CIELOS NUEVOS Y TIERRA NUEVA por Dewayne Shappley H.
(adaptado)
El cristiano es muy diferente a los demás personas en el mundo. Vive en el mundo pero no es del mundo, sino es fiel y consagrado a su llamamiento y elección celestial. Las riquezas, fama y los placeres del mundo no lo pueden sobornar. Es un espíritu encarnado que camina por un tiempo por lugares de pecado, corrupción y materialismo sin contaminarse para luego pasar a regiones extraterrestres de eterna luz y gloria. Insatisfecho con su presente mundo de limitaciones, fatiga y muerte, contempla los cielos, buscando el significado verdadero de este universo y su existencia aquí. Por medio de la revelación bíblica, puede mirar por fe en la lejanía nuevos horizontes espirituales que jamás discerniría el ojo miope del hombre carnal y fija su visión en la patria celestial (Hebreos 11:14,16) y la ciudad "que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios" (Hebreos 11:10). Se considera como extranjero y peregrino sobre la tierra (Hebreos 11:13).
La fe cambia su comportamiento. "Entristecido, mas siempre gozoso; pobre, mas enriqueciendo a muchos, como no teniendo nada, mas poseyéndolo todo" (2 Corintios 6:10). Está dispuesto a sufrir por su fe. Se alegra cuando lo maldicen y lo castigan (Mateo 5:11,12; Hechos 5:41; 1 Pedro 4:12-14). Está dispuesto a dejar padre y madre para seguir a Cristo. Le da la espalda a amigos íntimos de muchos años quienes rechazan imitar su nueva manera de vivir. Renuncia y denuncia a los vicios e inmoralidades, cosas que una vez hacia con gusto, deleitándose en lo que ahora le causa repugnancia. Si tiene que hacerlo andará a solas por el mundo acompañado sólo por su Cristo. Aunque, como Job, pierda todo, y su cuerpo se le enferme gravemente, sigue con su frente en alto glorificando al Señor y esperando su pronta aparición. Todo lo soporta, hasta la muerte misma, con admirable paciencia y resignación. Los hombres materialistas, egoístas, ateos y carnales jamás lo entenderán. Para ellos, es un enigma envuelto en una nube de misterios. Para ellos, la única realidad es la que se puede palpar ahora. Sólo se interesan en esta vida presente, en este mundo y cómo aprovecharlo. El más allá, distante, intangible, irreal, no figura en su cuadro de conceptos.
En cambio, el cristiano, aunque mora también en un cuerpo de carne y sangre, pertenece más al mundo espiritual que a esta tierra. Su anhelo más ardiente es ir al cielo, ese lugar de infinitas bendiciones, invisible al ojo carnal, pero más real que este mundo por ser más duradero que esta corta existencia mundana. No ha visto al cielo, no obstante, cree que Dios le está preparando una morada eterna. Cree esto por Dios le ha dado "preciosas y grandísimas" promesas (2 Pedro 1:4). Si otro, que no fuera el mismo Creador del universo, le hubiera hecho esas promesas fantásticas en cuanto al cielo, no lo habría creído. Pero todo cristiano fiel tiene la misma fe en Dios que tenía Pablo quien exclamó: "Yo sé a quién he creído, y estoy seguro que es poderoso para guardar mí depósito para aquel día" (2 Timoteo 1:12). Dios no falla a su promesa y no puede mentir. Si ha hecho promesas, serán cumplidas. Las dos cosas inmutables que aseguran el cumplimiento de la promesa son su Palabra y su juramento: "Porque los hombres ciertamente juran por uno mayor que ellos, y para ellos el fin de toda controversia es el juramento para confirmación. Por lo cual, queriendo Dios mostrar más abundantemente a los herederos de la promesa la inmutabilidad de su consejo, interpuso juramento; para que por dos cosas inmutables, en las cuales es imposible que Dios mienta, tengamos un fortísimo consuelo los que hemos acudido para asirnos de la esperanza puesta delante de nosotros. La cual tenemos como segura y firme ancla del alma, y que penetra hasta dentro del velo" (Hebreos 6:16-19). El velo aquí mencionado separaba el lugar santo del lugar santísimo en el templo judío pero como figura se alude a lo que separa el cristiano del cielo. El ancla figura la esperanza de entrar en el cielo basada en promesas inviolables. Aún no ha pasado al cielo, pero su esperanza "penetra hasta dentro del velo". Por consecuencia, el cristiano estima todas las cosas de este mundo como basura (Filipenses 3:8), soportando cualquier calumnia y dispuesto a morir si tiene que hacerlo por causa de su fe (Apocalipsis 6:9) porque cree firmemente que Cristo le está preparando "cielos nuevos y tierra nueva" (2 Pedro 3:13). Lo hace con gusto porque su esperanza no es pesimista sino gloriosa.
