la mujer cananea
LA MUJER CANANEA

por Elmer N. Dunlap Rouse, 2017

 Jesús quiso sacar a sus discípulos aparte para que descansaran. Le quedaba poco tiempo. Salió de las multitudes que le perseguían, le oprimían y de los enfermos que buscaban tocarlo. Por eso se retiró por completo del territorio de Israel y caminó unos 80 kilómetros al noroeste de Galilea hacia los pueblos gentiles de Tiro y Sidón. Sabía que los judíos no iban a llegar allá y se escondieron en una casa para descansar. Tiro y Sidón eran los puertos de los fenicios que navegaban todo el mar Mediterráneo y más allá hasta Inglaterra y el sur de África. Estos puertos serían útiles en el futuro, después de su resurrección, cuando sus apóstoles iban llevar el evangelio a todas las naciones.

Su escondite fue descubierto por una mujer cananea quien clamaba por su hija, la cual estaba atormentada por un demonio. Es imposible imaginar su situación, agonía y lucha. ¿Había algo peor? ¿Qué haría usted si su hija fuera gravemente enferma? ¿Por qué será que Dios permitió que eso le pasara a esa mujer? Es que Dios tiene un plan para cada vida y esta reunión fue planificado para manifestar el amor de Dios para esta madre y su hija. Es muy importante este milagro para nosotros. Dios permite que cosas malas suceden, no para castigarnos, sino para que conozcamos a Jesús. Como era una buena madre, hizo lo que tuvo a hacer. Buscó y clamó al que tenía el poder de curar. Por amor a su hija, se acercó a un extraño, tragó su orgullo y se humilló. Jesús vio a si mismo en ella porque el Señor tuvo que bajar del cielo, tragar su orgullo y morir en la cruz por amor a nosotros.

La ignoró. Jesús no le respondió ni una sola palabra. ¿Qué haría usted si Jesús ignora su pedido? ¿Se sentiría ofendido? ¿Molesto? Ella clamaba: “¡Señor, Hijo de David, ten misericordia de mí!” (Mat. 15:22). Eran las palabras correctas, pero ¿eran de corazón o de una mujer lista buscando manipular a Jesús? Jesús criticó a los escribas y fariseos por su insinceridad e hipocresía: “Este pueblo de labios me honra; mas su corazón está lejos de mí” (Mat. 15:8). Jesús puso obstáculos en el camino de esta mujer para probar su corazón.

Su clamor aumentaba. Se parecía a Pedro cuando se hundía en la aguas de la tormenta (14:30). Ignorada, ella se sintió como que estaba perdiendo en su lucha por salvar a su hija. Intensificó su clamor hasta un nivel que incomodó a los discípulos. Aconsejaron a Jesús que la despidiera; que saliera de ella. Es que Jesús todavía no estaba convencido de la fe de ella.

Por fin Jesús habló. “No soy enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel”. Es decir, “Señora, por ser cananea, usted no califica. Lo siento mucho”. Era otro obstáculo, pero esta negativa no la convenció, sino al contario, le dio fuerza y revivió su esperanza. Se tiró postrado a sus pies y volvió a pedirle. ¡Qué clase mujer! Si alguien la hubiera preguntado, “Mujer, ¿qué te pasa? ¿Por qué tú sigues insistiendo? ¿Usted no entiende?”, ella hubiera contestado, “es que no me ha dicho que no”. Santiago escribió, “Pero pida con fe, no dudando nada; porque el que duda es semejante a la onda del mar, que es arrastrada por el viento y echada de una parte a otra. No piense, pues, quien tal haga, que recibirá cosa alguna del Señor” (Sant. 1:6-7). Entre más obstáculos, más fe tenía. “No está bien tomar el pan de los hijos, y echarlo a los perrillos”. Si hubiera algún defecto en su humildad, estas palabras lo hubieran descubierto, pero no se sintió ofendida y en seguida respondió, “Sí, Señor; y aun los perrillos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos”. Era ingeniosa y sincera. Sin darse cuenta, ella estaba apoyando a Jesús a continuar humillándose como un perro hasta morir en la cruz. Jesús vio su propio imagen en ella (Fil. 2:7-8). Encontró en un país extranjero la fe que no había en Israel. Se emocionó y dijo, “Oh mujer, grande es tu fe; hágase contigo como quieres”. Su fe conquistó a Jesús y abrió el cielo. Su fe era paciente, positiva, persistente, humilde, inteligente e indomeñable. Su hija fue sanada desde aquella hora.

Las bendiciones de Dios son para los que creen de todo corazón y piden conforme a su voluntad (1 Jn. 5:14). ¿Cómo es su fe? ¿Puede convencer a Jesús?

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