LOS ESPIRITUS AVIVADOS

por D. S. de Alamo

 

Observaciones de índole histórica

Desde los primeros años de este siglo, los Pentecostales (también conocidos comúnmente como avivados o aleluyas) han venido llevando a cabo, con mucho éxito, una campaña intensa de evangelización. Su crecimiento numérico ha sido fenomenal y tanto es su impacto que ahora se les considera la tercera fuerza en el cristianismo, siendo las primeras el catolicismo y el protestantismo. Han corrido muy ligero, esparciendo la semilla de su doctrina hasta los cuatro confines de la tierra. Saliendo a la lucha con celo ardiente, han peleado bajo el estandarte del Espíritu Santo reclamando en su nombre virtual inmunidad contra exámenes críticos.

Durante la década de 1960 a 1970 el pentecostalismo recobró hasta más fuerzas. Muchos líderes de "iglesias muertas", o sea, sectas no avivadas, fueron "convertidos", aceptando y promoviendo vigorosamente la teología pentecostal sobre la promesa y el bautismo del Espíritu Santo, lenguas extrañas, sanidad divina, profecías, el milenio, el rapto de la iglesia y otras doctrinas relacionadas. Se formaron movimientos avivados (o carismáticos) dentro de iglesias tales como la Católica, la Episcopal, la Bautista y la Discípulos de Cristo. Huelga decir que el brote de pentecostalismo dentro de dichas iglesias ha dado por resultado muchas disensiones y no poca confusión en éstas, creando conflictos y tensiones difíciles de resolver y que amenazan con dividir a algunas de las denominaciones más antiguas.

Probando a los Pentecostales

Lo sorprendente es que, al parecer, muy pocos líderes espirituales desafían al pentecostalismo. No lo ponen a prueba; no lo estudian a la luz de la Biblia. Si bien muchos no lo abrazan públicamente, tampoco lo resisten o rechazan, dándole, en efecto, aprobación tácita. Sea consciente o inconscientemente, le dan rienda suelta para que siga corriendo sin freno ni impedimento alguno. Es muy probable que un día tengan por qué lamentar su falta de cautela y sabiduría. Juan exhorta que probemos a todos los espíritus (1 Juan 4:1). Al decir "todos" se abarcan también a los espíritus de los pentecostales quienes no debieran ser exentos de un análisis imparcial simplemente porque hablan mucho del Espíritu Santo.

Al que tiene la audacia de poner en tela de juicio su teología y la práctica avivada, los pentecostales le reprochan severamente con amenazas fuertes de blasfemia contra el Espíritu Santo. Le dicen "hijo del diablo" o lo declaran "lleno de demonios". Usando esta táctica, infunden miedo e intimidan a todos los que cuestionan la validez de sus profecías, sueños, visiones, lenguas y cultos alborotosos a Dios. Pero sus amenazas y denuncias, por fuertes que sean, no nos detendrán. Ya que el Espíritu Santo mismo nos autoriza a poner a prueba a todos los espíritus, no tememos cometer blasfemia al hacerlo en el caso de los pentecostales.

Habiendo estado, por unos cuantos años, en contacto estrecho con las iglesias avivadas, hemos podido observar que sus pastores no quieren que los feligreses escuchen a predicadores que no sean avivados, ni que lean folletos y libros escritos por otros, ni que dialoguen con otros. Por alguna razón, y pronto sabremos cuál es, no aceptan de buena gana el reto de corroborar la veracidad de sus propias doctrinas en debates ordenados cuyo propósito único sería determinar quién tiene la verdad. Tal vez temen someter a prueba su doctrina. Parece que no se atreven ni aun dudar de su veracidad. Hacerlo sería, segun su modo cerrado de pensar, cometer el terrible pecado de blasfemar al Espíritu Santo. Así es que el pentecostal, espiritual, social, intelectual y doctrinalmente, existe en un mundo aislado. En ese mundo, velado celosamente y dominado por los pastores, no hay libertad de investigación. Todas las leyes son rígidas. La palabra de los pastores y profetas es infalible. Estos ejercen un poder dictatorial en las congregaciones.

Si alguien le dice a un pentecostal que quizás en su mundo hay leyes, principios, tradiciones y prácticas que carezcan de fundamento bíblico, su reacción puede ser hasta violenta. Grita: " ¡Blasfemia"! Se descontrola; a menudo, se enfada. Su defensa más común es acusar a su "enemigo" de estar lleno de demonios. Cree que al haber dicho eso se ha ganado la batalla. No se da cuenta de que la suya es nada más que una estratagema evasiva psicológica y que no ha hecho defensa alguna de sus creencias.

Ahora bien, creemos que los avivados debieran tranquilizarse un poco y dejar de gritar blasfemador y endemoniado a todo aquel que no acepte su mensaje. Su deber es enfrentarse con valor a los que exigen que defiendan sus credos y prácticas, no con acusaciones pueriles que no resuelven ni prueban nada, sino con hechos y argumentos irrefutables. No se ve bien de su parte que sigan escondiéndose tras el personaje del Espíritu Santo. De que hablen mucho de ese ser divino no los justifica en sus creencias. No, en absoluto; es preciso que encuentren apoyo en las Escrituras.

Obedeciendo la amonestación del Espíritu Santo, hemos sometido a prueba a los espíritus de los pentecostales. Lo que hemos descubierto nos ha dejado atónitos y perplejos. No quisiéramos tener que sacarlo a la luz. Nos es penoso hacerlo pero no hay otra alternativa. Sabemos que entre las multitudes que profesan la religión pentecostal hay muchas personas sinceras, honestas y inclusive pastores que buscan de Dios deseando de todo corazón ser salvas. Oramos que éstas, al leer lo que en este folleto que presentamos, no se escandalicen sino que encuentren un camino más seguro de salvación. Sí, porque hay un camino más seguro que el que siguen los avivados. Ahora, si usted es pentecostal, humildemente le rogamos a que no se escandalice al considerar estas palabras, ni diga "el Señor reprenda al diablo", ni descarte usted este folleto hasta no haberlo leído todo. Su deber ante Dios es escudriñarlo todo, retener lo bueno y refutar lo malo (1 Tesalonicenses 5:21). Lo que hemos escritole es muy chocante, pero no teme. Léalo; analícelo con imparcialidad. Hágalo, aunque le cause muchos dolores en lo más profundo de su alma. No deje que le encierren su mente y espíritu en las celdas de prejuicios, egoísmo, intolerancia, fanatismo y orgullo religioso. Tenga presente el hecho de que ningún hombre o mujer es infalible, no importa cuántas veces diga que haya estado bajo la influencia del Espíritu Santo. Todos podemos equivocarnos. En cuanto al Espíritu Santo, podemos caer en errores, hasta creyendo que le tenemos en el corazón cuando tal vez la verdad sea que ni aun le obedecemos en lo más fundamental de su mensaje.

 

Algunos principios importantes

Al comienzo de este estudio, asentemos unos principios claves e irrefutables.

(1) El Espíritu Santo ha revelado todo lo que leemos en la Biblia.

(2) La Biblia es un libro inspirado mediante el cual se le comunica al hombre la voluntad de Dios.

(3) El Espíritu Santo no miente.

(4) El Espíritu no tuerce nunca la Palabra de Dios.

(5) El Espíritu Santo no se contradice nunca en sus revelaciones.

Todos los pentecostales aceptan estos principios. Dado que son verídicos, tanto para ellos como para nosotros, si demostramos que la teología y práctica avivada contradicen la revelación divina del Espíritu en la Biblia, que dará probado que los pentecostales no andan conforme a la verdad, y éso lo vamos a demostrar con pruebas abundantes e indisputables.

 

1. ERRORES EN EL CULTO AVIVADO

Empezamos con lo más sencillo, con lo que se puede palpar en todos los cultos avivados. Al entrar en una capilla de los pentecostales, lo que más nos impresiona es el ambiente de confusión y alboroto que prevalece. Comienzan orando todos a la vez en voz alta. Luego cantan coritos calientes ( ¡Asimismo los llaman ellos! ) al son de la música de panderetas, guitarras, baterías, maracas o cualquier otro instrumento que los miembros sepan tocar. A medida que se desarrolla el culto, se nota un incremento, a veces alarmante, de emocionalismo, y algunos se ponen a danzar, otros a gritar, a saltar, a correr, a tumbar bancos, a dar pisotadas o a revolcarse en el piso. Observamos que algunos, inclusive algunos de los pastores y copastores, entran y salen, conversan y se ríen hasta durante las oraciones. Algunos hablan lenguas extrañas; otros profetizan. Se nos dice que los miembros adoran de esa manera porque el Espíritu Santo está presente y dirige todo lo que se hace.

Ninguna persona libre de prejuicios y bien empapada de la doctrina bíblica aceptaría que el culto avivado fuera ordenado y dirigido personalmente por el Espíritu Santo. Dicho culto constituye una violación patente del mandamiento encontrado en 1 Corintios 14:40 donde el Espíritu Santo exhorta que todo se haga "decentemente y con orden". Acuérdese de que el Espíritu Santo, siendo de la misma naturaleza del Padre y teniendo el mismo criterio moral, es incapaz de contradecirse. Pues, si prohibe, en 1 Corintios 14:40 el alboroto y la confusión entonces no podrá promoverlo en los cultos de los avivados. Por lo tanto, concluimos que el Espíritu no es el autor o instigador de las cosas extrañas que pasan en las capillas de los pentecostales. Esta es una deducción simple, fundamental y, de cierto, totalmente ineludible. He aquí una declaración axiomática: dondequiera que haya confusión y alboroto, el Espíritu Santo no está. Por lo tanto, por duro que sea para los pentecostales aceptarlo, podemos aseverar, sin acarrear el más mínimo peligro de blasfemar, que el Espíritu Santo no los acompaña en sus cultos; no está presente y no los dirige.

Invitamos a los avivados a considerar lo que dice el Espíritu Santo en 1 Corintios 14:33. Conforme al texto referido "nuestro Dios no es Dios de confusión sino de paz". En cuestión de naturaleza, el Espíritu Santo no difiere en nada del Padre. Es decir, no es un Espíritu de confusión sino de paz. Pues, no es el Espíritu Santo que se da a conocer en los cultos avivados, sino otro espíritu que sí promueve la confusión. Llegamos a la conclusión sencilla e incontrovertible de que los pentecostales caen en un error grave al creer que el Espíritu Santo sanciona sus cultos de confusión y alboroto.

