incluido en la Biblia? La antiguidad no es criterio. Libros muy antiguos no fueron incluidos en el canon, como el Libro de los Justos (Jos. 10:13, cf. 2 S. 1:18) o el Libro de las batallas de Jehová (Nm. 21:14) y algunos libros "en edad muy corta" fueron incluidos en el canon. El idioma hebreo no es criterio. Algunos escritos antiguos en hebreo fueron considerados por todos como no-canónicos. Por otro lado, partes de los libros canónicos veterotestamentarios (= del A. Testamento) fueron compuestos en arameo, como Esd. 4:8-6:18; 7:12-26; Jer. 10:11 y Dn. 2: 4b-7:28. Tampoco es criterio si concuerdan con la Torah. Todos los libros de la Biblia concuerdan con la Torah, pero aún hay otros muchos libros que concuerdan con la Torah y, sin embargo, no son canónicos. Sólo son libros canónicos aquellos que han sido inspirados por Dios, y están revestidos de autoridad divina. Los concilios no son criterio. Ni los líderes del judaismo o del cristianismo han otorgado oficialmente autoridad a los libros de la Biblia. Ellos sólo pudieron reconocer qué libros poseían evidentemente esta autoridad. Nunca líderes, cualesquiera que fuesen en el pasado ni en concilio alguno, han "determinado" qué libros debían ser incluidos en el canon, y cuáles no. Ningún libro es "normativo" o canónico por algún acto oficial de los hombres. Un libro sólo es canónico por estar revestido de autoridad por Dios, es decir, porque está inspirado por Dios. Lo único que en la providencia de Dios fue dejado a los hombres era reconocer aquellos libros divinamente inspirados y con autoridad divina como tales. ¿Cúales son, entonces, los criterios para que un libro sea canónico.
El criterio profético
Sin duda, el criterio más importante fue el carácter profético o apostólico de un libro. Si alguien era un reconocido profeta de Dios, estaba claro que todos sus escritos habían procedido por inspiración del Espíritu Santo (2 Pe. 1:20-21). Dios habló a los padres por los profetas (He. 1:1); y, si un libro había sido escrito por un apóstol de Jesucristo, debía ser aceptado como canónico (cf. Gá. 1:1,8 y s., 11 y s.). No hay caso alguno de un libro realmente profético o apostólico que fuera rechazado como no-canónico. Libros que no tenían esta característica fueron inmediatamente rechazados por los creyentes (2 Ts. 2:2; cf. 1 Jn. 2:18 y s.; 4:1-3; 2 Co. 11:13). En el A. Testamento encontramos libros exclusivamente proféticos: primero, los cinco libros de Moisés que era un profeta (Dt. 18:15,18); luego, los libros de los primitivos y tardíos profetas (probablemente escritos por Josué, Samuel, Jeremías y Esdras respectivamente; después por Isaías, Jeremías, Ezequiel y los 12 profetas "menores"); y en tercer lugar, está el grupo de los "Escritos" que son igualmente proféticos aunque no siempre fueron escritos por hombres que eran profetas de "vocación" (David, Salomón y Daniel). Que estos escritos también son libros proféticos resulta claro del hecho que la clasificación más antigua del A. Testamento no fue tripartita (: Ley, Profetas, Escritos), sino bipartita. Durante y después del destierro se hablaba de la ley (de Moisés)" y "los profetas" (Dn. 9:2,6,11; Zac. 7:12; Neh. 9:14,29 y s.), y así lo encontramos casi siempre en el N. Testamento (Mt. 5:17 y s.; 22:40; Lc. 16:16,29,31; 24:27; Hch. 13:15; 24:14; 26:22). El A. Testamento, pues, consta exclusivamente de libros escritos por hombres con especial vocación y don profético, y por eso movidos por Dios.
De la misma forma, los libros del N. Testamento fueron escritos por hombres con especial vocación y don, sobre todo, los apóstoles. De los 8 escritores novotestamentarios, tres fueron apóstoles: Mateo, Juan y Pedro (Lc. 6:13-15). Pablo, el apóstol de los gentiles, fue llamado junto a los doce por Cristo (cf. Ro. 1:5; 2 Ti. 1:11). El escritor epistolar, Santiago, hermano de Cristo, fue conocido, según Gá. 1:19, como un apóstol; algunos incluso opinan que éste es el mismo que Santiago, hijo de Alfeo (Mt. 10:3), y en consecuencia uno de los doce. El escritor epistolar, Judas, era hermano de Santiago y pertenecía a la compañía de los apóstoles (cf. Hch. 15:27). Lo mismo valió para los evangelistas Marcos y Lucas; aunque no fueron llamados apóstoles, fueron estrechos colaboradores y acompañantes de apóstoles: Marcos del apóstol Pedro (cf. 1 Pe. 5:13) y Pablo, y Lucas de Pablo (2 Ti. 4:11; Flm. v. 24). La iglesia está cimentada sobre el fundamento de los apóstoles y profetas (novotestamentarios) (Ef. 2:20; cf. 3:5). Por consiguiente, hombres que, sin ser apóstoles, tenían vocación profética, conformaron el fundamento. Sus libros no tienen autores apostólicos, pero sí autoridad apostólica y aprobación apostólica. A causa de este necesario carácter apostólico, la 2 a carta de Pedro fue considerada, durante mucho tiempo, canónico con mucha vacilación. Sólo cuando los cristianos de la iglesia estuvieron convencidos que no era una falsificación sino realmente escrita por Pedro (cf. 2 Pe. 1:1), obtuvo un lugar seguro en el canon.
