por Hans Dederscheck

Capítulo 2

EL ESPOSO

 

En nuestro estudio anterior hemos aprendido que el hombre se complementa cuando encuentra a su mujer, pues es parte de él, y ella hace lo mismo cuando halla a su marido. Y los dos serán una sola carne. Dios formó la mujer para el hombre tomando de la costilla de aquél. He aquí un misterio: ¿Por qué precisamente de la costilla? Para que la mujer camine lado a lado con su esposo como dos compañeros inseparables. Es cierto que entre hombre y mujer, en el matrimonio, no hay diferencias esenciales y los dos, básicamente, caminan unidos en perfecta armonía. Sin embargo, la Escritura contempla al hombre, en su calidad de marido, y padre de familia, como la cabeza de la mujer y la mujer debe vivir sumisa bajo la autoridad de su esposo, siempre y cuando que no haya abuso en esa relación.

 

En este capítulo queremos ver las responsabilidades y obligaciones y los derechos del esposo y de este modo penetrar un poco más en el vínculo matrimonial que nos ocupa.

 

"Sé constante en la lectura y meditación de la Sagrada Escritura; camina siempre en la ley de Dios, muestra celo por leer la Escritura, y nunca deja de hacerlo". Estas son las palabras sabias de San Bernardo. Y este hombre tiene razón. Porque si esto hacemos, podremos tener mayor éxito como esposo, padre y autoridad de nuestra familia.

 

Cada miembro en el hogar tiene su propio lugar dentro de la vida familiar. Al marido le toca su parte que otras personas no podrían hacer. El esposo es el responsable de mantener una valla protectora alrededor de su hogar, darle fortaleza y manteniéndolo firmemente atado, de manera que nadie pueda romperlo jamás. ¿Qué es lo que debe el marido a su mujer y a sus niños?

 

El apóstol Pablo dice (Efesios 5:23) que "el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la iglesia, la cual es su cuerpo, y él es su Salvador". "Cabeza" se refiere aquí a "dirigente", "cerebro", es decir, el que lo, maneja todo. Cristo dirige, como cabeza, la marcha de su iglesia. De la misma manera el esposo debe dirigir y gobernar su hogar con toda sabiduría, proveyendo las cosas necesarias para su esposa y sus niños, tales como alimentos, ropa de vestir, educación moral y escolar, juego sano, entretenimiento, atención médica, disciplina y amor, El esposo es responsable por la unidad y por la felicidad de la familia. Dice Dios que "si alguno no provee para los suyos, y mayormente para los de su casa, ha negado la fe, y es peor que un incrédulo" (1 Timoteo 5:8). En estos textos de la Sagrada Escritura vemos la responsabilidad básica del hombre en su hogar, y su relación con su mujer y sus hijos.

 

