SOY UN NIÑO

por Elmer N. Dunlap Rouse

Jeremías era uno de los profetas más importantes del Antiguo Testamento. Nació en Anatot, un poblado que queda como hora y media al noreste de Jerusalén. Su nombre hebreo quiere decir "Jehová arroja". Dios lo llamó a los 20 años para ser profeta. Jeremías protestó que era muy joven, pero el que no acepta excusa dijo: "No digas: Soy un niño; porque a todo lo que te envíe irás tú, y dirás todo lo que te mande" (Jer. 1:7). "Antes que te formase en el vientre te conocí, y antes que nacieses te santifiqué, te di por profeta a las naciones" (Jer. 1:5). Dios necesitaba a un mensajero y Jeremías nació para esto. Si se negaba, Dios lo destruiría: "Tú, pues, ciñe tus lomos, levántate, y háblales todo cuanto te mande; no temas delante de ellos, para que no te haga yo quebrantar delante de ellos" (Jer. 1:17).

El fascinante libro de Jeremías nos revela los sentimientos del profeta. Era cariñoso, gentil y tierno tanto que parece que no era apto para la misión que Dios le tenía, la de denunciar, amenazar y dar un mensaje fuerte y duro. Dios lo ayudó para que fuera apto: "Porque he aquí que yo te he puesto en este día como ciudad fortificada, como columna de hierro, y como muro de bronce contra toda esta tierra, contra los reyes de Judá, sus príncipes, sus sacerdotes, y el pueblo de la tierra. Y pelearán contra ti, pero no te vencerán; porque yo estoy contigo, dice Jehová, para librarte" (Jer. 1:18).

Personalmente, Jeremías hubiera preferido tener cualquier otra profesión menos ser profeta. Si Dios le hubiera aceptado su renuncia como profeta, Jeremías sería el hombre más feliz del mundo. Al principio la Palabra de Dios era para Jeremías motivo de alegría (Jer. 15:16), especialmente durante el reinado de Josías, pero después de la muerte del rey pío, le tocó profetizar a Joacaz, Joacim, Joaquín y a Sedequías, reyes malos en extremo, asesinos e idólatras. Jeremías estaba solo y se quejó de Dios de manera desesperada: "Me sedujiste, oh Jehová, y fui seducido; más fuerte fuiste que yo, y me venciste; cada día he sido escarnecido, cada cual se burla de mí. Porque cuántas veces hablo, doy voces, grito: Violencia y destrucción; porque la palabra de Jehová me ha sido para afrenta y escarnio cada día. Y dije: No me acordaré más de el, ni hablaré más en su nombre; no obstante, había en mi corazón como un fuego ardiente metido en mis huesos; traté de sufrirlo, y no pude" (Jer. 20:7-9).

Jeremías no predicaba sólo por temor a Dios. Este hombre tierno y amable predicaba porque amaba a su pueblo. Tanto lo amaba que lloraba. Le llaman el profeta llorón. "A causa de mi fuerte dolor, mi corazón desfallece en mí. ...Quebrantado estoy por quebrantamiento de la hija de mi pueblo, entenebrecido estoy, espanto me ha arrebatado. ¿No hay bálsamo en Galaad? ¿No hay allí médico? ?Por qué, pues, no hubo medicina para la hija de mi pueblo? ¡Oh, si mi cabeza se hiciese aguas, y mis ojos fuentes de lágrimas, para que llore día y noche los muertos de la hija de mi pueblo! (Jer. 8:18-9:1). Dios tuvo que prohibirle orar por su pueblo (Jer. 7:16). Fue siervo de Dios y de su pueblo por el espacio de como 50 años.

¿Dónde están los Jeremías de hoy? Apreciado joven que lee estas palabras, ¿qué piensas hacer con tu vida? ¿Cuál sería la mejor forma de vivir tu vida? Todavía me acuerdo cuando un ministro me preguntó si había pensado en predicar. Yo tenía unos 19 años. Despertó en mi la fe de que yo podía, porque hacía tiempo deseaba servir al Señor y dedicarle mi vida. Igual que Jeremías yo no era apto y muchos dirán que todavía no lo estoy. Pero aquí estoy para hacer todo lo que esté a mi alcance por amor de aquél que me salvó. Yo no era apto, pero tampoco lo era Jeremías. No es cuestión de aptitud, porque Dios suple lo que necesitamos para cumplir su misión. Es cuestión de fe, de fidelidad, y de pasar la vida en algo que vale la pena.

¿EVANGELIO O SUERTE?
¿Dónde se reune la iglesia de Cristo?