El criterio de autoridad
A veces, la identidad o la vocación de un profeta no está clara, como en la carta a los Hebreos. En este caso, surge un segundo criterio poderoso: la autoridad divina de un libro. Cada libro de la Biblia habla en tono autorizado y directamente en nombre de Dios con expresiones equivelentes a: "Así dice el Señor". Encontramos mandamientos que los creyentes deben hacer. Los libros novotestamentarios son claramente apoyados en la autoridad de apostóles, pero a fin de cuentas sólo hay una absoluta autoridad: el Señor mismo. Es la autoridad del Señor la que apóstoles y profetas ejercitan (cf. 1 Co. 14:37; Gá. 1:1 y 12). No siempre es fácil reconocer autoridad realmente divina. Ciertos libros apócrifos demandan obediencia, pero eso no es criterio absoluto, sino que fueron rechazados en base a otros motivos. Pero con otros libros ocurrió lo contrario: no se evidenció de forma directa y clara que hablaban con autoridad divina. Por ejemplo, el libro Ester, en el que incluso no aparece el nombre de Dios. Sólo cuando estuvo claro que los planes, intenciones y protección de Dios sobre Su pueblo se encontraron palpables en tal libro, éste obtuvo un lugar en el canon veterotestamentario. Por lo demás, el hecho de que sobre ciertos libros existiera duda, no debe intranquilizarnos. El pueblo de Dios no obró arbitrariamente, sino con cuidado y discernimiento. A menos que se estuviese convencido de la autoridad divina de un libro, éste era rechazado. El pueblo de Dios, aunque no siempre goza se personas brillantes, pero tiene esta capacidad y tarea: la de reconocer la autoridad divina. Cuando Cristo preguntó a los fariseos si Juan el Bautista bautizó en razón de autoridad de hombres o de Dios, y aquellos afirmaron que no lo sabían, tampoco Él quiso decirles en base a qué autoridad actuaba de aquella forma; o, dicho de otro modo: si los hombres no pueden reconocer autoridad divina alguna cuando ésta llega a ellos, entonces no habrá argumento o señal alguna que les convenza.
Otros criterios
Existen otros criterios para ver el carácter canónico de un libro, los cuales van a jugar un papel importante sobre todo cuando el carácter profético y/o autoridad de un libro no son directamente claros, como en el caso del de Ester. Un tercer criterio es, pues, el poder espiritual de un libro. "La palabra de Dios es viva y eficaz" (He. 4:12), puedan hacer a uno sabio para salvacíon mediante la fe en Cristo Jesús, y capacitado para enseñar, redargüir, corregir e instruir en justicia (cf. 2 Ti. 3:15-17). La palabra de Dios es como Ieche espiritual no adulterada" (1 Pe. 2:2). Los libros canónicos son constructivos, edificantes y renovadores de vida. Esta característica no siempre es igualmente clara; sólo cuando se evidencia que el Cantar de los Cantares también tenía un significado claramente espiritual, consiguió su lugar en el canon.
Una cuarta característica de libros canónicos es su exactitud y doctrinal. Este criterio fue usado sobre todo en sentido negativo: todo libro que, a la luz de anteriores revelaciones contenía inexactitudes insostenibles, era rechazado como no-canónico en base a la simple consideración de que la palabra de Dios debe ser verdadera y consecuente. El libro Judit, v.g., está lleno de disparates históricos; otros libros contienen la recomendación antibíblica de orar por los muertos. Si un libro no contenía inexactitudes, eso tampoco quería decir que fuera canónico; pero si las contenía, se le podía rechazar sin más detalle. Los de Berea compararon la doctrina de Pablo con las Escrituras, para comprobar si su nueva doctrina estaba de acuerdo con las antiguas revelaciones (Hch. 17:11), "no como palabra de hombres, sino según es en verdad, la palabra de Dios" (cf. 1 Ts. 2:13). Precisamente a causa de errores doctrinales e inexactitudes históricas, fueron rechazados muchos libros apócrifos, aunque con frecuencia hablasen con mucha autoridad.