Otro factor igualmente importante para nuestro estudio es que el Espíritu Santo es un ser muy superior al hombre, más inteligente que nosotros, más santo, más poderoso y de más dignidad. Cuerdo, racional, consecuente y responsable en sus actos y palabras, refleja la grandeza infinita de Dios por medio de un comportamiento siempre decoroso. Cabe preguntar que si un ser de carácter tan noble podría ser, lógicamente, el autor de la confusión y el alboroto que reinan en los cultos avivados. Pues, claro que no, ya que estas manifestaciones son incompatibles con su carácter y porte.

Además, hay que tener presente el hecho de que el Espíritu Santo enseña el dominio propio (2 Timoteo 1: 7; 2 Pedro 1:6; 1 Corintios 14:9-40). No produce en nosotros la excitación emotiva tan grande que nos hiciera perder el dominio propio. De ser así, sería contradecirse as sí mismo; actuaría en contra de los principios que él mismo expone. No lo puede hacer. Es imposible que se manifieste en los cultos alborotosos ya que en éstos los participantes suelen perder el dominio propio. Esta, la característica más sobresaliente del culto avivado es incompatible con la naturaleza, el genio y las enseñanzas del Espíritu Santo. Por eso sabemos que el Espíritu de Dios no está presente en las capillas de los pentecostales porque éstos no andan conforme a la doctrina del verdadero Espíritu Santo..

Nos damos cuenta de que ya hemos dicho cosas terriblemente chocantes para los pentecostales. Son tan sensibles en todo lo que le concierne al Espíritu Santo que se escandalizan a la mera intimación de que estén equivocados. ¡Ojalá que no fueran tan sensibles! Dios quiera que al leer este estudio no se enfurezcan ni pierdan la fe sino que razonen con nosotros. Está en juego la salvación. Que sigan leyendo para que puedan gozar de la plenitud del Espíritu y conocerlo de verdad.

Para que uno llegue al conocimiento de la verdad, es preciso que se deshaga de su complejo psíquico respecto al Espíritu Santo. No puede desmayarse con miedo cada vez que se le ocurre que quizás alguna profecía, doctrina o acto no tenga la aprobación del Espíritu. Ni debe darle la espalda a uno que le llame la atención a posibles errores. Conviene reconocer que no todo lo que los pastores y profetas avivados le atribuyen al Espíritu son, en verdad, obras y manifestaciones de él. No comete pecado alguno al poner a prueba la práctica de los avivados, ni en resiste el poder dictatorial de los pastores ni en hacerle caso omiso a las interminables amenazas fuertes de éstos. Puede desencadenarse de estas doctrinas equivocadas que le atan a este sistema religioso humano. Puede conocer la verdadera libertad en Cristo.

 

2. ¿TIENEN LOS AVIVADOS EL ESPIRITU SANTO?

Dios sabe que no quisiéramos tener que decirlo, pero ya es tarde. En efecto, hemos declarado que los pentecostales ni aun tienen el Espíritu Santo. Es increíble que un pueblo cuya existencia misma se atribuye a la obra personal del Espíritu ni aun goce de la presencia ni de su poder, pero sobreabunda la evidencia de que el caso es precisamente así. ¿Será que los que más hablan del Espíritu pertenezcan son los que menos entienden sus obras, sus manifestaciones y sus dones? Sería una tragedia si esto fuera el caso.

Si las deducciones hechas hasta ahora son verídicas, si no es el Espíritu Santo que se mueve en los cultos avivados, entonces, ¿a qué poder o espíritu debiéramos atribuir las conmociones y manifestaciones de índole sobrenatural observadas cuando los pentecostales se reúnen para alabar a Dios? ¿No hablan ellos lenguas extrañas? ¿No imponen sus manos a los enfermos sanándolos? ¿No son una gente muy santa, apartada del mundo con sus vicios y dedicada a la oración ¿No son personas que pasan mucho tiempo en ayunos y vigilias, esperando firmemente que Cristo vendrá dentro de poco tiempo? Si hacen todo esto, ¿cómo es posible que estén impulsados por un espíritu que no sea el Espíritu Santo?

Podemos identificar correctamente al espíritu del culto avivado. Ya hemos observado que sus características más destacadas son la confusión y el alboroto y sabemos que el Espíritu Santo, por las razones ya presentadas, no puede ser la fuerza o influencia que pone a los filigreses a alborotar. Entonces ha de ser otro poder, o espíritu, el que se adueña de ellos. De nuevo, nos vemos obligados a darle expresión concreta en este estudio a una verdad que ya habrá saltado a la mente de todo investigador imparcial de los temas bajo análisis: si el espíritu que fomenta confusión y provoca alborotos no procede de Dios, pues no puede ser un espíritu bueno. Considerando las evidencias disponibles, el espíritu que obra dominándolos, empujándolos hacia el fanatismo, haciéndolos alborotar de manera escandalosa y hasta lastimándolos en lo físico, es nada menos que uno de los espíritus inferiores de error y del engaño enviado con órdenes específicas de sembrar confusión y crear divisiones entre los creyentes en Jesús, corrompiéndolos por medio de doctrinas y prácticas carentes de apoyo bíblico. Es el espíritu de emocionalismo descontrolado y de experiencias psíquicas religiosas que Dios no ha inspirado ni acepta.

Esta declaración desnuda el pentecostalismo. Los fariseos, al escuchar las palabras de Cristo, volvieron atrás (Juan 6:60-68). Dios quiera que los pentecostales tengan más valor que los fariseos y que puedan enfrentarse a la realidad. Es probable que a la mayoría de ellos les costará mucho trabajo, desvelos y no poca angustia de alma. Al, decirles que el espíritu que tienen no es bueno, se sentirán gravemente heridos. Puede que sufran hasta un trauma psíquico. Pero, tarde o temprano, tienen que reconocer que el espíritu que siguen no es el Espíritu Santo.

El espíritu del engaño

Pues, la realidad dura es que, pese a sus pretensiones, el espíritu al cual claman los avivados no es de Dios. Pero, ¿cómo es entonces que tantos millones creen en él? La razón básica no es difícil de discernir: estriba en que ese espíritu, con gran astucia y poder, se disfraza como el Espíritu Santo presentándose, mediante señales y prodigios mentirosos (2 Tesalonicenses 2:8-10), como un espíritu de luz y de justicia (2 Corintios 11:13-15). Su verdadera naturaleza se descubre, no mirando lo que aparenta ser, sino por medio de examinar, usando la Biblia como único criterio infalible, de sus actos y mensajes. Por lo general, el pentecostal sabe muy poca Biblia y éste es la causa principal de su fracaso ante el espíritu de error. Siendo ignorante en cuanto a las Escrituras, carece del conocimiento que le capacita para distinguir entre los espíritus. Cuando entra en escena el espíritu de error, le confunde con el Espíritu Santo. El espíritu malo, con su disfraz bien arreglado, encuentra, en seguida, albergue en el corazón del hombre que desconoce la verdad. Y si queda un poquito de superstición o espiritismo en ese corazón, le será hasta mucho más fácil hacerse pasar por el verdadero Espíritu de Dios. He aquí la combinación fatal que produce el pentecostalismo: (1) un corazón vacío en cuanto a la verdad pero deseoso de tener un encuentro con Dios, (2) por el otro un espíritu sagaz que sabe producir un encuentro impresionante que, al indocto, aparenta ser auténtico.

Casi todos los que se convierten al pentecostalismo son personas de poco estudio bíblico. Han leído la Biblia, pero no llegaron a entenderla. Usando su disfraz con la maestría de un actor dotado de grandes talentos, el espíritu de error, trabajando a través de los pastores que le sirven, engaña a tales personas con la misma facilidad con que un adulto engaña a un niño de dos o tres años Porque el niño es inocente, inmaduro y crédulo, sus padres le pueden hacer creer los cuentos más fantásticos. Porque el que busca de Dios en el pentecostalismo es, en términos de su desarrollo espiritual, tal como un niño, el espíritu de error el puede hacer creer que las manifestaciones fantásticas observadas en el culto avivado son del Espíritu Santo y que fuera del pentecostalismo no hay salvación.

La persona que acude a los templos avivados, o asiste a los cultos de una campaña auspiciada por los pentecostales, oye sermones sobre el pecado y su castigo, la perdición que prevalece sobre toda la faz de la tierra, el juicio venidero, el poder de Cristo para sanar y salvar y el bautismo del Espíritu Santo. Se le dice que Dios quiere aliviarle los sufrimientos, resolverle los problemas y quitarle las angustias a los hombres oprimidos bajo la esclavitud insoportable que imponen los vicios, las dolencias, el temor a la muerte, y los traumas, complejos y conflictos psíquicos que embotan la mente humana. Se le suplica que crea, que tome el paso de fe para que pueda ser salvo y reciba la sanidad. Porque contiene mucha verdad, es presentado con autoridad y promete mucho, este mensaje llega y convence a incontables miles de almas, satisfaciendo, por el momento, sus necesidades espirituales y emotivas. Al que lo acepta en un culto avivado le piden que alce la mano, luego que vaya al frente y que se hinque ante al altar. Oran por él, tal vez imponiéndole manos también. Le declaran salvo exhortándole repetidas veces a que dé gracias a Dios por su salvación y que alabe en voz alta el nombre de Cristo. Además, le brindan la oportunidad de testificar ahí mismo.