Además, su fe ofrece la mejor solución permanente para los problemas que abofetean al ser humano en esta vida terrera. Los hombres egoístas y mundanos alegan que no hay ningún poder superior al hombre mismo y piensan salvar la raza mediante el desarrollo de nuevos sistemas políticoseconómicossociales. Predican que habrá paz para todos y abundancia de comida. El cristiano, por ser más sabio y realista, debido a su mejor perspectiva, sabe que el hombre no puede salvarse a sí mismo, sino que la raza humana se va hundiendo cada vez más en el esfuerzo frenético, pero inútil, de sobreponerse y controlar el crimen, la decadencia moral, las guerras, las enfermedades, las pestilencias, el hambre y la muerte. Sabe que este mundo, a causa del pecado, está bajo maldición y que el hombre, haga lo que haga, no puede, por su propia cuenta, remediar la situación. No puede renovar el mundo. No puede crear una sociedad utópica aquí o un paraíso terrenal. El cielo del cristiano no es un mundo viejo reformado sino una creación nueva, espiritual, con una pureza prístina, y que se encuentra lejos de estas tinieblas, de estos sufrimientos, angustias y muerte. La única solución es mirar más allá de las estrellas más distantes, más allá del negro espacio del universo visible, en esferas celestiales de luz eterna.
¿COMO SERA EL LUGAR LLAMADO CIELO? En la Biblia, se emplean varios términos figurativos para describir el cielo, pero sería un error exegético al tomarlos literalmente. Analizando la doctrina bíblica sobre el infierno, observamos que el hombre, por su naturaleza, conceptúa todo, aun lo espiritual, en términos de cosas terrenales y que, por lo tanto, para que entendiera el hombre como es el infierno Dios se lo presenta como fuego, prisiones de oscuridad y un lugar donde el gusano no muere. De la misma manera y por la misma razón Dios nos enseña cómo es el cielo, presentando lo celestial por medio de compararlo con lo mejor, lo de más valor y lo de más belleza que hay en la tierra.
"La casa de mi padre"
Según Juan 14:1-6, el cielo es como una casa de muchas moradas, especialmente preparadas para los salvos: "En la casa de mi Padre muchas moradas hay". El cristiano morará en el palacio celestial. ¡Qué honor más grande! ¡Qué privilegio más exaltado! ¡Vivir en el palacio del Rey de Reyes! Si el rey más rico y poderoso de la tierra le diera al hombre más pobre y humilde un cuarto lujoso en su palacio, ¡con qué gran asombro, con cuánto agradecimiento, lo recibiría éste! Se le habría hecho un honor único e inigualable. Pues, recibirá el cristiano esto, ¡y mucho más! Promete Cristo: "Al que venciere, yo lo haré columna en el templo de mi Dios, y nunca más saldrá de allí; y escribiré sobre él el nombre de mi Dios" (Apocalipsis 3:12). Nunca más saldrá de allí. Pues, el cielo no es como un hotel lujoso donde pasara uno sus vacaciones, ni es como una villa hermosa donde pasara el afortunado dueño toda una vida, sino que es un templo esplendoroso celestial donde morará el cristiano eternamente. Y, como si fuera poco todo esto, Cristo añade: "Le daré que se siente conmigo en mi trono (Apocalipsis 3:21). Allá, en ese templo celestial, sentado sobre un trono, el cristiano "será vestido de vestiduras blancas", símbolo de pureza inmaculada (Apocalipsis 3:5). Además, en honor de su victoria sobre el mal, el Señor le dará "la estrella de la mañana" (Apocalipsis 2:28). De cierto, será como está escrito: "Cosas, que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón del hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman" (1 Corintios 2:9).