Finalmente, está el criterio de la aceptación original de un libro. ¿Cómo fue recibido un escrito por las personas a las que iba dirigido en primera instancia? Pues ellas estuvieron en la excepcional situación de reconocerlo o no, como palabra de Dios. Por eso, las posteriores generaciones intentaron llegar a conocer el si y el cómo un libro había sido recibido originariamente, y el si y el cómo había sido coleccionado por los primeros destinatarios. Puesto que la comunicación y transporte en aquellos tiempos eran muy deficientes, con frecuencia transcurrió tanto tiempo hasta que determinados libros novotestamentarios fuesen reconocidos generalmente como canónicos. Pero si un libro no fue directa y generalmente aceptado por los primeros destinatarios, entonces era rechazado sin más. Al mismo tiempo, el sólo hecho de que un libro fuese aceptado por determinados creyentes en un lugar concreto, no significaba que aquél fuera un libro inspirado.
La necesidad de un canon
El último punto muestra por sí mismo cuán importante para la unidad de la iglesia fue llegar a una aceptación general de libros realmente canónicos. Respecto al canon del A. Testamento, este problema fue mucho menor, porque los israelitas formaban una comunidad pequeña y auténtica, y sus libros inicialmente tuvieron escasa difusión. Para ellos surgieron problemas en este punto, poco después que Jerusalén fuese destruida en el 70 d.C., y dispersada la comunidad judía. Dado que comenzaron a circular muchos escritos cristianos, surgió para los judíos la necesidad de llegar a una declaración formal sobre el canon veterotestamentario, como el que fue consignado después en el Talmud. Para los cristianos dispersos, la necesidad de una fijación formal del canon novotestamentario era aun mayor. Para ello existían tres razones:
(a) Razón dogmáfica o doctrinal: en el 140 d.C., llegó a Roma el hereje Marción anunciando una doctrina nueva, y muy pronto consiguió muchos adeptos. Rechazó de plano todo el A. Testamento, y formuló un canon muy reducido del N. Testamento, que él se compuso sólo del Evangelio según Lucas y las cartas de Pablo (excepto las dirigidas a Timoteo y Tito), a las cuales cambió según su propio criterio. Por esto, surgió la necesidad, no de redactar un canon alternativo, sino de designar cuál era el canon generalmente aceptado hasta entonces; todos los cristianos debían saber a qué libros podían recurrir.
(b) Razón eclesial: en muchos lugares, en especial en las iglesias orientales, se leían libros que a veces eran muy estimados, pero ciertamente eran dudosos. Ciertos libros que eran de carácter edificante, tras haber sido rechazados como no- canónicos, siguieron leyéndose en las iglesias; de ahí que aparezcan en algunos antiguos manuscritos, como el Codex Sinaíticus. Pero debía ponerse en claro qué libros edificantes eran canónicos y cuáles no; esto teniendo en cuenta el problema de qué libros debían ser traducidos a los idiomas de los pueblos cristianizados.
(c) Razón profana: cuando en 303 d.C. se desató la última gran persecución de cristianos en el Imperio Romano, Diocleciano ordenó exterminar todas las Escrituras novotestamentarias. Para ello las iglesias debían entregar todos sus santos rollos, pero éstas consideraron semejante entrega como directa apostasía de Dios, y trataron de quitarse de encima las autoridades entregándoles otros libros cristianos nocanónicos, en la esperanza de que la policía no apreciaría la diferencia. De esta manera, los primitivos cristianos comprendieron mejor la diferencia práctica entre libros canónicos y no- canónicos y esto se hizo muy conocido en toda la cristiandad.
El canon del A. Testamento
¿Qué testimonios tenemos de que nuestra Biblia dispone del canon exacto. Respecto al A. Testamento, en la época de Nehemías y Malaquías (400 a.C.) el canon hebreo estaba completo con sus 24 libros (según nuestra numeración 39). El cristiano puede encontrar la extensión de este canon en el N. Testamento que cita casi todos los libros como Escrituras autorizadas; esto vale también para el Ketubhim o "Escritos" del que algunos opinan que sólo mucho más tarde fueron incluidos en el canon. Los únicos libros no citados son: Jueces-Rut, Crónicas, Ester y Cantar de los Cantares; pero se citan como auténticos acontecimientos de Jueces (He. 11:32) y Crónicas (2 Cr. 24:20 y s; Mt. 23:35), mientras Cristo, en Mt. 9:15, con una referencia (clara para algunos) al Cantar de los Cantares, se presenta a sí mismo como Esposo. Por otra parte, rara vez se cita en el N. Testamento como autorizado un suceso quizá mencionado en un libro apócrifo (cf. 2 Ti. 3:8; Jud. vs. 9 y 14), pero no directamente, jamás como Escritura y nunca con la idea de que la misma obra citada fuera autorizada. Como hemos visto, el N. Testamento también confirma la división tripartita (Ley, Profetas, Escritos) del A. Testamento (Lc. 24:44), aunque las dos últimas partes casi siempre son resumidas como "profetas". El Señor Jesús criticó en muchos aspectos la tradición judía, pero nunca tuvo diferencias de opinión con los líderes religiosos acerca del canon de la Biblia hebrea (cf. Jn. 10:31-36).