El marido debe amar a su mujer (Efesios 5:25); debe ser bondadoso y tolerante con ella (1 Corintios 13:4 8). Muchos hombres fracasan en cuanto a esta obligación esencial en la vida. Dice la Biblia que el amor lo es todo. Sí, el amor es la perfección en la vida. Pero no hablo de un amor egoísta que solamente procura conseguir lo suyo propio. Hablo del amor que viene de Dios, de un amor que conoce la paciencia y el sacrificio, el amor que sabe negarse a sí mismo para servir a otros; el amor que puede sobreponerse a las cosas diarias de nuestra existencia; que siempre se fija en hacer el bien con sus semejantes. Amar a su mujer es amar a sí mismo porque nadie descuida su propio cuerpo, sino que lo abriga, cuida y alimenta, de modo que si alguien ama a su mujer, se ama a sí mismo. Aún no ha hecho nada extraordinario. Muchísimos hogares sufren de tensiones continuas, dificultades que los arrastran hasta el borde mismo de la catástrofe, porque el marido no sabe amar a su mujer en la verdad. La mujer es una ayuda idónea para el hombre. Ella trabaja en los quehaceres del hogar con mucho esfuerzo y fatiga igual que su marido en otras labores. Ella siente el mismo cansancio por la fatiga que su marido. Ella tiene los mismos deseos, igual que su marido, de comer algo diferente de lo general; quiere hacer un paseo, comprarse algo que esté fuera de lo común; ella tiene la misma necesidad de atención médica como su marido y al igual que su marido tiene el deseo de leer, escuchar música sana, etc. ¿Dónde está el marido que, conforme con sus posibilidades económicas, no se regale todo esto y sin añadir una sola palabra? ¿Por qué no queremos compartir lo mismo con nuestra esposa? Muchos hombres piensan que su mujer es una especie de esclava o sirvienta de por vida y "si bien me ha casado con ella, que sepa, pues, servirme y que no reclame nada". Si usted quiere obtener la felicidad de su hogar y, ¿quién no lo desea? debe cambiar sus actitudes y pensar que su mujer es también hecha de carne y huesos, y que ella siente las mismas necesidades que usted. ¿Por qué no se comparten en el futuro todas las cosas y las tienen realmente en común? Pruébelo, al menos, y verá el cambio tan grande que habrá en la relación con su esposa. El egoísmo separa, el amor une y edifica. El amor hace sacrificios, no piensa en lo suyo, es abnegable, y siempre procura el bien del prójimo.

 

"Vosotros, maridos, vivid con ellas sabiamente, dando honor a la mujer como a vaso más frágil, y como a coherederas de la gracia de la vida, para que vuestras oraciones no tengan estorbo" (1 Pedro 3:7). El marido debe honrar a la mujer, dice la palabra de Dios, mostrándole simpatía y comprensión, viviendo con ella con sabiduría y conocimiento. Es preciso que el marido tenga un punto de vista inteligente de la naturaleza de su mujer para comprenderla debidamente como vaso más frágil. El marido sabio debe aprender a ayudar a su mujer a sobrellevar con paciencia las cargas diarias de la vida, y no tratarla con dureza porque ella muestra debilidad. El hombre vive sabiamente con su mujer y le da honra cuando éste comparte todas las cosas con ella, y le consigue la paz mental y el amor que necesita. No olvidemos que ella es la otra parte de la personalidad de él, y que no hay relación tan grande, armoniosa y maravillosa como el vínculo amoroso matrimonial. Muéstrele siempre afecto y un carácter estable, dulce, y compórtese dignamente frente a ella tratándola como ser que merece el mismo respeto como usted. No en vano dice la Escritura que los maridos no deben ser ásperos con sus mujeres (Colosenses 3:19). Medite, querido lector, sobre todo lo que hemos dicho hasta aquí. ¿Reconoce algo que quizás es causa de fricciones en su hogar? Entonces, obedezca a Dios, por medio de Su palabra escrita, y verá que puede vencer todas estas pequeñeces y alcanzar la felicidad que anhela.

 

La relación entre el marido y su mujer debe ser santa y pura. El adúltero destruye su propia felicidad por un momento de locura y se deshonra a sí mismo. El hombre que piensa que tiene que vivir engañando a su mujer es débil y muestra, en sumo grado, inmadurez y falta de juicio y de hombría. La relación matrimonial es sagrada y nadie debe romper este vínculo armonioso (Mateo 5:27 29; 19:3 9; Hebreos 13:4). En esto reside, tal vez, el mayor de los problemas conyugales: la infidelidad. Los hombres deberían pensar en el tremendo daño que causan al ser infieles a su mujer; el trauma psíquico que dejan en la vida de la mujer y de los niños, muchas veces, es irreparable. Los divorcios constituyen un verdadero rompecabezas en nuestros días y parece que esto es cada día más dramático. Sin embargo, creo firmemente que existe una solución y que todo depende de la voluntad del hombre. Cristo nos enseña que el adulterio tiene su raíz en la mente del ser humano cuando éste comienza a "codiciar" (o desear) lo que no le corresponde. El deseo impuro nace en la mente; luego es concebido y, finalmente, pare y da a luz el pecado, es decir, consuma luego sus deseos impuros con otra persona. Aquí* hay dos cosas que debemos observar para controlar nuestras vidas: 1. respetar las leyes de Dios, en el sentido de ponerlas por obra y 2. volver a respetarnos a nosotros mismos como seres humanos, no viviendo como esclavos de la carne. Tenemos que controlar nuestro cuerpo con nuestra mente, y nuestra mente debe ser controlada por la palabra de Dios. Este sistema ha trabajado siempre en aquéllos que realmente quieren vivir vidas limpias y honestas, y este método funciona aún en nuestro siglo veinte, porque proviene de Dios.

