NO VALE NI DOS CENTAVOS

por Elmer N. Dunlap Rouse

Después de una larga pelea por cuestiones salariales, un ministro renunció. Los líderes de la iglesia estaban medio confusos, pues sabían que con el mezquino salario que ofrecían, nunca iban a poder conseguir a otro, mucho menos uno que satisfaciera los gustos tan exigentes de los miembros. Resultó que decidieron construir un ministro mecánico al gusto de la iglesia, usando un maniquí, una rocola vieja y grabaciones de sermones que los mismos hermanos hicieron. Dos hermanos, uno que sabía de electrónica y otro que era mecánico de automóviles, fabricaron el nuevo ministro.

El primer domingo, el ministro perfecto estaba en su lugar detrás del púlpito, pero no se movía ni cambiaba su expresión. Para que predicara, había que echarle dos centavos por el bolsillo trasero de los pantalones, seleccionar el sermón deseado oprimiendo el botón en un teclado encima el púlpito.

El ministro mecánico funcionó muy bien por muchos años hasta un domingo cuando hubo una controversia. Resultó que ya un hermano había echado sus dos centavos, seleccionando su sermón y había regresado a su asiento. Entonces otro hermano que había escuchado parte del sermón que el primer hermano había escogido, se dirigió a la plataforma y echó dos centavos, seleccionando otro sermón diferente. Al pasar esto, un pariente del primero fue, echó sus dos centavos y seleccionó otro sermón más. Otro hermano que estaba observando lo que pasaba, se levantó, fue al púlpito, echó sus dos centavos y dijo: "Lo que necesitamos aquí es un sermón sobre amarnos los unos a los otros". Cuando regresó a su asiento, una hermana anciana se levantó, echó sus dos centavos y dijo: "No necesitamos ningún sermón sobre el amarnos unos a otros, sino un sermón del respeto que deben mostrar los jóvenes a los ancianos".

Entonces otros hermanos echaron sus centavos y oprimieron otros botones. Sucedió algo extraño - el predicador dejó de funcionar. Eso causó un problema muy grave. Después de un gran silencio, el hermano electrónico y el hermano mecánico dijeron que no iban a arreglar el ministro que habían fabricado porque nunca podían escuchar los sermones que querían oír. Se pararon y se fueron.

Una hermana se levantó y dijo que no le importaba que el ministro se rompiera porque comoquiera no era muy cariñoso. Otro dijo: "A mí tampoco me importa porque nunca predicó lo que yo quería". Otro que había esperado mucho para hablar dijo: "Pues, si el predicador no puede predicar lo que queramos, es una basura". El último que habló dijo: "No sé para ustedes, pero para mí me gusta más así roto porque jamás va a predicar un mensaje que moleste a la iglesia. Además dos centavos es mucho para pagar por un sermón y ahora podemos llegar a casa más temprano para almorzar".

Al pensarlo un momento, todo el mundo estuvo de acuerdo y se fueron para sus casas contentos. ¿Moraleja? Si el predicador no predica la palabra de Dios, es una basura y sus sermones no valen ni dos centavos.

DOS MADRES
¿Dónde se reune la iglesia de Cristo?