La primera mención de una división tripartita del A. Testamento la encontramos en el prólogo del libro apócrifo, Jesús Sirach (132 a.C). Habla de la ley, los profetas y los "restantes libros". Existía una clara idea del canon hebreo, como lo encontramos en Filo, judío culto residente en Alejandría en tiempos de Cristo. Éste econocía la autoridad de los libros sagrados y consideraba los libros apócrifos como no- autorizados; esto indica que, si bien estos libros fueron incluidos en la Septuaginta (versión griega de los judíos alejandrinos, no fueron considerados por ellos como canónicos. Es importante el testimonio de Flavio Josefo, otro judío erudito de fines del s. I. En su obra Contra Apion (1:8) pone en claro que los judíos sólo a 22 libros los consideraban como divinamente autorizados, y que los libros judíos que fueron escritos desde el tiempo del rey Artajerjes (luego, de Nehemías) no tenían esta autoridad. Confirmó, pues, que el canon cronológicamente había quedado cerrado con el libro de Malaquías; el Talmud testifica lo mismo. Josefo habla de 22 libros y en ellos distingue 5 libros de Moisés, 13 proféticos y 4 con alabanzas y reglas de vida. Tal vez Josefo llegó a 22 en vez de 24 por considerar Rut y Lamentaciones como apéndices de Jueces y Jeremías respectivamente. Con su grupo de 4 libros se ha referido a Salmos, Proverbios, Eclesiastés y Job o Cantar de los Cantares; a los restantes los considera como libros proféticos. Según él, pues, también Daniel es un libro profético. El hallazgo de un fragmento antiguo de Daniel entre los Rollos del Mar Muerto y la referencia de Cristo a Daniel el profeta (Mt. 24:15), confirma el carácter profético del libro.
Los "Escritos" (la parte 3 a del canon hebreo que cuenta con Daniel) no son añadidura al canon tardía y dudosa, porque (a): son considerados como libros proféticos (cf., v.g., Lc. 24:27 con los vs. 44; los Salmos como "ley" y "Escritura" en Jn. 10:34-36); que (b): tanto el nieto de Jesús Sirach como el N. Testamento y Josefo consideran los "Escritos" como canónicos; y que (c): Josefo y el Talmud presentan que con Malaquías quedó completo el canon (es decir, los "Escritos" ya pertenecían al canon). El Talmud enseña que los profetas profetizaron hasta los días de Alejandro Magno; que después el Espíritu Santo se aparta de Israel, y que, por consiguiente, los libros de Jesús Sirach y todos los demás de aquel tiempo no son canónicos.
Esto no obstante, la principal razón de que algunos crean que los "Escritos" aún no estaban completos y/o canónicos en tiempos de Cristo, es que tenemos noticias de debates rabínicos respecto a ciertos de esos escritos en la ciudad de Jamnia, sobre el 90 d.C. Se formularon reparos contra Proverbios, Eclesiastés, Cantar de los Cantares y Ester, pero todos fueron rechazados. A veces se ha hablado de un Concilio de Jamnia, pero esto no es exacto. No fue un concilio de líderes judíos autorizados, sino sólo una reunión de expertos. Allí no se incluyó libro alguno en el canon, sino que sólo se discutieron libros que ya se encontraban en el canon. La obra de los rabinos en Jamnia condujo a la confirmación formal del canon, y no a la formación del mismo.
El canon cristiano más antiguamente fiable del A. Testamento fue redactado por Melitón, obispo de Sardis (170 d.C.), según dice, en base a una investigación cuidadosa durante su viaje por Siria. Esta lista, que fue tomada por Eusebio en su Historia de la Iglesia, abarca todos los libros del A. Testamento, excepto Ester (que era menos conocido en Siria). Una lista de la misma época, mencionada en un manuscrito que se conserva en la biblioteca del Patriarcado griego en Jerusalén, nombra todo el canon hebreo; sólo Lamentaciones no son citadas, pero probablemente fueron consideradas como un apéndice de Jeremías. El erudito bíblico griego Orígenes (la mitad del s. III) menciona el canon del A. Testamento completo, pero también cita la apócrifa "Carta de Jeremías". También Atanasio publicó en 367 una lista en la que deja fuera a Ester (al que llama apócrifo), y añade Baruc (incl. la "Carta de Jeremías"). Y Jerónimo, erudito bíblico latino ( 400), en su prólogo a su comentario a Daniel, nos da el mismo canon que conocemos.
El canon novotestarnentario
Hemos visto que la fijación final de lo que ahora el canon del N. Testamento contenía, duró mucho más tiempo que la del A. Testamento a causa de la enorme dispersión y deficiente comunicación de los primitivos cristianos. Pero ya los padres de la iglesia más antiguos de todos ("padres apostólicos" como Ignacio y Policarpo, inicios del s. II) se dieron cuenta de la diferencia entre sus escritos y los de los apóstoles. Ignacio escribe en una carta: "Yo no deseo ordenarles como Pedro y Pablo; ellos eran apóstoles". Y en el Pseudo Bernabé y 2 Clemente ya se citaron palabras de Mateo como Escritura Sagrada. Justino Mártir (150) nos comunica que en las reuniones congregacionales eran leídas las "memorias que se llaman Evangelios" y las "memorias de los apóstoles", junto a los "escritos de los profetas". Sin embargo, aún no oímos qué Evangelios y libros apostólicos eran éstos.