 

Pensemos. ¿Qué porvenir tendrán nuestros hijos que, al fin y al cabo son el fruto de nuestro propio ser, si nuestro matrimonio naufraga en las cortes de divorcio por un error cometido? ¿Qué porvenir tendrá la mujer que nos ha confiado su vida entera a nosotros, si la abandonamos porque pensamos que "otra es mejor"? ¿No existe el peligro de que ella termine en una vida terriblemente abandonada y que la misma suerte corran nuestros hijos? Además, no todos, pero muchos de nosotros sentimos repugnancia frente a la prostitución que hay en nuestro derredor. Pero, ¿qué diferencia existe entre la prostitución a licencia y aquella que los seres humanos practican mediante el adulterio? Deberíamos sentir la misma náusea ante nuestros pecados de fornicación que la que sentimos cuando se trata de otros hombres. Todos comprendemos que el sexo es un impulso fuerte y poderoso. Todos comprendemos que siempre estamos tentados por este lado; pero también debemos comprender que todo impulso, sea fuerte o débil, es controlable por la mente humana si verdaderamente queremos controlar nuestras actitudes. También debemos reconocer que ninguna mujer, por más bella que sea, y por más codicioso su cuerpo sea, puede darnos el mismo deleite sexual que nuestra esposa, porque mujer hay solamente una en la vida de cada hombre, su otro yo que busca y finalmente encuentra. La "aventura" con la otra siempre tiene que ser a base de "cosa por mercadería". La relación con la mujer ajena es nada más que un autoengaño. Aunque creamos que exista amor, solamente hay pasión, y la pasión nunca puede ser noble ni pura (1 Tesalonicenses 4: 3 7), porque es concupiscencia. Hay una sola pasión pura, la que un hombre siente en el momento de la unión sexual con su esposa. No dudo de que usted puede contemplar todo este vasto problema desde otro punto de vista y que, además, encuentre usted la una u otra excusa o justificación. No obstante, justificándonos y contemplando las cosas desde nuestro propio punto de vista jamás nos llevará hacia la felicidad, sino sólo hacia la discusión. Lo que debemos hacer es corregir nuestros errores, enmendar nuestra vida y ponerla de acuerdo con las leyes de Dios.'

 

Quiera Dios que estas palabras sencillas lleguen al corazón de los lectores y que cada uno pueda reconocer en ellas sus propios errores y corregirlos. Cada hombre, en su calidad de esposo y padre de familia, ha recibido del Creador un encargo de tremenda responsabilidad, obligaciones y tareas que es preciso cumplir con toda honradez. No podemos mejorar este mundo lamentándolo como lo hacen todos, sino solamente cuando comenzamos a mejorar nuestras propias vidas. El hogar es el Estado en miniatura. Ninguna nación, por más rica que sea, puede ser vitalmente poderosa y fuerte, cuando sus miembros que la componen, no ofrecen estabilidad y progreso en el mismo hogar. Lo que un pueblo vale se refleja en lo que vale un hogar. Y el hogar comienza contigo mismo. Así como es deber del marido cumplir con su mujer el deber conyugal en lo que se refiere a las relaciones íntimas, procurando la felicidad de su mujer (1 Corintios 7:2,3), así también debe cumplir con ella el deber moral de no engañarla, ofreciendo a su matrimonio fidelidad y estabilidad.