Aunque muchos de los que se convierten en los cultos y campañas pentecostales pasan al frente bajo la presión y excitación del emocionalismo evocado en el momento y nunca vuelven, hay otros que se entregan de todo corazón porque desean establecer relaciones permanentes con Dios. Estas son almas sinceras y honestas que quieren estar preparadas cuando el Señor vuelva. Aceptan a Cristo en el pentecostalismo, o porque su primer contacto con los evangélicos es con los del avivamiento, o porque encuentran que las otras iglesias protestantes, juntas con la Iglesia Católica siendo comidas del liberalismo doctrinal y moral, no suplen el alimento espiritual que al alma le hace falta. Lo triste es que, en el momento de arrodillarse ante el altar, sean tal cual ovejas empujadas, lenta pero inexorablemente, por poderosas fuerzas invisibles, hacia el precipicio de la destrucción. Son inocentes. Ni se imaginan lo que les espera en el pentecostalismo. No saben las Escrituras. Nada saben de las enseñanzas bíblicas sobre el Espíritu Santo, el hablar lenguas, el culto agradable a Dios, el sostenimiento de la obra y la organización de la iglesia. Por consiguiente, se les hace imposible juzgar con juicio sano e inteligente lo que les acontece.

En las campañas de los avivados, las personas sinceras que pasan al frente buscando la reconciliación con Dios se someten al dominio del pastor pentecostal. En sus manos están. Ignoran lo que tienen que hacer para ser salvas. El deber del pastor es enseñárselo. Si fuera un verdadero siervo de Dios, si, de veras, anduviera conforme al Espíritu, cumpliría con el deber de enseñarle a esas almas la sana doctrina lo cual, efectuándose, daría por resultado la salvación tanto de ellas como de sí mismo (1 Timoteo 4:16). Pero, ¡el pastor avivado no lo hace! Al contrario, se aprovecha de la ocasión para comenzar el procedimiento que, terminado meses o quizás años más tarde, dejará a esas almas completamente pentecostalizadas. En vez de predicarles el evangelio puro, les exhorta a que vayan a un templo de los avivados. Al ir, se inscriben en clases de candidato donde aprenden muchas doctrinas y prácticas humanas (En breve, las estudiaremos.). Pero el espíritu de error, citando un poco la Biblia, torciendo un texto allá, tergiversando otro acá, les persuadirá que todo el sistema pentecostal es bíblico. La mayoría se lo creerán, tragando interpretaciones extrañas y soportando abusos y sacrificios, inclusive la mercadería practicada extensa e incesantemente en las iglesias avivadas. Lo hacen porque no conocían la verdad, y, por lo tanto, cuando se enfrentan al error no lo reconocen sino que lo aceptan con entusiasmo creyendo que es la verdad. Al empaparse de la doctrina pentecostal, comenzarán a promulgarla con el mismo fanatismo de sus maestros. Se desarrolla un círculo vicioso, unos repitiendo a otros los que aprenden y éstos, a su turno, pasándolo adelante.

Así es, querido lector, que millones han llegado a creer en el espíritu de los pentecostales. Citando la Biblia, como el diablo se la citó a Cristo, hablando del amor de Dios (No debiera sorprendemos el que hable un espíritu de error del amor divino. ¿No se presentan los demonios como ángeles de luz? Pues hablan de las cosas bellas de Dios para hacer aparentar que proceden de él.) y prometiendo salvación y sanidad divina, ese espíritu los ha persuadido a que entren en su redil. Engañarlos le fue fácil porque no sabían la verdad ni conocían al verdadero Espíritu Santo.

Y ahora, ¿qué? Pues, permanecen en el engaño porque ese espíritu impostor, manteniéndolos bajo su dominio, no permite que aprendan la verdad. A una medida asombrosa, logra aislarlos dentro de los confines de su propio sistema religioso. Los hace creer que los avivados, y solo los avivados, poseen la plenitud del Espíritu, que las demás iglesias están muertas, que no hay salvación en ellas, que sólo los avivados tienen las señales y los dones del Espíritu y que sólo ellos viven en santidad. Creyendo esto, se llenan de prejuicios, se vuelven intolerantes y, sin darse cuenta, ¡cuánto lamentamos tener que señalarlo! se encierran a sí mismos tras las paredes de su propia ignorancia y egoísmo. Haciéndolo, cometen uno de sus errores más grandes. Su fanatismo les rinde incapaces de razonar con calma e imparcialidad sobre lo que les ha acontecido en el ámbito religioso.

El proceso del engaño es ahora completado. Impulsados por sus necesidades espirituales, acudieron a los pentecostales. Oyeron dulces palabras que prometían mucho. Se sintieron atraídos y se entregaron, pero, ¿a qué? No lo sabían con exactitud. Fueron endoctrinados creando fuertes convicciones y prejuicios. De estos, fueron forjadas las cadenas que les atan al pentecostalismo. ¡Cuán difícil es romper esas cadenas! Sólo lo sabe Dios y los que, superando todo obstáculo para aprender por fin la sana doctrina, han salido del pentecostalismo.

Pero, ¿cómo es posible que millones de personas estén equivocadas con ese espíritu del error? No es tan difícil. No se debiera subestimar ni el poder del espíritu de error ni la credulidad de los hombres. Considere a los 650,000,000 que se adhieren a la doctrina católica romana, haciéndole reverencia al papa, adorando imágenes y creyendo en el purgatorio. ¿Están engañados? Y, los millones que siguen ciegamente a los falsos profetas Elena White, Russell, Rutherford, Mita y Branham de los "Jesús Solo". Los, pentecostales creen que todos éstos están perdidos. ¿No dice Cristo que "muchos son llamados, y pocos escogidos» (Mateo 22:14). Por lo tanto, de que hay un número muy grande de avivados no quiere decir que ese espíritu haya venido de Dios. El éxito de un movimiento religioso en ganar convertidos no prueba que tenga el apoyo de Dios. Si juzgáramos sólo a base de números, los Católicos y Musulmanes nos ganarían la razón.

Ahora, usando la Biblia, quitémosle al espíritu avivado lo que le queda de su disfraz, y le queda mucho, para que todos vean. Lo dejaremos a ese espíritu desnudo ante los ojos de todos para que no haya excusa y ninguno diga en el día de juicio que no cumplimos con nuestro deber.

 

3. ERRORES EN CUANTO A LENGUAS EXTRAÑAS

Para los pentecostales, una evidencia indisputable de que gozan de la plenitud del Espíritu Santo es la de que hablan lenguas extrañas. Desconociendo el significado verdadero del don de lenguas, creen que su experiencia es igual al que tuvieron muchos cristianos de la época apostólica. Sin lugar a dudas, es una experiencia sobrenatural, excitante y llena de misterio la que ellos tienen. Por eso, se la atribuyen al Espíritu Santo. Pero, no es de él; no es la misma que tuvieron los cristianos primitivos. Los pentecostales simplemente no pueden hablar lenguas extrañas como lo hacían los apóstoles.

Analícelo bien. Llegado el día de Pentecostés, los apóstoles recibieron el Espíritu Santo y "comenzaron a hablar en otras lenguas" (Hechos 2:4). Esas lenguas eran los idiomas actuales hablados por las multitudes a las que los apóstoles dirigían la palabra. "Cada uno les oía hablar en su propia lengua". Hechos 2:6. Cuando los que se congregaban se dieron cuenta de que todos los que hablaban eran galileos, se preguntaron: "¿Cómo, pues, les oímos nosotros hablar cada uno en nuestra lengua en la que hemos nacido"? Hechos 2:8. No habían nacido en lenguas angélicas o estáticas, sino en los idiomas de los países de donde procedían. Los apóstoles, recibiendo el don de lenguas, hablaban esos idiomas a perfección. Eran "hombres sin letras y del vulgo" (Hechos 4:13); y sin haber aprendido otras lenguas, las hablaban con gran desenvolvimiento y completa fluidez. He aquí una demostración auténtica de lo que significa hablar, por el poder sobre natural de Dios, lenguas extrañas.

Según 1 Corintios 12:7-10, 30, no todos los cristianos primitivos hablaron lenguas extrañas. Los que recibieron el don tenían que usarlo, o para proclamarle el evangelio a los inconversos (Hechos 2:1-8), o para edificar a la iglesia (1 Corintios 14:1-28). Lo usaron para hablar revelación, ciencia, profecía y doctrina (1 Corintios 14:6). Al predicar u orar en lenguas en la presencia de quienes no las entendieron, tenían que usar intérprete (1 Corintios 14:1-28). De no haber uno, que tradujera, tenían que callarse (1 Corintios 14:28). En las reuniones de las iglesias apostólicas no más de tres podían hablar en lengua extraña (1 Corintios 14:27). Aun así, les fue ordenado que hablaran por turno (1 Corintios 14:27), viéndose en esta regla cómo el Espíritu Santo quería que todo se hiciera "decentemente y con orden" (1 Corintios 14:40).

Fíjese bien, estimado lector, en las citas bíblicas que hemos dado. No las usamos para confundirle, sino para dejar bien esclarecido este tema de las lenguas extrañas. ¿Cuántos de los que pasan al frente en las campañas pentecostales saben que estos textos existen? Bueno, ni aun se supone que lo sepan ya que no se le exige al pecador que haya aprendido toda la Biblia antes de poder arrepentirse y entregarse a Cristo. Pero, ignorando estas verdades sobre el don de lenguas, quedan expuestos al peligro de ser engañados. El espíritu de error, encontrando un corazón sin la protección de la verdad, no tarda en obrar en ellos el engaño. Así es que el alma no suspicaz cae víctima de sus artimañas, creyendo que el hablar extático de los avivados es el don auténtico de lenguas extrañas. No lo es. Veamos cómo la teología y la práctica de los pentecostales contradicen la revelación del Espíritu Santo sobre lenguas extrañas.

Todos hablan y no por turno

Al asistir a una reunión de los avivados, observamos que muchos, tanto mujeres como hombres, tanto niños como adultos, hablan lenguas todos a la vez. No hablan sólo dos o tres, sino muchos. Tampoco hablan por turno, sino muchos a la vez. De inmediato, entendemos que son culpables de infringir la ley divina. Obviamente, no están acatando las ordenanzas más sencillas y enfáticas del Espíritu Santo sobre el uso del don de lenguas. Parece increíble que pasen por alto instrucciones tan elementales. El que lo hagan demuestra el poder engañador del espíritu de error, un ser capaz de impedir que no entiendan frases tan rudimentarias como "no más de tres" y "por turno".

No usan intérpretes

Al seguir comparando la práctica avivada con la Biblia, descubrimos que existen todavía más discrepancias entre la una y la otra. Por ejemplo, los pentecostales hablan lenguas sin interpretarlas. Transpasando audazmente el mandamiento explícito del Espíritu Santo, no se callan si no hay intérprete.