"Cielos nuevos y tierra nueva"
En Apocalipsis 21:1, como también en 2 Pedro 3:13, los apóstoles nos presentan el lugar celestial, donde morará el cristiano, bajo la figura de cielos nuevos y tierra nueva. "Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existía más". Dice Pedro: "Pero nosotros esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia". Cabe preguntar que si se trata de esta tierra material, renovada y purificada, o de nuevas esferas espirituales creadas por Dios como habitación para los seres espirituales redimidos.
Sobre el destino del mundo físico que habitamos ahora, Pedro dice que cuando venga el Señor "los cielos pasarán con grande estruendo, y los elementos ardiendo serán deshechos, y la tierra y las obras que en ella hay serán quemadas" (2 Pedro 3:10). Los elementos son los componentes básicos de toda substancia material. Hasta estos serán deshechos, lo cual significa, no una renovación superficial del mundo, sino su destrucción total. Juan declara con finalidad: "El primer cielo y la primera tierra pasaron y el mar ya no existía más" (Apocalipsis 21:1). Dice: "Y vi un gran trono blanco y al que estaba sentado en él, de delante del cual huyeron la tierra y el cielo, y ningún lugar se encontró para ellos" (Apocalipsis 20:1l). Según estos pasajes, el universo visible, material, desaparecerá. Lo enseña también Hebreos 12:27. "Y esta frase: Aun una vez, indica la remoción de las cosas movibles, como de cosas hechas, para que queden las inconmovibles". El mundo, siendo cosa hecha, será removido. El reino inconmovible, o sea, la iglesia, permanecerá para siempre. Contrastando lo temporal y pasajero con lo espiritual y eterno, el salmista dice: "Tú, oh Señor, en el principio fundaste la tierra, y los cielos son obra de tus manos. Ellos perecerán, mas tú permaneces; y todos ellos se envejecerán como una vestidura, y como un vestido, los envolverás, y serán mudados; pero tú eres el mismo, y tus años no acabarán (Salmo 102:25-27 como citado en Hebreos 1:10-12). Cristo mismo anunció el fin del universo declarando: "El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán" (Mateo 24:35; Marcos 13:31; Lucas 21:33). De igual manera Pablo enseña que este mundo no durará para siempre diciendo: "No mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas" (2 Corintios 4:18). Si las cosas que se ven son temporales, quiere decir que no durarán para siempre. "El mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre" (1 Juan 2:17). "Miré cuando abrió el sexto sello, y he aquí hubo un gran terremoto; y el sol se puso negro como tela de cilicio, y la luna se volvió toda como sangre; y las estrellas del cielo cayeron sobre la tierra, como la higuera deja caer sus higos cuando es sacudida por un fuerte viento. Y el cielo se desvaneció como un pergamino que se enrolla, y todo monte y toda isla se removió de su lugar". (Apocalipsis 6:12-14).
"Los mansos ... recibirán la tierra por herencia"
Si el mundo actual desaparecerá y los redimidos morarán en otras esferas, entonces, ¿cómo debemos entender las palabras de Cristo cuando dice: Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por herencia" (Mateo 5:5)? ¿A cuál tierra se alude el Señor? Si tomáramos literalmente todos los términos de su promesa tendríamos que concluir que se trata de la tierra física. Pero, el contexto de¡ pasaje no nos obliga a la interpretación literal. Al contrario, ya que las bienaventuranzas pronunciadas por Cristo conllevan bendiciones espirituales deducimos que la tierra que heredarán los mansos es esa misma tierra nueva prometida en 2 Pedro 3:10-12. Es decir, es el lugar espiritual de incomparable gloria y belleza que para siempre será el hogar de¡ alma humilde y obediente.