Desde Ireneo (180), obispo de Lyon, obtenemos más claridad. Éste fue discípulo de Policarpo y Policarpo de Juan. De sus escritos se evidencia que los 4 Evangelios, Hechos de los Apóstoles, las cartas de Pablo (¿inclusive Filemón?), 1 Pedro, 1 y 2 Juan y Apocalipsis eran aceptados como canónicos, pero Santiago y Hebreos, entre otras, aún quedan fuera. Es especialmente chocante, que la idea de un Evangelio cuádruple ya se consideró en toda la cristiandad como un dato absolutamente probado. Tertuliano (200) conoce los 4 Evangelios, Hechos, 13 cartas de Pablo, 1 Pedro, 1 Juan, Judas y Apocalipsis. De aquella época es interesante el Canon de Muratori: lista de libros novotestamen-tarios de Roma (final del s. II), llamado según el anticuario que lo descubrió (1740). Evidentemente es una protesta ortodoxa contra el citado "canon" de Marción, y contiene los 4 Evangelios, Hechos, 13 cartas de Pablo, Judas, 2 cartas de Juan y Apocalipsis. El "Apocalipsis de Pedro" no es totalmente aceptado, y el "Pastor" de Hermas es rechazado como no-canónico. Es extraño que Hebreos y 1 Pedro, entre otros, falten, pero se ha pensado que el manuscrito no es completo y por eso puede haber mencionado antes estos libros.
La falta de comunicación entre Oriente y Occidente se manifiesta notoriamente en as versiones antiguas más primitivas. La antigua versión latina (occidental) no contiene algunos libros que sobre todo circulaban en Oriente (Hebreos, Santiago, 1 Pedro), mientras que la versión siríaca antigua (oriental) carece de algunos libros que sobre todo eran conocidos en Occidente (2 y 3 Juan, Judas, Apocalipsis). Pasó mucho tiempo hasta que los libros que faltaban, se hicieran conocidos en ambas partes, pero estas dos Biblias antiguas juntas contienen todo el canon novotestamentario excepto 2 Pedro. Como era de esperar, encontramos la mención completa más primitiva de todo el canon entre los dos extremos (Roma y Siria). Orígenes ( 230) en Egipto da la lista completa como reconocida en todas partes por los cristianos, al lado de la cual, según dice, sólo Hebreos, 2 Pedro, 2 y 3 Juan, Santiago y Judas son puestas en duda por algunos; pero él mismo rechaza esto, y dice expresamente, que Hebreos fue escrita por Pablo. Eusebio (340) en Cesarea menciona el mismo canon, y cita (excepto Hebreos) los mismos libros puestos como dudosos por algunos. Cirilo de Jerusalén ( 370) considera todos los libros conocidos para nosotros como canónicos, excepto Apocalipsis. La lista completa más antiguamente conocida de los 27 libros novotestamentarios es la de Atanasio, obispo de Alejandría, mencionada en su carta de pascua del 367. Poco después de ésta, vemos cómo en occidente ocurre lo mismo por Jerónimo y Agustín ( 400), y cómo el canon es legalizado oficialmente durante los Concilios de Hippo (393) y Cartago (397 y 419). Con esto queremos indicar expresmente, que estos concilios no decidieron qué libros debían ser incluidos en el canon, sino que únicamente expresaron de modo oficial cuáles fueron considerados, ya desde aquel año y día, generalmente como canónicos.
Los libros discutidos por algunos
Acabamos de ver que, tanto respecto al A. como al N. Testamento, la mayoría de sus libros fueron considerados inmediatamente como canónicos, pero algunos con cierta duda. Los libros que fueron aceptados directamente por todos, se les llama Homologoumena (: "reconocidos unánimemente"). Los libros que fueron rechazados directamente por todos, se les llama Pseudoepigrapha ("con título falso, no-auténtico"). Los libros que fueron discutidos por algunos, se les llama Antílegomena ("impugnados; discutidos"). Los libros que fueron aceptados por algunos, se les llama Apocrypha (literalmente: "ocultos; misteriorosos"; más tarde: no-canónicos, "apócrifos"). Ahora nos ocuparemos de los tres últimos grupos.