Exigen que todos hablen lenguas

Además, casi todos los líderes pentecostales' en sus exposiciones doctrinales sobre el don de lenguas, enseñan que el creyente, no queda sellado con el Espíritu Santo, o sea, que no da evidencia indisputable de haber sido bautizado con el, Espíritu, hasta no haber hablado lenguas. Esta doctrina es uno de los rudimentos del, pentecostalismo. Según, la teología de los avivados, todo el que acepta a Cristo, tarde o temprano, tiene que hablar lenguas, aunque hable unas pocas sílabas, nada más. Si no lo hace, le miran con sospecha como si tuviera algún pecado secreto que impidiera la manifestación del don. Al que no suelta la lengua con facilidad, le dan terapia especial. A veces, Se le dice que repita rápidamente alguna palabra o frase tal como "séllame, séllame". Si esto no da resultado, quizás le cojan y le den vueltas hasta que se maree y pierda control tanto de su cuerpo como también de sus facultades racionales. 0, tal vez le pongan a gritar alabanzas a Dios, a bailar y a brincar hasta no más poder. 0, es posible que le manden a hincarse ante el altar diciéndole que ore y ore y ore esperando con mucha fe que Dios le concediese el don. En todo esto se equivocan. El don de lenguas no era para todos (1 Corintios 12:7-10, 30). Por ejemplo, no hay evidencia alguna de que los 3,000 convertidos en el día de Pentecostés (Hechos 2:1-47) hablaran lenguas. En ningún texto bíblico encontramos que los líderes de la iglesia primitiva tuviesen que enseñarle a los cristianos cómo hablar lenguas extrañas. La mera idea de recibir el don mediante un proceso pedagójico es absurda ya que el hablar lenguas fue un poder otorgado por Dios, no una habilidad adquirida en clases dedicadas al estudio de lenguas. Y todavía más absurdas son esas mañas pueriles empleadas por los pastores avivados para lograr que sus súbditos pierdan el dominio propio y hablen lenguas estáticas. No pedimos excusas por esta manera de expresamos. Al contrario, la usamos deliberadamente, para hacer que el pentecostal vea cuán ridículos, cuán necios y cuán antibíblicos son esos esfuerzos humanos de inducirle, a la brava, al creyente a que hable lenguas. ¿Dónde en la Biblia se lee de que los apóstoles le dieran vueltas a los creyentes para que recibiesen el Espíritu? ¡ Inaudito! ¿Cuál texto de la Biblia le autoriza al creyente a buscar el don de lenguas por medio de la repetición de frases tales como "séllame"? ¡Ninguno! ¿Enseña la Biblia que el don Dios se le concede al creyente al pasar éste interminables horas en ayunos, vigilias y súplicas? ¡De modo alguno! ¿Qué tiene que hacer el creyente para recibir el don? ¿Saltar? ¿Alabar a Dios, gritándole como si fuera sordo? ¿Bailando hasta caer exhausto? Nada de esto aparece en la Biblia. Sin embargo, todo esto es muy común en la religión de los pentecostales. ¡Cuán lejos es su práctica de las normas inviolables asentadas por el Espíritu Santo en las Escrituras! De cierto, tenemos razón al declarar que los avivados no saben lo que es el don de lenguas, ni para quiénes era, ni para qué fue dado, ni cómo fue obtenido, ni cómo había que usarlo. Si enseñan errores sobre el don de lenguas y si desobedecen todos los mandamientos que el Espíritu ha dado sobre dicho don, ¿cómo podemos pensar que more y se mueva en ellos el verdadero Espíritu de Dios?

Muchos, quizás por naturaleza, o tal vez porque no mantienen sus facultades mentales en un estado de alerta, se sugestionan fácilmente. Es decir, tienden a dejar que sus mentes caigan bajo la influencia y el dominio de espíritus más agresivos. Tales personas, al someterse al espíritu de los avivados, hablan lenguas estáticas en seguida. A otros les cuesta más trabajo. Buscan y buscan y buscan. Claman a Dios con lágrimas. Con angustias indecibles le ruegan que los bautice con el Espíritu para que digan por lo menos unas pocas palabras en lenguas extrañas. Sienten una presión tremenda. Ayunan. Pasan horas alabando a Dios en voz alta, saltando y palmoteando. Piden y reciben la imposición de manos la cual los pastores suelen administrar con tanta violencia que queda aplastada la cabeza y torcido el cuello. Hasta salen en busca de los pastores de más renombre pensando que tal vez por su mediación reciban el poder. Nadie sabe cuántas frustraciones y desilusiones sufren, ni cuántos bochornos pasan, en su esfuerzo de hablar lenguas. Y, ¿por qué lo hacen? Porque la doctrina pentecostal exige la señal de las lenguas como prueba indispensable de que el creyente haya sido bautizado con el Espíritu Santo. Esa es una doctrina falsa, y la madre de muchos otros errores, como ya hemos visto. Dios no exige que todo creyente hable lenguas. Nos enseña que nacemos del Espíritu, o sea, que, figurativamente, recibimos el bautismo del Espíritu, cuando nos llenamos de la Palabra, sumergiéndonos en las verdades, la vida y las influencias benéficas del Espíritu (Léase Juan 3:1-7; Santiago 1:18; Romanos 8:1-16; Efesios 5:18) y dando frutos espirituales (Gálatas 5:22-26).

Una sola suposición errónea puede engendrar muchos errores. Esto mismo le ha pagado a los pentecostales. Asumiendo que el don de lenguas es para todos los que creen, han inventado varias estratagemas psicológicas, pero antibíblicas, para lograr que todos lo hallen. A fin de desarrollar el, ambiente de emocionalismo sin el cual difícilmente se manifestaría el espíritu de lenguas, dejan que todos hablen a la vez. Esto lleva a otro error, a saber, el de causar más ruido, confusión y desorden en el culto. A veces el clamor que levantan es tan grande que se puede oír hasta medio kilómetro, o más, del lugar de reunión. Esto, pese a lo que opinen los pentecostales, no le agrada a Dios, pues él no es Dios de confusión sino de paz (1 Corintios 14:33). Tampoco le cae bien a los vecinos quienes se ven obligados a soportar el bullicio del culto alborotoso hasta altas horas de la noche. En no pocas ocasiones, los incrédulos, hartos del ruido y de la gritería, han llevado a los avivados a las cortes. Los denunciados sufren oprobios y persecuciones, padeciendo, no "por causa de la justicia", sino por haber hecho el mal (1 Pedro 3:14-17), pues sus lenguas estáticas y sus cultos ruidosos Dios no los ha ordenado. Sin embargo, los pentecostales, no dándose cuenta de su error, se glorian cuando otros los persiguen. Los indoctos e incrédulos dicen que están locos porque hablan todos a la vez. El Espíritu Santo, previniendo que asimismo reaccionarían, prohibió el hablar más de uno a la vez. Léase 1 Corintios 14:23-28.

Todavía otro error cometen los avivados al decir que el propósito primordial del don de lenguas es dotarle al adorador con la capacidad de alabarle a Dios mediante un lenguaje celestial. Citan la 1 Corintios 14:2 según el cual "el que habla en lenguas no habla a los hombres, sino a Dios". Caen en el error común de no tomar en cuenta todo el pasaje. Pablo explica claramente por qué el que hablaba en lenguas en la iglesia en Corinto no hablaba a los hombres. Dice: "Pues nadie le entiende". Y, ¿por qué no? Porque el que hablaba lenguas no usaba un intérprete. 1 Corintios 14:1-28. Por consiguiente, los que le escuchaban no entendían nada. Dios sí podía entender, pues entiende todo idioma y, por lo tanto, no necesita que le hablemos en alguna lengua que no sea en la que nacimos. El propósito de todo lo que Pablo escribe en 1 Corintios 14:1-28 es instruirle a los Corintios en el uso del don de lenguas. Repetidas veces, exhorta a que lo usen para edificación de la iglesia. Si, por falta de un intérprete, no podían cumplir con ese propósito, tenían que callarse. Los pentecostales, da pena decirlo, no han entendido esta verdad. Cometen los mismos pecados señalados por Pablo en la iglesia de Corinto, añadiendo todavía más errores que ni aun había en aquella congregación descarriada. ¿Cómo podían enredarse en tantas y tantas asunciones equivocadas, doctrinas contradictorias y prácticas escandalosas? Sólo el espíritu de error podría obrar un engaño tanto complejo como completo.

A continuación le presentamos un análisis conciso de las contradicciones entre la doctrina bíblica y la práctica avivada que hasta ahora hemos descubierto a la luz.

EL ESPIRITU SANTO ENSEÑA
LOS PENTECOSTALES ENSEÑAN

1. que no más de tres pueden hablar. 1 Cor. 14:27.

-En los cultos avivados hasta cientos de personas hablan a la vez.

2. que se hable por turno. 1 Cor. 14:27.

-Los pentecostales no hablan por turno.

3. que se calle si no hay intérprete. 1 Cor. 14:28.

-Los pentecostales no usan intérpretes ni tampoco se callan.

4. que las lenguas sean usadas para la edificación de la iglesia. 1 Cor. 1 Cor. 14:1-28.

-Las lenguas de los pentecostales no edifican.

5. que siempre se hablen palabras bien comprensibles. 1 Cor. 14:9.

-El hablar extático de los avivados no se puede traducir ni se puede entender. Es un sonido incierto.

6. que algunos, no todos, recibieron el don de lenguas. 1 Cor. 12:8, 31.

-Según los pentecostales, todos los que aceptan a Cristo deben hablar lenguas.

7. que el poder de hablar lenguas extrañas es un don de Dios.

-Que se puede aprender cómo hablar lenguas extrañas.

Todos estos factores nos llevan a cuestionar la validez de las lenguas que hablan los avivados. A éstos no les debiera parecer cosa extraña el que dudemos de que sus lenguas sean las mismas que hablaron los apóstoles en el primer siglo. Si usaran el don conforme a las instrucciones del Espíritu Santo tal vez no habría tanto que justificara nuestras sospechas. Pero, su práctica no se ajusta en nada a la estipulada por el Espíritu Santo en la Biblia.