Pero, supongamos que Cristo se refería a este planeta al decir "los mansos ... recibirán la tierra por herencia". ¿Significarían sus palabras la duración eterna de la tierra. De modo alguno. Sólo serían la declaración de una bendición que a menudo los mansos sí reciben en esta vida. Heredan la tierra. Es decir, viven de ella; disfrutan de sus productos, de sus granos y frutas. En tiempos de conflictos políticos, motines y guerras, los soberbios, todos ellos desde el rey hasta el más pequeño y pobre, van a la lucha en defensa de ideales y principios de poco o ningún valor verdadero, Pelean por su raza, por riquezas que se enmojecen y por reinos que en el mañana existirán sólo en los libros de historia. Derraman su sangre y mueren, perdiendo todo, hasta el alma misma. Mientras tanto, el manso, humilde de espíritu, sabio, deseoso de hacerle bien a todos, no se mete en lo ajeno. Su alma aborrece el conflicto inútil y vergonzoso, la crueldad, la avaricia y la guerra. Si lo dejan, vivirá su vida en paz sin hacerle daño a nadie. Con paciencia y esmero, ¡abra la tierra y la tierra le suple todo lo esencial para la preservación y el sostenimiento de su cuerpo. Tal vez nunca acumule mucho dinero ni sea dueño de grandes haciendas, pero eso le importa poco. Se contenta con lo que tenga. En este sentido, es heredero de la tierra. "Joven fui, y he envejecido, y no he visto justo desamparado, ni su descendencia que mendigue pan" (Salmo 37:25). Observe bien lo que pasó cuando Nabucodonosor atacó Jerusalén. Degolló a los hijos de Sedequías, el rey, en presencia de éste. "Sacó los ojos de¡ rey Sedequías ... y al resto de¡ pueblo que había quedado en la ciudad, y a los que se habían adherido a él ... Nabuzaradan capitán de la guardia los transportó a Babilonia. Pero Nabuzaradan ... hizo quedar en tierra de Judá a los pobres de¡ pueblo que no tenían nada, y les dio viñas y heredades" (Jeremías 39: 6-10). En este caso, los soberbios de Israel fueron muertos o llevados como esclavos a Babilonia. Los pobres heredaron la tierra. Asimismo ha sucedido en muchos tiempos de crisis en muchos paises del mundo a través de las épocas.
Pues, este mundo, viejo y contaminado, no tanto por los gases nocivos en el aire, las impurezas en el agua y la basura en las carreteras y playas como por las plagas de inmoralidad que traen pestes espirituales, corrupción y muerte, no durará para siempre. Dios no lo va a remendar, o remodelar o renovar. No lo purificará. No restaurará el paraíso que había antes de la trágica caída espiritual de Adán y Eva. Algunos creen que sí, pero no aparece tal doctrina en toda la Biblia. El tema de Mateo 9:16 no es la morada eterna del alma redimida, pero el principio enunciado puede aplicarse a la cuestión de dicha morada. Dice Cristo: "Nadie pone remiendo de paño nuevo en vestido viejo". Y el mundo es como un vestido viejo que ya no se puede remendar. Por lo tanto, todo será hecho nuevo. "Y el que estaba sentado en el trono dijo: He aquí, yo hago nuevas todas las cosas" (Apocalipsis 21:5).
Los textos siguientes prueban que esta tierra no será el cielo del cristiano. De ninguno de ellos. Hay una sola esperanza (Efesios 4:4) y todos los cristianos la comparten. No hay una para los 144.000 y otra para los demás.
1 . Juan 14:1-3. Las moradas que Cristo está preparando se encuentran en "la casa" de su Padre. Esta tierra no es la casa de Dios. Cristo, al anunciar su ascensión, dijo: "Voy, pues, a preparar lugar para vosotros". ¿Dónde? Pues, en las regiones espirituales donde reina él ahora con su Padre.
2. 1 Corintios 15:47. "El primer hombre es de la tierra, terrenal; el segundo hombre, que es el Señor, es del cielo". Según el versículo 49, nosotros también traeremos la imagen del segundo hombre, es decir, de Cristo. Recibiendo un cuerpo espiritual e inmortal (1 Corintios 15:4244, 5254), seremos, tal como Cristo, "del cielo", no de la tierra. Nótese bien como se pone a relieve en este pasaje el contraste entre la tierra y el cielo.
3. 2 Corintios 5:1,2. El cuerpo físico es una terrestre ". Pero, "tenemos de Dios un edificio, una casa no hecha de manos, eterna, en los cielos ". ¿Dónde? "En los cielos". Por lo tanto, también se llama "aquella nuestra habitación celestial". Celestial, no terrenal.
4. Filipenses 3:20. "Mas nuestra ciudadanía está en los cielos ", no aquí en la tierra.
5. 1 Tesalonicenses 4:17. "Arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire ". En el aire, no aquí en la tierra.
6. Apocalipsis 7. Según este capítulo, tanto la gran multitud como los 144.000 sellados de entre los "judíos" se encuentran "delante del trono y en la presencia del Cordero" (versículo 9). El trono de Dios no está, ni estará, aquí en la tierra.