 

Muchos hombres van a otras mujeres porque nunca han logrado satisfacer de índole sexual a su propia esposa y por este hecho ella nunca ha podido ofrecer a su marido lo que realmente puede y quisiera darle. Es bueno que el hombre aprenda sabiamente a buscar primeramente la felicidad total de su mujer y de esta manera verá que también el sentirá algo más grande en esa intimidad con su mujer. Y un marido contento, por satisfacer debidamente a su propia mujer, está menos expuesto a fijarse en otra mujer. Todo depende, pues, de vivir sabiamente en esta vida y no bajamos en nuestra dignidad de seres creados a la imagen y semejanza de Dios.

 

Concluyamos esta contemplación con las sabias palabras de Dios, que nos dicen:

 

"Guarda, hijo mío, el mandamiento de tu padre, y no dejes la enseñanza de tu madre. Atalos siempre en tu corazón, enlázalos a tu cuello. Te guiarán cuando andes; cuando duermes te guardarán y hablarán contigo cuando despiertes. Porque el mandamiento es lámpara y la enseñanza es luz, y camino de vida las reprensiones que te instruyen, para que te guarden de la mujer mala, de la blandura de la lengua de la mujer extraña. No codicies su hermosura en tu corazón, ni ella te prenda con sus ojos; porque a causa de la mujer ramera el hombre es reducido a un bocado de pan; y la mujer caza la preciosa alma del varón. ¿Tomará el hombre fuego en su seno sin que sus vestidos ardan? ¿Andará el hombre sobre brasas sin que sus pies se quemen? Así es el que se llega a la mujer de su prójimo; no quedará impune ninguno que la tocare. No tienen en poco al ladrón si hurta para saciar su apetito cuando tiene hambre; pero si se le sorprende, pagará siete veces; entregará todo el haber de su casa. Más el que comete adulterio es falto de entendimiento, corrompe su alma el que tal hace. Heridas y vergüenza hallará, y su afrenta nunca será borrada. Porque los celos son el furor del hombre, y no perdonará en el día de la venganza. No aceptará ningún rescate, ni querrá perdonar, aunque multipliques los dones" (Proverbios 6:20 35).

 

"Hijo mío, está atento a mi sabiduría, y a mi inteligencia inclina tu oído, para que guardes consejo, y tus labios conservan la ciencia. Porque los labios de la mujer extraña destilan miel, y su paladar es más blando que el aceite; más su fin es amargo como el ajenjo, agudo como espada de dos filos. Sus pies descienden a la muerte y sus pasos conducen al seol. Sus caminos son inestables; no los conocerás, si no considerares el camino de vida".

 

"Ahora, pues, hijos, oídme, y no os apartéis de las razones de mi boca. Aleja de ella tu camino, y no te acerques a la puerta de su casa, para que, no des a los extraños tu honor, y tus años al cruel; y no sea que extraños se sacien de tu fuerza y tus trabajos estén en casa del extraño, y gimes al final, cuando se consuma tu carne y tu cuerpo, y digas: Cómo aborrecí el consejo, y mi corazón menospreció la reprensión; no oí la voz de los que me instruían, y a los que me enseñaban no incliné mi oído! Casi en todo mal he estado, en medio de la sociedad y de la congregación. Bebe el agua de tu misma cisterna, y los raudales de tu propio pozo. ¿Se derramarán tus fuente por las calles, y tus corrientes de aguas por las plazas? Sean para ti solo, y no para los extraños contigo. Sea bendito tu manantial, y alégrate con la mujer de tu juventud, como cierva amada y graciosa gacela. Sus caricias te satisfagan en todo tiempo, y en su amor recréate siempre. ¿Por qué, hijo mío, andarás ciego con la mujer ajena, y abrazarás el seno de la extraña? Porque los caminos del hombre están ante los ojos de Jehová, y El considera todas sus veredas. Prenderán al impío sus propias iniquidades, y retenido será con las cuerdas de su pecado. El morirá por falta de corrección, y errará por lo inmenso de su locura" (Proverbios 5:1 23).

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