De hecho, los pentecostales no hablan lenguas extrañas. ¡Ni aun hablan lenguas! He aquí su error más grande respecto al don de lenguas: no han comprendido que "lenguas extrañas" no quiere decir lenguas celestiales o angélicas sino idiomas terrenales hablados por el poder sobrenatural del Espíritu Santo. El espíritu de dones ficticios, aprovechándose de su ignorancia, los mueve a hablar lenguas estáticas (también llamadas carismáticas). Hablándolas, los pentecostales creen tener una experiencia tal como la de la iglesia primitiva. Están muy equivocados.

"Estáticas" es un término derivado de éxtasis y se aplica a las lenguas de los avivados porque éstas se hablan estando el que habla en un trance o éxtasis, es decir, en un estado descontrolado de excitación. Entregándose al espíritu de emocionalismo que obra en el pentecostalismo, el adorador avivado pierde el dominio sobre los miembros de su propio cuerpo, inclusive la lengua. Ya no es dueño de si mismo; es otro espíritu el que ahora manipula su cuerpo y alma. En esto tenemos la explicación de por qué actúa como una persona demente. (No se escandalice, amigo pentecostal.) Ese otro espíritu le tira al suelo, le pone a bailar, le hace llorar, gritar, correr y gesticular de manera descontrolada y le hace dejar salir de la boca sonidos confusos que carecen totalmente de significado. Esos sonidos, compuestos, en la mayoría de los casos, de sílabas sueltas tomadas del mismo idioma del que habla, son las lenguas extrañas de los pentecostales. No son ni lenguas angélicas ni idiomas, sino lenguas estáticas. El que cae en un éxtasis y las habla tiene, sin lugar a dudas, una experiencia rara, excitante, conmovedora y mística. Tal vez no sea capaz de entender lo que le pasa. En su alma y cuerpo siente el vaivén de fuertes corrientes espirituales psíquicas. En su ignorancia lo atribuye todo al Espíritu Santo. Pero, su experiencia, por duro que le sea aceptarlo, no es válida delante de Dios. Fuerzas poderosas de error la provocan. Por lo tanto, no es de sorprenderse que los frutos de dicha experiencia sean los malos de sonidos vacíos, profecías vanas y actos torpes, ridículos y antibíblicos.

¡Dios nos libre del espíritu de lenguas estáticas! No queremos las experiencias engañosas que él ofrece. Preferimos hablar siempre palabras bien comprensibles (1 Corintios 14: 9). Esas lenguas estáticas, ¿para qué sirven? Por ellas, no se revela ningún mensaje, no se aprende nada ni se recibe edificación (1 Corintios 14:6). No se pueden interpretar porque no son lenguas verdaderas. No nos preparan para la batalla porque no son nada más que sonidos inciertos (1 Corintios 14:7-11). Si uno ora en ellas no podemos decir el amén porque no sabemos lo que se haya orado. De hecho, no se ha orado nada. No podemos orar ni podemos enseñar usando lenguas estáticas por la razón de que los sonidos de dichas lenguas no comunican ningún pensamiento o petición racional. Dios es un Ser sumamente racional y perfectamente cuerdo. El que piensa alabarle mediante lenguas estáticas afrenta su dignidad e inteligencia suprema. ¿Quién, estando delante de su trono celestial, se atrevería a saltar y a correr locamente, a aullar como un animal salvaje y a balbucir sonidos ininteligibles? Tales acciones son del todo incompatibles con la naturaleza y la grandeza del Dios Todopoderoso.

Uno de los errores más grandes de los avivados es el de darle más importancia a sus experiencias psíquicas espirituales que a la misma Palabra Divina. Debieran aprender que ninguna experiencia, por elevada y edificadora que sea, es válida si contradice las normas establecidas por el Espíritu Santo para la vida cristiana, el culto a Dios y la obra evangelística.

A los pentecostales les gusta hablar de sus experiencias. Siempre están dando testimonios, contando sueños 37 hablando de lo que el Espíritu Santo supuestamente les ha revelado en visiones. Pero, no suelen someter sus testimonios, sueños, visiones, lenguas y trances a un examen crítico, usando la Biblia para determinar su veracidad, o la falta de ella. Por eso, no le da trabajo al espíritu de error obrar su engaño en ellos.

El éxtasis que experimenta el pentecostal no es de Dios. Lo sabemos porque lo que hace y dice el pentecostal bajo el poder de su éxtasis va contrario a la Biblia. Si no es de Dios, entonces ¿cómo se produce? Una combinación complicada de factores psicológicos y espirituales lo producen: la expectativa viva de que una fuerza sobrenatural sé va a manifestar, el deseo ardiente de experimentar sensaciones extrañas y la necesidad imprescindible de hablar lenguas para que le acepten de Reno preparan el corazón del avivado para el recibimiento del poder. Ya está sugestionado. Luego el ritmo acelerado de la música instrumental, los coritos calientes, los palmoteos entusiastas, las patadas, los gritos, las alabanzas, la imposición de manos y las oraciones en voz alta crean un ambiente de emocionalismo desmandado, ruido ensordecedor y caos espiritual. Sometido a las influencias poderosas de tales fuerzas emotivas, saturado desde la cabeza hasta los pies de las asunciones y esperanzas de los avivados y rodeado por los que le animan a que suelte las riendas de su espíritu, no es de maravillarse que el que desea una experiencia espiritual sobrenatural caiga en un estado de éxtasis. "Suelta la lengua. ¡Suéltala! ", exhorta el pastor avivado. No sabe lo que dice la Biblia; no acepta la amonestación conforme a la cual no debiéramos soltar la lengua diciendo- palabras incomprensibles (1 Corintios 14:7-11).

Si los pentecostales dejaran de usar guitarras, panderetas, tambores, maracas y otros instrumentos de música en sus cultos, si dejaran de orar usando vanas repeticiones (Mateo 6:7) y si hicieran todo decentemente y con orden (1 Corintios 14:40), el espíritu de éxtasis y de lenguas estáticas no se manifestaría. Los pentecostales saben que cuando no viene el músico sus cultos están "muertos". "Muertos" sí porque el espíritu de emocionalismo no se presenta. Si se detuvieran un momento en su carrera frenética para meditar sobre las implicaciones de esta anomalía, comprenderían que su espíritu de lenguas estáticas responde al son de la música de los instrumentos, pero que el verdadero Espíritu Santo no depende de tales artefactos mundanos. El espíritu de error se manifiesta poderosamente cuando reina el ambiente de emocionalismo, pero su poder mengua notablemente cuando todo vuelve a lo normal. Aun durante los cultos, los pastores le mandan a callarse y se calla. Al son de una campana se calla. Los miembros se tranquilizan y toman sus asientos. Con otros gestos los pastores pueden, en cuestión de segundos, reavivar a ese espíritu. Si ese espíritu fuera, de veras, el Espíritu Santo, los pastores no lo manipularían de ese modo arbitrario. Piénselo, amado lector, y el Señor le de entendimiento en estas cosas.

Algunos pentecostales hablan lenguas estáticas una sola vez. Otros las hablan solo en los cultos. Unos pocos las pueden hablar, haya o no haya el ambiente de excitación y entusiasmo religioso. En este último grupo, que abarca muchos católicos pentecostales y miembros de iglesias "muertas" que han recibido "la promesa", operan fuerzas psicológicas más o menos iguales a las que están presentes comúnmente en las iglesias avivadas: el deseo de hablar lenguas, la expectativa ardiente, oraciones largas repletas de repetidas peticiones que Dios envíe su Espíritu y el esfuerzo deliberado de lograr que se trabe la lengua con el resultado de que salgan sonidos raros. El que ha oído muchas lenguas estáticas y las ha hablado, puede hablarlas aun estando a solas. Se pueden aprender. Entre los neopentecostales hasta hay libros de instrucciones sobre cómo hablarlas. Oyéndolas mucho, se graban en la subconsciencia. Luego, aparecen de repente al nivel del pensar consciente cuando se ora o se habla del Espíritu Santo, sus obras y manifestaciones. Ahora bien, estimado lector, fíjese en que los miembros de la iglesia primitiva que recibieron el don de lenguas extrañas no tenían que aprender las lenguas. Este fue precisamente el milagro: ¡que podían hablar a perfección, no lenguas estáticas, sino otros idiomas sin haberlos aprendido o ni siquiera oído! (Hechos 2:4-11). Usaron su don para evangelizar entre los de otras lenguas (Hechos 2:4-11) y para edificar la iglesia (1 Corintios 14:1-28), no en devociones privadas. Muy lejos de esta práctica es la de los pentecostales.

Si el pentecostal que dice hablar lenguas pudiera, al llegar a las tierras de los rusos, hablar sin acento ni errores gramaticales el idioma ruso, no habiéndolo estudiado antes, nos daría pruebas definitivas de tener el don sobrenatural de lenguas. Hasta no hacerlo, seguiremos afirmando que no tiene nada más que un don ficticio, el de lenguas estáticas.

EL ESPIRITU SANTO ENSEÑA
LOS PENTECOSTALES DICEN

1. que las lenguas extrañas son otros idiomas.

-que las lenguas extrañas son lenguas angélicas, o lenguas estáticas.

2. que el don de lenguas extrañas fue dado para que la iglesia evangelizara y recibiera edificación.

-que el don fue dado para que el hombre alabara a Dios en el lenguaje extático.

3. que el poder de hablar otros idiomas Dios se lo dio, como le parecía bien, a algunos creyentes de la iglesia primitiva. 1 Cor. 12: 1-10, 30.

-que el poder de hablar lenguas estáticas se puede adquirir escuchando a otros que ya lo tienen, o que el poder le es dado al que ayuna y ora mucho.

¿Se ha dado cuenta usted, amado lector, de que los pentecostales están cien por ciento equivocados en cuanto a las lenguas extrañas. Ni siquiera una doctrina bíblica tienen sobre el don. Creyendo en experiencias y testimonios mas que en la Biblia, han caído en la red de engaños tendida por Satanás. Desenredarse de ella será una hazaña merecedora de no poca admiración.