7. Apocalipsis 6:9,10. El cuadro que se nos presenta cuando se abre el sexto sello es el de las almas de los mártires. Estas, ocupando lugares espirituales, hablan de "los que moran en la tierra", claramente dando a entender que ellas mismas no estaban en la tierra.
8. 2 Timoteo 4:18. Dios nos preserva "para su reino celestial ". Celestial, no terrenal.
9. Hebreos 11:13-16. Somos "extranjeros y peregrinos sobre la tierra". Buscamos una patria "celestial".
10. Hebreos 12:22. Haciéndonos miembros de la iglesia, nos hemos acercado al monte de Sión, a la ciudad del Dios vivo, Jerusalén la celestial (no la terrenal), a la compañía de muchos millares de ángeles ". Los ángeles no residen en la tierra. Nosotros, al unirnos a ellos, moraremos en la Jerusalén celestial.
11. Colosenses 1:5. Nuestra esperanza "está guardada en los cielos".
12. Hebreos 10:34. Tenemos en nosotros "una mejor y perdurable herencia en los cielos ", no aquí en la tierra.
13. 1 Pedro 1:4. Tenemos "reservada en los cielos ... una herencia incorruptible, incontaminada e Inmarcesible'''.
14. El templo de Dios "está en el cielo" (Apocalipsis 14:17). Cristo nos hará columnas en dicho templo (Apocalipsis 3:12). Por lo tanto, estaremos en el cielo en el templo de Dios. Ya que los cristianos glorificados serán "iguales a los ángeles" en los cielos (Lucas 20:36) y tendrán cuerpos espirituales semejantes al de Cristo (1 Corintios 15:4244; Filipenses 3:20, 21), deducimos que la tierra nueva donde pasarán la eternidad es un lugar espiritual, no una tierra hecha de sustancias materiales. Pero, aclaremos que no debiéramos ser dogmáticos en cuanto a puntos tales como este, pues lo importante es que lleguemos a la tierra nueva, sea ese un lugar material o sea espiritual.
"La santa ciudad, la nueva Jerusalén"
Para ayudarle al hombre terrenal comprender lo maravilloso que será el cielo, Dios se lo presenta bajo la figura de «la nueva Jerusalén ", una ciudad de esplendor, gloria, riquezas espirituales y bendiciones indecibles. Desde los tiempos más remotos los seres humanos, comenzando con Cam (Génesis 4:17), han edificado ciudades. La ciudad ofrece muchas oportunidades y ventajas comerciales y culturales; también muchos peligros y tentaciones. A veces, el campesino más rústico siente la atracción magnética de la ciudad y desea pasar unos días zambullido en su ambiente. Muchos de los que moran en ciudades grandes son muy orgullosos de ellas, gloriándose y jactándose de sus puentes, parques, rascacielos, monumentos, sistemas de transportación, universidades, museos, teatros, tiendas, etcétera. Dicen, con inflexión de superioridad: Soy de Nueva York. Soy de París. De Madrid. De Buenos Aires. De San Juan. De Bogotá. De Sao Paulo. De Londres.
Roma, esa ciudad edificada sobre siete colinas, representada bajo la figura de Babilonia, la ramera; Roma, la de los papas, la de la infame inquisición. Esa es la ciudad que ejemplifica bien las ciudades de la tierra. He aquí su destino violento, del que no escaparán las otras ciudades cuyos arquitectos son los hombres: "Y un ángel poderoso tomó una piedra, como una gran piedra de molino, y la arrojó en el mar, diciendo: Con el mismo ímpetu será derribada Babilonia, la gran ciudad, y nunca más será hallada. Y voz de arpistas, de músicos, de flautistas y de trompeteros no se oirá más en tí; y ningún artífice de oficio alguno se hallará más en tí, ni ruido de molino se oirá más en tí. Luz de lámpara no alumbrará más en tí, ni voz de esposo y de esposa se oirá más en tí; porque tus mercaderes eran los grandes de la tierra; pues por tus hechicerías fueron engañadas todas las naciones. Y en ella se halló la sangre de los profetas y de los santos, y de todos los que han sido muertos en la tierra" (Apocalipsis 18:21-24).