Comencemos con los Antilegoumena: aquellos libros de la Biblia que por poco tiempo fueron discutidos por algunos. Esto no quiere decir que su lugar en el canon sea menos cierto que el de los otros libros; al contrario, debemos intentar mostrar que todos los libros de la Biblia originalmente fueron aceptados directamente como canónicos por aquellos a quienes fueron dirigidos en primera instancia. En todos los casos fue mucho después cuando ocurrió la duda sobre el carácter canónico de ciertos libros. En el judaísmo ocurrió esto por el nacimiento de determinadas escuelas rabínicas; en el cristianismo corre la duda cuando libros que habían surgido en otras partes del mundo y habían circulado, en otros lugares no fueron reconocidos directamente como canónicos. En total se trata de cinco libros veterotestamentarios y de siete novotestamentarios:
(a) Ester fue considerado como mundano, sobretodo a causa de no mencionar el nombre de Dios. Posible causa de esto: que los judíos persas (que habían rechazado volver a Palestina) no cayeran dentro de la línea de las relaciones del pacto de Dios. Por otro lado, en el cap. 4:14, se alude directamente a la providencia y a la ayuda de Dios; también se celebra un ayuno religioso y Ester muestra una fe grande (4:16). De hecho, el libro es un testimonio poderoso de la salvación de Dios en favor de Su pueblo: una salvación que aún sigue formando la base de la fiesta del Purim judío (9:26-28).
(b) Proverbios fue discutido por algunos, porque contenía expresiones contradictorias (cf. 26:4-5) - una afirmación que fue refutada fácilmente.
(c) Eclesiastés fue considerado como demasiado excéptico (cf. 1:1,9,18), porque no se comprendía el punto de partida del escritor que intentaba encontrar satisfacción en las cosas "bajo el sol", y naturalmente no la encontró en ellas (cf. 7:23-29) -hasta que aprendió a ver las cosas desde el lado de Dios (11:9; 12:1) y llegó a su "palabra final": "Teme a Dios, y guarda sus mandamientos" (12:13).
(d) Cantar de los Cantares fue considerado por algunos como demasiado sensual, -pero, en tal caso, hay que tener los ojos cerrados para no ver la pureza del libro, la excelencia del amor matrimonial que allí se exalta y la finalidad espiritual del libro que se reconoce en el mismo desde el comienzo.
(e) Ezequiel fue visto por algunos como contradictorio con la ley de Moisés, pero esto se demostró que era cuestión de interpretación, y pudo ser corregido.
(f) Hebreos fue discutido durante largo tiempo, a causa del anonimato del libro y porque ciertos herejes hacían ver que sacaban de él determinados errores, hasta que se vio cuán fuera de lugar estaba todo aquello y se llegó al convencimiento que Pablo sería el escritor de esta obra.
(g) Santiago fue recibido en Occidente con vacilación mientras no estuvo claro que el escritor era el conocido ministro apostólico de Jerusalén, y el contenido de la carta ("¿justificación en base a las obras?") no estaba en pugna con la doctrina de Pablo -lo cual fue mostrado por los posteriores padres de la iglesia, aunque incluso el mismo Lutero tuvo problemas con este libro-.
(h) 2 Pedro fue el libro novotestamentario más discutido, sobre todo por la diferencia de estilo con 1 Pedro, y de ahí la duda de la paternidad literaria. Durante un tiempo, se opinó que el libro era falsificación del s. ll, pero esto fue rechazado por: (a) citas de este libro, hechas por Clemente Romano (s. l), (b) concordancia literaria con obras de Qumran lo que data al libro antes del 80 d.C. (Albright), y (c) el hecho de que 2 Pedro fue muy apreciada por los cristianos coptos del s. III, según el manuscrito-Bodmer P72. Aquí no podemos entrar con detenimiento sobre el autor, pero con una autoridad como Donald Guthrie creemos que no hay razón suficiente para dudar de la paternidad literaria de Pedro; la diferencia de estilo con una obra literaria maestra como 1 Pedro yace quizá en que Pedro en esta última carta tuvo la colaboración de Silvano (cf. 5:12).
(i, j) 2 y 3 Juan no fueron directamente aceptadas en todas partes, porque parecen algo anónimas, y en principio tenían una circulación limitada; pero su estilo y mensaje concuerdan claramente con 1 Juan, y nadie en el s. I se hubiera atrevido a escribir a los creyentes en Asia Menor bajo el nombre íntimo de "el anciano", excepto el apóstol Juan.
(k) Judas fue discutida por algunos a causa de sus referencias a obras apócrifas o pseudoepigráficas; pero la mayoría de los antiguos padres de la iglesia conocieron que ciertamente la información mencionada, pero no las obras de las que se había tomado la información, eran presentadas como autorizadas, y que las referencias no difieren de la información extracanónica de Pablo (v. gr., 2 Ti. 3:8).
(1) Apocalipsis fue uno de los libros primeramente aceptado como divinamente autorizado (Hermas, Papías, Ireneo; s. II), pero, por otro lado, fue el libro más largamente discutido, hasta bien entrado el s. IV, y una vez más por todo tipo de falsas doctrinas que determinadas sectas asociaban a este libro. Después que éstas fueron rechazadas, le fue garantizado un lugar en el canon.