Antes de dejar este tema, al pentecostal le suplicamos que considere todavía otro punto: ¿Cómo puede el Espíritu Santo, actuando consecuentemente, darle el don de lenguas a iglesias tan diferentes como lo son la Católica, las protestantes y las pentecostales? A nuestro parecer, no lo puede hacer, pues él no se contradice ni aprueba el pecado. Miles y miles de católicos que todavía cometen idolatría, oran en el nombre de María, se sujetan al papa y celebran la misa, también hablan lenguas. ¿Tienen ellos el Espíritu Santo? ¡Imposible! No tienen nada más que el mismo don ficticio de lenguas estáticas que han recibido los pentecostales. Y, los líderes y miembros de las iglesias "muertas", ¿no han recibido miles de ellos "la promesa"? Innegable. Pero, ¡son muy liberales! ¡Toleran la inmoralidad! ¡Bailan, fuman y toman! Y, ¿hablan lenguas? Sí, las mismas lenguas estáticas que hablan los pentecostales. Además, se sabe que algunos de los que siguen a Mahoma, como también algunos de entre los paganos del oriente y los animistas del Africa, hablan lenguas estáticas. En fin, este fenómeno no se manifiesta exclusivamente entre los avivados sino aparece dondequiera que existen la ignorancia, la superstición, el fanatismo y el entusiasmo religioso. En cambio, en la iglesia primitiva, el hablar otros idiomas sin haberlos estudiado era una señal única y exclusiva. Ningún pagano o sectario podía imitarla.

Hasta aquí en este estudio hemos analizado dos grandes errores del pentecostalismo: 1. la confusión y el alboroto en el culto y 2. la manifestación de lenguas estáticas. Estos dos errores mayúsculos, juntos con las otras muchas doctrinas, prácticas, hipótesis y asunciones equivocadas que han salido de ellos, demuestran claramente y terminantemente que el espíritu de los pentecostales no es, ni puede ser, el Espíritu Santo, Dios sabe que quisiéramos terminar este folleto ahora mismo sin tener que descubrir a la luz más errores, pero sentimos la responsabilidad de seguir desenmascarando el espíritu de engaño que tiene al pueblo pentecostal amarrado y sojuzgado. Deseamos poner en libertad a ese pueblo. Los pastores avivados que viven del sistema religioso pentecostal a lo mejor impugnarán nuestros motivos sanos, tratando de desacreditarnos. Con todo, no podrán impedir a que muchos de sus feligreses vean la gloriosa luz que emana sólo de la verdad.

 

4. ERRORES EN CUANTO A LA SANIDAD DIVINA

Los avivados, todos sin acepción, tienen que hablar lenguas. Asimismo todos tienen que creer en la sanidad divina, es decir, que Dios, honrando la fe y respondiendo a la oración del que le pide, sana milagrosamente toda clase de enfermedad en los que le siguen. Creen que se puede sanar hoy como Cristo sanaba durante su ministerio terrenal. Sus evangelistas destacados reclaman haber hecho, por el poder de Cristo, grandes milagros de sanidad y ofrecen muchas pruebas que consideran irrefutables. ¿Podrá ser que estén equivocados? ¿Que sus "milagros" no sean auténticos? ¿Que no sanen como Cristo y los apóstoles sanaron? ¿Será que en esto también el espíritu de error les ha engañado? Toda la evidencia disponible indica que si, que los avivados, pese a lo mucho que discuten el tema, no saben lo que es un verdadero milagro de sanidad ni entienden las doctrinas bíblicas sobre el por qué de enfermedades, qué enlace existe entre el pecado y la enfermedad, y qué es el propósito divino respecto a curaciones sobrenaturales. Humildemente, se le suplica al lector que pese en la balanza de la verdad las razones que nos han llevado a esta conclusión. Al escudriñar las evidencias presentadas, el que lee debiera tener presente lo siguiente: que no se está poniendo en tela de juicio el poder de Dios, pues todos sabemos que El puede hacer milagros de sanidad, ya que el todopoderoso; más bien se están sometiendo a prueba las reclamaciones audaces de los avivados quienes alegan que Dios está usándolos para efectuar sanidades milagrosas.

Campañas de sanidad y de milagros

Dado que las grandes campañas de sanidad son tal vez la manifestación pública más espectacular de los avivados, tenemos a bien analizarlas cuidadosamente. Observamos que todos los pentecostales le dan mucha publicidad a tales campañas. Pero, sus promovedores más incansables, como es de esperarse, son los mismos evangelistas que las predican. En las hojas sueltas que distribuyen, en los periódicos y revistas, en los rótulos en las calles y en los anuncios de radio y televisión, siempre hacen sobresaltar los términos "MILAGROS" y "SANIDADES DIVINAS". Si han ganado fama es probable que sus propios nombres, desplegados en letras grandísimas, tomarán casi todo el espacio del anuncio. Crean organizaciones, semejantes a las agencias publicitarias que respaldan los cantantes famosos y grupos teatrales, usándolas para promover sus campañas y recaudar fondos. Hacen uso de atracciones tales como combos, cuartetos, tríos y otras agrupaciones musicales. En dichas campañas de sanidad no faltan mesas y anaqueles llenos de libros revistas, discos, cintas magnetofónicas -grabadas y otros artículos que los miembros del equipo ofrecen al público no suspicaz. La impresión que producen estas campañas es la de un circo religioso con la actuación del sanador como atracción estelar. Aunque esta comparación le parezca al lector demasiado denigrante, a nosotros nos parece mas que acertada, pues el ambiente de excitación extravagante, la expectativa de presenciar actos espectaculares, las reclamaciones fantásticas y los trucos engañosos de los magos y la buhonería de los estafadores, todos tienen sus contrapartes en las grandes campañas de sanidad divina.

A los pentecostales el bullicio y las actividades de sus campañas todo les parece normal. La mayoría de ellos, habiendo salido del mundo o de la iglesia católica, o habiendo nacido dentro del pentecostalismo, no han conocido nada mejor. Ni aun entra en sus corazones la sospecha de que hubiese algo antibíblico en sus prácticas. Inocentones e ignorantes en cuanto a las Escrituras (Perdone que se lo tengamos que decir así.), sus mentes son las tierras fértiles donde con más éxito se siembran las semillas del engaño. Pero, al oír la verdad, seguramente muchos se despertarán porque son personas inteligentes y honestas.

Razonemos juntos. ¿Cuál de los apóstoles o profetas de la iglesia primitiva predicó una campaña de milagros y sanidad divina? ¡Ninguno! Todos predicaron a Cristo, no ofreciéndole sanidad a todos, sino hablándoles de la sangre redentora. ¿Viajaba Pablo por las provincias del Imperio Romano anunciándose como el Reverendo Sanador de Enfermedades o el Evangelista Internacional Hacedor de Milagros? ¡Inaudito

Ni Pablo, ni los otros evangelistas de aquellos tiempos antiguos, se glorificaban a sí mismos como Sanadores enviados por Dios, ni se daban títulos pomposos (Mateo 23:5-12). Eran promovedores del evangelio y del reino espiritual. ¿Cuántos formaron grandes agencias de publicidad? Cristo, una y otra vez, hasta mandó a algunos que sanó a que no divulgasen a otros lo que les había acontecido (Mateo 9:30; Marcos 5: 43). ¿Cuántos anduvieron acompañados de combos y tríos? ¿Cuántos vendían artefactos religiosos, testimonios y pañuelos ungidos? Amado hermano, aunque leyera su Biblia entera cien veces, no encontraría ejemplo alguno de tales actividades y procedimientos en la iglesia primitiva. ¡El silencio de las Escrituras dice mucho!

En las campañas de los avivados también se predica la salvación en Cristo, pero es obvio que el énfasis mayor recae en la sanidad divina. No había tal énfasis en la iglesia apostólica. Quiere decir que los pentecostales han errado al darle más énfasis a la sanidad del cuerpo físico que a la del alma. "Cristo sana y salva" es el lema de los pentecostales. En esta expresión "sana" precede "salva" como si tuviera hasta más importancia. Los avivados negarán que así sea, pero estamos para creer que en su subconsciencia quizás lo tenga.

Una preocupación psicótica por la sanidad del cuerpo

No sólo en las campañas de sanidad, sino también en sus cultos ordinarios y en sus vidas cotidianas, los pentecostales demuestran una preocupación exagerada, casi psicótica, por la salud de sus cuerpos carnales. En muchos, esta preocupación se convierte en obsesión. Si se enferman y Dios no los sana en seguida, se vuelven locos tratando de averiguar por qué. Brincan de iglesia en iglesia. Van en busca de los pastores más famosos. Ayunan. Ansiosamente registran sus vidas a ver si hay algún pecado secreto que no le hayan confesado a Dios. Se desesperan. Se creen pecadores. Deducen que su fe es demasiado débil. Pasan noches enteras en vigilias, súplicas y llantos buscando más santificación. Son prisioneros de sus propios sentimientos, miedos y preocupaciones, castigados por las incertidumbres y dudas que les atacan cada vez que se enferman o tienen que soportar alguna adversidad.

Sanidad para todos los creyentes

¿Por qué reaccionan así cuando tienen que sufrir enfermedades? He aquí la razón principal: los pastores les han enseñado que Dios ha prometido sanar a todo el que crea. Este es uno de los errores más grandes propagados por los líderes avivados. Es cruel esta doctrina desvariada pues ofrece lo que Dios no ha prometido. Constituye una de esas vanas esperanzas con las cuales los pastores atraen a los inocentes y que usan también para alimentar a las almas ya sometidas bajo su dominio. Produce mucha aflicción de espíritu entre los pentecostales sinceros quienes se sienten frustrados, decepcionados y deprimidos cuando no reciben la sanidad que con tanta insistencia piden.

Dios no ha dicho nunca que sanaría a todos los enfermos que, creyendo, acudieran a El. Dando a conocer su falta de entendimiento, los pastores avivados interpretan las palabras: "Y por su llaga fuimos nosotros curados" (Isaías 53:5), como una promesa divina literal de que Dios nos sanaría todas nuestras enfermedades. No comprenden que la curación perfecta que el Mesías haría universalmente disponible es la de índole espiritual que Dios promete a toda alma arrepentida y lavada en la sangre del Cordero. Es la sanidad del alma la que Dios le ofrece a todos, no la sanidad del cuerpo físico.