Pero, ¡cuán gloriosa será la nueva Jerusalén! Ciudad de Dios; ciudad de los hijos de Dios; ciudad resplandeciente en los cielos; ciudad eterna. Tiene fundamentos inmovibles. Su arquitecto y constructor es Dios mismo (Hebreos 11:10). Y si el hombre se para atónito ante la majestuosidad del universo y contempla con asombro el milagro de la célula más pequeña, ¡cuánto más mirará maravillado el panorama más glorioso del reino celestial, esa tierra nueva con su capital, la ciudad santa, la nueva Jerusalén!
"Agua de vida"
Muchos prefieren el campo a la ciudad. Un valle tranquilo, alfombrado de hierba, con árboles frondosos en cuya sombra fresca se puede descansar, y un río o una quebrada cuyas aguas corren con ruido manso. Para que el hombre terrenal, particularmente el que ama el campo, comprenda la belleza del cielo, Dios se la presenta bajo la figura de una escena pastoral idílico. Dice Juan: "Después me mostró un río de agua de vida, resplandeciente como cristal, que salía del trono de Dios y del Cordero" (Apocalipsis 22:11). Es un río limpio, no contaminado como los de la tierra. Sus aguas cristalinas imparten vida eterna. "Al que tuviere sed, yo le daré gratuitamente de la fuente del agua de la vida" (Apocalipsis 21:6). "El que tiene sed, venga; y el que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente" (Apocalipsis 22:17). "El cordero que está en medio del trono los pastoreará, y los guiará a fuentes de aguas de vida" (Apocalipsis 7:17). "Jehová es mi pastor; nada me faltará. En lugares de delicados pastos me hará descansar; junto a aguas de reposo me pastoreará. Confortará mi alma; me guiará por sendas de justicia por amor de su nombre" (Salmo 23:1-3).
"El árbol de la vida"
"En medio de la calle de la ciudad ... estaba el árbol de la vida`, (Apocalipsis 22:2). No crece nada, ni una hoja de hierba, en medio de las calles de asfalto y concreto que afean las ciudades terrenales. "A uno y otro lado del río estaba el árbol de la vida, que produce doce frutos, dando cada mes su fruto; y las hojas del árbol eran para la sanidad de las naciones" (Apocalipsis 22:2). Pues, el fruto de vida eterna lo podrán hallar tanto en la ciudad como en el campo, y no sólo una vez al año, sino cada mes. "Bienaventurados los que lavan sus ropas, para tener derecho al árbol de la vida" (Apocalipsis 22:14).
Ahora, apuntamos además de las descripciones del cielo ya dadas, las siguientes:
En el cielo ...........
1. "Mora la justicia" (2 Pedro 3:13).
2. "No habrá más maldición'' (Apocalipsis 22:3).
3. Los redimidos verán el rostro de Dios. (Apocalipsis 22:4; Mateo 5:8)
4. Comerán "del maná escondido" (Apocalipsis 2:17).
5. Recibirán "un nombre nuevo" (Apocalipsis 2:17).
6. Entrarán en el reposo reservado para los obedientes (2 Tesalonicenses 1: 7; Hebreos 4:1, 9-11 ).
7. Serán coronados con la corona de justicia (2 Timoteo 4:8).
8. "Resplandecerán como el sol en el reino de su Padre" (Mateo 13:43).
9. Heredarán "la vida eterna" (Mateo 19:29; 25:46).
10. "Ni se casarán ni se darán en casamiento" (Mateo 22:30).
11. "Serán como los ángeles de Dios" (Mateo 22:30).
12. Entrarán "en el gozo" del Señor (Mateo 25:14-23).
13. Heredarán "el reino preparado ... desde la fundación del mundo" (Mateo 25:34).
14. Serán glorificados (Romanos 8:17,18).
15. Serán premiados con gloria, honra, paz e inmortalidad (Romanos 2:6-10).
Así será el lugar llamado cielo. Más bello que cualquier isla tropical, valle verdoso o cordillera majestuosa. Más hermosa que cualquier ciudad terrenal. Rico en tesoros espirituales y bendiciones incontables y perdurables.
Siendo que el galardón es tan grande, sigamos las palabras de Cristo para que lo hagamos nuestro, asiéndonos de la vida eterna. "No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino hacéos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan ". (Mateo 6:19, 20).