¿Sanarán Hoy?
por Elmer N. Dunlap Rouse, 2021
Jesús seleccionó a doce y los envió a predicar y a sanar a los enfermos en una misión limitada (Mat. 10:8). Resucitado, los envió a evangelizar el mundo. Para ayudarlos a confirmar la palabra, les prometió, “Y estas señales seguirán a los que creen … sobre los enfermos pondrán las manos, y sanarán” (Mar. 16:17-18). Pero cuando un creyente hoy en día intenta sanar a un enfermo, no se sana. ¿Será que Jesús ya no sana? ¿Será que el creyente no cree? ¿Será que el enfermo no cree? O ¿será mal interpretado el texto? Empecemos con esta última pregunta, la interpretación del texto.
Según el contexto, Jesús hizo la promesa a los once. Jesús les reprochó su incredulidad en el versículo 14 y el versículo 20 dice, “Y ellos, saliendo, predicaron en todas partes, ayudándoles el Señor y confirmando la palabra con las señales que la seguían”.
Sanar a un enfermo por solo orar requiere poder. En Lucas 24:49, Jesús, habló con los once antes de ascender al cielo, “He aquí, yo enviaré la promesa de mi Padre sobre vosotros, pero quedaos en la ciudad de Jerusalén, hasta que seáis investidos de poder desde lo alto”. Jesús prometió poder a los once.
¿Puede cualquier creyente sanar a los enfermos? Podemos contestar esta pregunta por leer lo que pasó el día de Pentecostés. Este día sucedió solo diez días después que Jesús prometió poder a “los que creen” para sanar a los enfermos. Pedro predicó y unos tres mil personas recibieron su palabra (Hech. 2:41). Aquí hay tres mil creyentes. ¿Hay alguna evidencia de que estos sanaron a los enfermos? O ¿aplica la promesa solamente a los apóstoles? La respuesta está en el versículo 43: “Y sobrevino temor a toda persona y muchas maravillas y señales eran hechas por los apóstoles”. La Biblia se interpreta a sí misma. Los 3000 tuvieron temor y los apóstoles sanaron a los enfermos. El mandamiento de sanar a los enfermos fue dado solamente a los apóstoles (Hech. 1:2; 4:33).
Más adelante en este libro titulado, Los Hechos de los Apóstoles, encontramos a otros que no fueron apóstoles sanando, como Esteban y Felipe, pero estos recibieron poder mediante la imposición de las manos de los apóstoles (Hech. 6:6; 6:8; 8:6, 14-19). En la isla de Malta, el apóstol Pablo fue acompañado por los hermanos Lucas y Aristarco, pero la víbora mordió a Pablo y este no murió por señal. Después fue Pablo quien oró e impuso las manos al padre de Publio que estaba enfermo y le sanó (Hech. 28:3, 8). ¿Por qué? Pablo explica en 2 Corintios 12:12, “Con todo, las señales de apóstol han sido hechas entre vosotros en toda paciencia, por señales, prodigios y milagros”.
Hoy en día, ¿quién puede sanar a los enfermos? El problema es que todos los apóstoles y las personas que recibieron de ellos la imposición de las manos han muerto. Además, el propósito de los milagros de sanidad no era simplemente ayudar a los enfermos, sino confirmar la palabra. Esto nos lleva a lo que Jesús dijo a los apóstoles en Juan 16:13, “Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad”. El poder milagroso de sanar a los enfermos era para confirmar la palabra. El trabajo principal del Espíritu Santo era guiar a los apóstoles a toda la verdad. Cuando toda la verdad fue revelada, el Espíritu de verdad no tenía más verdades que revelar ni confirmar, y el poder de sanar a los enfermos terminó. La Biblia estaba completa. No había más revelaciones que entregar y añadir. La palabra “nos fue confirmada” (Heb. 2:3). El amor de Dios no había terminado, pero este poder de sanar era provisional como los apóstoles de Jesucristo eran provisionales. Hoy en día, Dios sana a los enfermos de una manera diferente. Dios nos oye “si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad” (1 Jn. 5:14). Además, Dios usa a los doctores para sanar.
¿Y los apóstoles modernos que sanan a los enfermos? Jesús felicitó a la iglesia de Éfeso porque había “probado a los que se dicen ser apóstoles, y no lo son, y los has hallado mentirosos” (Apoc. 2:2). Cabe la posibilidad que Dios usa a mentirosos para sanar a los enfermos, para probar a la gente, para ver si confían en sus experiencias o en la palabra de Dios (Deut. 13:1-3; 2 Tes. 2:10; Mat. 7:21-23). Hoy sabemos quién es de Dios por la palabra, no por señales. Los que hoy día envidian el poder apostólico, deberían escuchar lo que el apóstol Pedro dijo a Simón el mago cuando este le ofreció dinero por el poder que el Espíritu le dio, “No tienes tú parte ni suerte en este asunto” (Hech. 8:21). La palabra de Dios vale más que el poder de sanar.
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