Los pentecostales alegan que Dios prometió darle al hombre, mediante el sacrificio expiatorio de Cristo, no sólo la salvación sino también la salud. Según ellos, la salud que pierde el hombre a causa del pecado la puede recobrar creyendo en el Señor y pidiendo en oración la sanidad divina. Cuidadosamente registrando las Escrituras, no encontramos texto alguno que apoyara esta teoría. En cuanto a la carne con sus aflicciones, debilidades y enfermedades, la Biblia nos enseña que mientras vivamos aquí 1 en la tierra en estos tabernáculos de barro tendremos que sufrir, pequemos o no pequemos (2 Corintios 5:1-9). Todos, inclusive los siervos más fieles y activos de Cristo, tarde o temprano, se enfermarán, o se envejecerán, y morirán (a menos que Cristo aparezca antes. En tal caso serán transformados. 1 Corintios 15:51, 52; 1 Tesalonicenses 4:13-18). Al ser transformados en la resurrección, el Señor los revestirá de cuerpos espirituales, gloriosos, poderosos, incorruptibles e inmortales (1 Corintios 15:42-58; Filipenses 3:20,21; 1 Juan 3:2; 2 Corintios 5:1-9). Pero, solo la muerte nos librará de estos cuerpos -débiles de sufrimiento que nos sirven como moradas terrestres durante esta vida. El pentecostal no tiene tal concepto de su existencia terrenal. Aparentemente, espera que, si tiene una fe que no flaquea, Cristo le guardará de todo peligro, de todo accidente y de toda enfermedad. Está muy equivocado. Sus conceptos erróneos y sus falsas esperanzas le enredan en un sistema de religión cuya preocupación primordial parece ser la sanidad divina del cuerpo mortal. Cristo nos gula a niveles más altos y conceptos más puros de la vida enseñándonos a que, despreocupándonos de lo carnal y de lo mundano, miremos las cosas que no se ven (2 Corintios 4:17,18), es decir, lo espiritual, inclusive el cuerpo glorioso espiritual que tendremos en la resurrección si en esta vida andamos conforme al Espíritu, no conforme a la carne.

Cristo dijo a los apóstoles: "Sobre los enfermos pondrán sus manos, y sanarán". Marcos 16:18. No dijo: "Sobre todos los enfermos pondrán sus manos, y todos serán sanados. Organizaran campañas de sanidad y de milagros, formaran círculos de oración y grupos que oren en cadena y venderán discos, revistas y pañuelos ungidos para que todos los enfermos que crean en mí sean sanados". El Señor no se expresó nunca de manera tal. Sin embargo, los pentecostales interpretan Marcos 16:18 más o menos así. Asimismo interpretan los textos que se refieren a dones de sanidades (1 Corintios 12:9,30), predicando a gritos que todos los que tienen suficiente fe, Dios los sanará. El que alteren de manera sustancial el significado de referidos textos prueba que no han comprendido el designio y las promesas de Dios tocante a la sanidad divina, ni han tomado en cuentas las obras de Dios en la iglesia primitiva.

El propósito del don de sanidad

Analicémoslo. Según Hebreos 2:3, 4, el propósito singular que tenía Dios al manifestar su poder mediante señales, prodigios y milagros no era aliviar los sufrimientos de todos los cristianos, curar sus enfermedades y remover todo obstáculo de su camino, sino dar testimonio indisputable a la divinidad del evangelio. Marcos dice que la Palabra fue confirmada "con las señales que la seguían" (Marcos 16:20). Su observación sencilla revela el propósito principal de señales tales como los milagros de sanidad: no lo era la curación de todos los que creyeran, sino la confirmación de la Palabra. Cuando los pentecostales lleguen a entender el verdadero propósito de los dones sobrenaturales, dejarán de considerarlos la manifestación más importante del cristianismo y de buscarlos locamente como si fueran el remedio infalible para todos sus males.

Pablo enfermo y afligido

Leyendo la historia de la iglesia primitiva, vemos que Dios no obraba sanidad en todos los miembros que se enfermaron. Si su promesa hubiera sido la de sanar milagrosamente a todos los que tuvieran fe abundante en Cristo, ciertamente habría sanado al que más fe tenía, al apóstol Pablo. Pero, a éste, pese a sus tres peticiones, le dejó con el aguijón en la carne (2 Corintios 12:7-9). Como si eso fuera poco, Dios no evitó a que Pablo sufriese muchos reveses y calamidades en el mismo ministerio de la Palabra. Testifica Pablo: "De los judíos cinco veces he recibido cuarenta azotes menos uno. Tres veces he sido azotado con varas; una vez apedreado; tres veces he padecido naufragio ... en peligro de ríos, peligros de ladrones.." y la lista sigue (2 Corintios 11: 24-28).

Si Pablo, con todas sus enfermedades y aflicciones y esa historia de azotes, naufragios y peligros, hubiera caído en manos de los pentecostales, éstos posiblemente le hubieran tenido por endemoniado. Su teoría es: "almas salvas en cuerpos sanos". Hasta predican que Cristo, siendo él mismo perfecto, no mora en cuerpos enfermos. Según su modo de ver las cosas, enfermedades, accidentes, tragedias y problemas de toda clase evidencian la existencia de algún pecado secreto, o la falta de consagración o tal vez que uno no esté dando el diezmo completo. Si a Pablo le juzgáramos a base de tal criterio, tendríamos que concluir que era pecador, un hombre sin fe y, por lo tanto, carente de la protección divina. Pero, sabemos lo que los avivados debieran aprender, a saber: que Cristo no rechaza morar en cuerpos enfermos y afligidos y que el poder de Dios hasta "se perfecciona en la debilidad" (2 Corintios 12:9) como lo demuestra de una manera brillante y convincente el caso de Pablo.

Para el pentecostal, el cristiano ideal es uno que, teniendo una fe grande que le protege en todo momento, no se enferma. Si, por casualidad, se enferma, o sufre un accidente, Dios le sana de inmediato. Los demonios no le molestan. Es un ser superior con un cuerpo siempre robusto y sano. Esta imagen confusa y equivocada de cómo debiera ser el cristiano ideal produce en los pentecostales, abatidos por enfermedades y sujetos a la muerte tal como todos nosotros, frustraciones, ansiedades y temores indecibles. El cristiano ideal es el que, manteniéndose en santidad, acepta con resignación, pero con la expectativa viva de pasar un día a un mundo mejor, toda prueba que le sobrevenga. Aunque caiga en el lecho con cáncer, no se desespera, ni se impacienta, ni pierde la fe al no recibir sanidad divina, sino que reconoce que tanto las enfermedades como la muerte misma son del todo inevitables. Sabe que si Dios quiere sanar lo hará y que lo puede hacer instantáneamente, pero deja todo en las manos de Dios como lo hizo Cristo cuando oró en Getsemaní que el Padre hiciera pasar de él la copa amarga de sufrimientos que le esperaban (Mateo 26:36-46).

Otros que no fueron sanados

Además de Pablo, había otros obreros de la iglesia primitiva que, estando enfermos, no fueron sanados milagrosamente. Considere el caso de Epafrodito (Filipenses 3:19-28), el de Timoteo (1 Timoteo 5:23), quien padeció de "frecuentes enfermedades", y el de Trófimo a quien Pablo dejó "en Mileto enfermo" (2 Timoteo 4:20). A éstos no les faltaba fe en Cristo Entonces, ¿por qué no fueron' sanados? Pablo tenía el don de sanidad (Hechos 28:7-10). ¿Por qué no les impuso manos para sanarlos? Porque el designio de Dios no era nunca sanar a todos los creyentes, como no lo era tampoco matar a todos los mentirosos e hipócritas (Hechos 5: 1-11) ni cegar a todos los que impidieran la predicación de la verdad (Hechos 13:4-12). Algunos, no todos, fueron sanados, algunos muertos y algunos cegados para señal a los inconversos y a la iglesia de que Dios sí era el Autor del evangelio y el Fundador de la iglesia. Todo esto pone en perspectiva correcta el don de sanidades.

Testimonios

En aquellos tiempos apostólicos, algunos recibieron el don de sanidades y obraron, por la imposición de manos, curas milagrosas. Los pentecostales alegan recibir del Espíritu Santo los mismos poderes. Circulan entre ellos innumerables testimonios de curaciones sobrenaturales, según los cuales los cojos andan, los ciegos ven y los que padecen de úlceras, cánceres, pulmonía, artritis y toda suerte de dolor son librados de los espíritus malos de enfermedades. Sometidos a pruebas rigurosas, esos testimonios, por sinceras y honestas que sean las personas que los presentan, fracasan. Siempre hay algo que impide a que los aceptemos sin reservas como iguales en autenticidad y credibilidad a los milagros relatados en la Biblia detalles dudosos, evidencias insuficientes corroborativas, falta de testigos oculares, exageraciones patentes, condiciones y resultados según los cuales no pudo haber milagro alguno, etcétera. Tememos de que el pentecostal, deseando con todo su ser, ver o experimentar personalmente algún milagro, sufra de autosugestión y autoengaño. Su fe fanática en los sanadores de renombre le deja ciego e incapaz de juzgar sin prejuicios lo que sus ojos ven y sus oídos oyen. A continuación, sometemos para la consideración imparcial del lector algunas pruebas que sostienen estas aseveraciones.

Orando sólo por los sordomudos.

En una campaña de sanidad divina llevada a cabo en el estadio Hiram Bithorn en San Juan, Puerto Rico, el famoso pastor norteamericano oró la' primera noche sólo por los sordomudos. ¡Sólo por los sordomudos! ¿Por qué por ellos y no por los otros afligidos? ¿Hay precedente bíblica que justificara tal procedimiento? Pues, claro que no. Pero, al pentecostal, deseoso de ver milagros y arrebatado por el frenesí de emocionalismo siempre presente en las grandes campañas, nunca se le ocurre que orar solo por cierta categoría de enfermos, rechazando a los otros o pidiendo que vuelvan la próxima noche, que se va a orar por los cojos, o por lo ciegos, o por los que tienen cánceres, es una estratagema sin sentido y no poco cruel. Aquella noche, los cojos, ciegos, víctimas de cáncer, artritis, etcétera, quedaron sin las oraciones intercesoras del sanador simplemente porque a él se le antojaba orar sólo por los sordomudos.