Los libros desechados por todos
Llegamos a los Pseudepígrapha: colección de escritos religiosos falsos, frecuentemente absurdos, que entre los judíos y respectivamente entre los cristianos, lograron una cierta difusión. Los pseudepigrapha veterotestamentarios surgieron entre 200 a.C. y 200 d.C., y los pseudpha. novotestamentarios en el s. II y III d.C. Algunos son doctrinalmente inocentes (Salmo 151), otros contienen fantasía o tradición religiosa (posiblemente basada en un núcleo histórico), imitaciones impetuosas de libros proféticos, especulaciones insanas sobre temas desconocidos (la niñez de Cristo) y toda clase de doctrinas erróneas que, según los libros canónicos, deben ser consideradas como rechazables y peligrosas. Ningún líder espiritual ha considerado uno de estos libros como canónico. Por otra parte, en tales libros también hay cosas verdaderas, de ahí que escritores bíblicos se refirieran a ellos indirectamente. Así, parece que Judas en su carta cite el libro "La asunción al cielo de Moisés" (v. 9) y el libro 1 Henoc (vs. 14 y s.), y Pablo en 2 Ti. 3:8 a uno u otro libro de Janes y Jambres (o Mambres) (al menos según Orígenes).
La lista-modelo de los pseudepigrapha veterotestamentarios contiene 17 libros: 4 legendarios (entre otros el libro de Adán y Eva), 7 apocalípticos (Apocalypse = Revelación) (entre otros los libros citados por Judas), 4 libros doctrinales, 1 libro histórico, y 1 libro poético: los Salmos de Salomón, a los que podemos añadir el Salmo 151 que en la Septuaginta encontramos. Esta lista no es ni mucho menos completa: los Rollos del Mar Muerto aun han traido a la luz diversos nuevos Pseudepigrapha.
El número de pseudepigrapha novotestamentarios aun es mucho mayor: en el s. IX Photius sumó 280 de ellos, y desde entonces se han conocido otros más. La colección suma decenas de "Evangelios" (son conocidos los llamados: de Tomás, de Pedro, de los Egipcios, de Nicodemo, de José el carpintero, del nacimiento de María y de la niñez de Jesús), un número de libros llamados "Hechos" (de toda clase de apóstoles separadamente), un número de cartas (entre otras, incluso, una llamada de Cristo al rey de Mesopotamia, y 6 cartas llamadas de Pablo a Séneca), un número de libros llamados "Revelación" (entre otros el de Pablo, de Tomás, de Esteban), y aun otros diversos.
Los apócrifos veterotestamentarios
Ahora venimos a los libros "apócrifos", y por tanto, a los que según algunos fueron aceptados como canónicos. Es un tema importante, porque la Iglesia Católica Romana considera como canónicos un número de apócrifos veterotestamentarios, de manera que se les encontrará en las ediciones romanocatólicas de la Biblia, pero no en la mayoría de las protestantes. La Septuaginta contiene todos estos apócrifos (excepto 2 Esdras), y además algunos pseudepigrápha. La Igi. Católica Romana declaró los apócrifos como canónicos (excepto 1 y 2 Esdras y la Oración de Manasés) en el Concilio de Trento (1546). La lista completa de los apócrifos veterotestamentarios puede ser dividida como sigue:
1. Históricos
1 Esdras (Vulgata: 3 Esdras): en sustancia una elaboración de 2 Crónicas 35 y 36, Esdras, Nehemías 8, más leyendas.
1 Macabeos: la historia del judaísmo bajo Antíoco Epífanes y los Asmoneos, hasta 100 a.C.; ¡importante obra histórica!
2 Macabeos: un paralelo o más bien un reportaje legendario, sólo sobre Judas Macabeo.
2. Ficción religiosa ("haggadah")
Tobías: una novela corta y fuertemente farisaica 200 a.C.); legalista. Judit: idem ( 150 a.C.); llena de errores históricos.
Apéndices de Ester: añadiduras populares posteriores que debieron servir para contrarrestar abundantemente la falta del nombre de Dios en Ester. Apéndices de Daniel: leyendas tomadas posteriormente: el relato de Susana, de Bel y el Dragón, y el Cántico de los tres mancebos en el fuego (cf. Dan. 3).
3. Docentes (literatura de "sabiduría")
La Sabiduría de Salomón (¿entre 140 a.C. y 40 d.C.?): ataque al excepticismo, materialismo e idolatría.
Jesús Sirach o Eclesiástico ( 180 a.C.): obra eminentemente moral; se parece a Proverbios.
Baruc ( 150 a.C y 100 d.C. (?)): afirma ser la obra de Baruc, amigo de Jeremías; contiene una confesión de pecado nacional, "sabiduría" y una promesa de salvación. Como apéndice se le añade con frecuencia la independiente Carta de Jeremías.
4. Apocalípticos (= visiones proféticas)
2 Esdras (Vulgata: 4 Esdras): profecía, visiones y amonestaciones (se dice que Lutero quedó tan confundido por este libro que lo arrojó al Elba).
A la luz de todo lo que acabamos de leer, no será difícil ver por qué las iglesias Orientales-Ortodoxas, Anglicanas y protestantes jamás consideraron estos libros como plenamente canónicos. Recordando los 5 criterios vemos que: (1) los apócrifos no reclaman ser proféticos, (2) no llegan con verdadera autoridad de Dios, (3) proporcionan poco material original edificante, ninguna predicción y ninguna nueva verdad acerca del Mesías (el Salvador ungido de Dios), (4) a veces están llenos de errores históricos y herejías doctrinales como orar a los muertos, (5) han sido rechazados por el pueblo de Dios al que fueron dirigidos en primer lugar. La comunidad judía jamás los ha aceptado como canónicos, Cristo y los escritores novotestamentarios tampoco lo hicieron, y la iglesia cristiana en general tampoco los aceptó en época alguna. La mayoría de los padres de la iglesia de los primeros tiempos los rechazaron como no-canónicos. Ningún concilio de la iglesia les ha considerado como canónicos hasta que los pequeños y locales concilios de Hippo y Cartago (cf. arriba) lo hicieron, sobre todo bajo la influencia de Agustín y la Septuaginta; pero incluso Agustín les consideró sólo como canónicos limitadamente, y además en este punto fue atacado por el mayor erudito cristiano en hebreo de aquel tiempo: Jerónimo, quien incluso rechazó traducir al latín los apócrifos. Sólo tras su muerte fueron añadidos a la Vulgata. Incluso hasta en tiempos de la Reforma muchos romanocatólicos rechazaron estos libros como no-canónicos.
Hemos visto por qué los apócrifos fueron incluidos en la Septuaginta. Los judíos alejandrinos habían hecho esta versión griega, pero no tenían autoridad alguna para establecer un canon; su versión, por lo demás, tampoco reclama el ofrecer un canon. Tal como lo vemos en las primeras Biblias cristianas (Sinaíticus, Vaticanus, etc.), los viejos manuscritos tomaron los apócrifos, para ponerlos a disposición de estudio y lectura, sin que con ello se les declarase canónicos. Esto se evidencia del testimonio de antiguos escritores y padres de la iglesia. Cuando al fin el Concilio de Trento en 1546 declaró canónicos a los apócrifos, esto fue una actuación polémica y preocupante. En discusiones con Lutero los romanocatólicos recurrieron a Macabeos, para defender el orar a los difuntos. Cuando Lutero rechazó este libro como apócrifo, Roma respondió declarando en Trento el libro como canónico. Que esto no sólo ocurrió polémicamente sino también con prevención, se muestra porque no todos los apócrifos fueron declarados canónicos; así, entre otros, 2 Esdras fue rechazado, ¡el cual contiene una dura amonestación contra el orar a los muertos!
Los apócrifos novotestamentarios
Con los libros apócrifos del N. Testamento el asunto es más sencillo, porque ninguno de ellos es considerado hoy como canónico por ningún grupo cristiano, ni tampoco en Roma. Por eso la diferencia con los pseudepigrapha es también vaga; la diferencia se halla en que alguno de los apócrifos fue más o menos considerado canónico, al menos por alguno de los padres de la iglesia, y esto jamás ocurrió con los pseudepigrapha. Estos apócrifos, en sí mismos, son muy interesantes porque nos proporcionan valiosa información sobre las doctrinas y fundación de la iglesia cristiana primitiva y sobre el desarrollo del canon real novotestamentario. Si mantenemos la definición que acabamos de dar de los apócrifos, podemos dividirlos como sigue:
1. Obras de "padres apostólicos"
Las 7 cartas de Ignacio (110), respectivamente a: Efesios, Magnesios, Trallerianos, Romanos, Filadelfios, Esmirnos y Policarpo.
La carta de Policarpo a los Filipenses (115). La carta de Clemente a los Corintios (96). La llamada 2 a carta de Clemente (pero no de él) (120-140?). La "didaché" (= doctrina) de los 12 apóstoles (pero no de ellos) (100-120?). El "Pastor" de Hermas (alegoría) (115-145?). La carta de Bernabé (no de él; también llamada: Pseudo-Bernabé) (entre 70 y 135?).
2. Otros apócrifos
Otros apócrifos que a veces son considerados como canónicos La Revelación de Pedro (no de él) (150). Los Hechos de Pablo (170). La carta de los Laodiceos (s. IV?). El Evangelio de los Hebreos (75). Si bien estos libros, por algún tiempo y en determinados lugares, gozaron de cierto respeto, ninguno obtuvo un ápice de reconocimiento canónico en la Iglesia como totalidad.
Conclusión
El canon de la Biblia es un tema fascinante que nos permite ver cuán notable y sorprendentemente han sido distinguidos los libros de la Biblia de los escritos religiosos más nobles no-inspirados, y eso aun por sólo algunos. También son muy pocos los otros libros que nunca fueron tenidos por canónicos, y eso sólo por algunos. El carácter único de los libros canónicos sólo puede declararse desde el milagro de la inspiración divina.