La oración de milagros

El pastor en esa campaña le dio mucha importancia a lo que llamaba la oración de milagros. Sería el acto culminante de toda la reunión, el momento espectacular cuando Cristo sanaría a los sordomudos. Ordenó a que todos cerraran los ojos y alzaron los dos brazos hacia el cielo. Cuando comenzó a orar, sus gritos explosivos resonaban en todo el estadio. A Dios le gritó y le gritó y le gritó como si fuera el Padre mismo un sordomudo. Respiró aire y siguió reprendiendo a gritos a los demonios y demandándole a Dios que sanase en aquel mismo instante a los sordomudos. Los que han estado en tales campañas saben que no exageramos, que, en verdad, es difícil encontrar palabras adecuadas para describir la conmoción, la excitación, la tensión, el suspenso y las fuerzas psicológicas que se dejan sentir cuando el sanador ha alcanzado lo que es para él y sus simpatizantes su momento de gloria, la oración de milagros.

Registre su Biblia bien, amado lector. ¿Habla ese libro sagrado de oraciones de milagros? ¡De modo alguno! Ni Cristo ni los apóstoles tenían que orar inmediatamente antes de sanar a los enfermos. Para ellos la oración, como acto ritual, no era indispensable en sus milagros. Teniendo dentro de sí en todo momento el verdadero don de sanidades, con sólo pronunciarlos sanados, curaron milagrosamente, en cualquier momento y en cualquier lugar, a los afligidos. Considere el caso del cojo de nacimiento (Hechos 3:1-10). Pedro y Juan no le oraron ni le invitaron a una campaña de sanidad sino que, encontrándole ahí a la puerta Hermosa del templo judío en Jerusalén, Pedro "tomándole por la mano derecha le levantó; y al momento se le afirmaron los pies y tobillos". El sanador pentecostal no puede obrar así. Tiene que montar grandes campañas de sanidad, desarrollar en los asistentes un emocionalismo casi histérico y luego orar a gritos. Aun cuando lo ha hecho todo, descubrimos que sus "curaciones milagrosas" no son dignas de comparar con las de la Biblia.

El sordomudo no fue sanado

Por ejemplo, aquella noche, el primer testimonio fue dado por una señora que llevó a la tarima a su hijo de siete años. El sanador norteamericano, no pudiendo hablar español, conversó con ella mediante un intérprete. Le preguntó que si su hijo Jamás había dicho siquiera una palabra. Respondió ella en voz bajita, pero claramente audible: "Ha dicho unas pocas". Pero, ni el pastor ni los miles de pentecostales presentes tomaron en cuenta esta parte clave del testimonio. De inmediato, el sanador gritó, sin haber pedido que se le tradujeran las palabras de la señora, que el niño nunca había podido pronunciar siquiera una palabra. A él sí la multitud oyó. Oyó, lo que quería oír y comenzó a alborotarse más. Fíjese bien, lector imparcial, cómo se introduce el engaño. Dice el pastor: "Vamos a ver el milagro que Dios ha obrado en la boca y los oídos de este niño". Se para frente al muchacho, bien cerca de él, y le dice que repita la palabra "papá". El niño dice: "Mamá". Aunque parezca increíble que el pastor con los miles de avivados presentes no se diesen cuenta de que el niño no repitió la misma palabra que le fue dicha sin embargo, eso es precisamente lo que pasó. Lo que todos querían oír era algún sonido que procediera de la boca del niño y cuando lo oyeron se volvieron casi histéricos gritando alabanzas a Dios. No se acordaron de que, según la misma madre del niño, él había podido repetir unas pocas palabras, ni comprendieron lo que significaba el hecho de que el niño no repitió la misma palabra que le fue dicha. El pastor siguió diciéndole al niño que repitiera mama o papá. A veces, el muchachito acertaba; a veces, no. Luego el pastor le dijo a la madre y a la multitud: "El niño ha sido sanado. Ahora tendrá que aprender a hablar". Todos los avivados aceptaron a ciegas esta explicación porque, como ya hemos observado, no saben, desafortunadamente, lo que es un verdadero milagro. Si ese niño hubiese sido sanado, no se hubiera equivocado al repetir las palabras. Además, hubiera podido pronunciar palabras de más de una o dos sílabas. En fin, como el sordo mudo sanado por Cristo "hablaba bien" (Marcos 7:31), así mismo este muchacho hubiera podido hablar libremente usando el vocabulario de un niño de siete años. No fue sanado. No hubo milagro alguno. Sólo una serie de engaños, los frutos del fanatismo, superstición e ignorancia que prevalecen en las campañas de, los sanadores pentecostales. Palabras duras éstas, pero, sin lugar a dudas, justificadas por los hechos incontrovertibles.

Este no es un caso aislado, ni un sólo fracaso entre muchos éxitos. Podemos presentar testimonios también, los testimonios de padres cuyos hijos sordomudos fueron declarados sanados en campañas de avivamiento y sanidad divina. Según los padres, sus hijos siguen iguales.

Orando por los cojos

El sanador norteamericano que no pudo sanar al niño sordomudo tampoco pudo sanar a los cojos. Anunció que en la próxima reunión de la campaña oraría por los cojos. Aquella noche entraron en el estadio muchos que usaban bastones y muletas con unos pocos que andaban en sillones de ruedas. En vez de predicar el evangelio puro y sencillo cosa que nunca llegó a hacer el evangelista disertó sobre los milagros de la Biblia, el poder sanador que tiene Cristo y la presencia del Espíritu Santo en el estadio, temas que siempre emocionan a los avivados y que preparan el ambiente para la oración de milagros. Diez minutos antes de orar, el sanador comenzó a darle instrucciones a los cojos, diciéndoles que durante la oración de milagros alzasen sus bastones, muletas y sillones de ruedas hacia el cielo. Las poderosas fuerzas de sugestión, activas desde el inició de la campaña, ahora aumentaban notablemente. Muchos (El que lee, entienda.) levantaron sus muletas y bastones al aire varios minutos antes de la oración de milagros y se quedaron así sin apoyarse en esos instrumentos. Quiere decir o que se sanaron antes de la oración de milagros o que, en primer lugar, no les hacía mucha falta sus muletas y bastones.

¿Sanidad divina o sanidad psicosomática?

No dieron testimonio ni evidencia alguna de haber recibido sanidad antes de la oración. Entonces, ¿qué sucedió? Pues, obviamente, no eran cojos de verdad. ¿Estamos acusándoles de engañadores y, mentirosos? En absoluto. Seamos imparciales y estudiemos todo con cuidado. Existen muchas dolencias y aflicciones que no son orgánicas, 1 es decir, que no tienen su origen en defectos o enfermedades del cuerpo físico mismo. Más bien se originan en la mente, siendo causa das por complejos psicológicas, inquietudes, preocupaciones de toda índole, problemas matrimoniales, el sentimiento de impotencia ante las demandas de la familia, o la escuela, o la sociedad o la vida en general, tragedias tales como la muerte inesperada de un familiar muy amado, etcétera. La lista no tiene fin. Cuando una enfermedad o aflicción cae en esta categoría se le llama psicosomática, palabra que los pentecostales debieran aprender para que no sean engañados tan fácilmente cuando se manifiestan los espíritus de prodigios mentirosos (Mateo 24:24; 2 Tesalonicenses 1-10, 30. El término es una combinación de psico (lo que es de la mente) y somático (lo que es "corpóreo en un ser animado") y significa, en el contexto médico-siquiátríco, que la mente enferma, a menudo produce enfermedades en el cuerpo, aunque éste físicamente esté saludable. La ira, hace que se aumente la presión cardíaca y' que el bazo vacíe sus flúidos en los canales sanguíneos. La inhabilidad de resolver problemas o la incapacidad de soportar responsabilidades produce úlceras. La depresión mental resulta muy dañina tanto al cuerpo como al cerebro. Condiciones psicóticas de la mente, inclusive traumas emotivas, enferman al cuerpo, causando, en no pocos casos, mareos, fatiga, ceguera, cojera, alta presión, migrañas, etcétera y, en casos extremos, la muerte. Los médicos nos dicen que más del 50 por ciento de las camas en los hospitales están ocupadas por personas que padecen de aflicciones psicosomáticas. Ahora bien, cuando estos individuos logran vencer sus problemas psíquicos-espirituales, desaparecen, como por milagro, sus aflicciones físicas. Pero, su curación repentina no es sobrenatural, aunque al indocto parezca serlo. Al contrario, obedece a leyes psíquicas-somáticas bien definidas y del todo naturales. El siquiatra o el psicólogo que las sigue hace que los ciegos vean y los cojos anden. Pero, logra curas de esta naturaleza sólo entre los que sufren de condiciones psicosomáticas. Al cojo o al ciego de nacimiento no lo puede curar. Tampoco lo puede hacer el sanador pentecostal. Jamás en la vida se ha visto que un pastor o evangelista dedicado a la práctica de la sanidad divina curase instantáneamente a un cojo o ciego de nacimiento. Sanan sí, a veces, pero sólo a los que padecen de enfermedades y aflicciones psicosomáticas. Lo hacen infundiéndole fe al enfermo y ¡fe es precisamente lo que más le hace falta! -fe en sí mismo, fe en Dios, fe para enfrentarse a la realidad. Si el enfermo de causas psicosomáticas rompe las cadenas forjadas de temores, preocupaciones, ansiedades y depresiones mentales, y cree con toda su alma que está bien, que está curado, se desvanecerán en seguida sus aflicciones físicas. Se declarará sanado. Al sanador le entregará sus muletas o bastón o sillón de ruedas, Con júbilo y a gritos, el sanador dirá que se ha efectuado un gran milagro y las multitudes consentirán. No obstante, sabemos que no hubo ningún milagro auténtico; solo el alivio o la curación de enfermedades psicosomáticas. Pero, los avivados no lo ven así. El impacto entre ellos de tales "curaciones" es tremenda. Creen que Cristo está obrando entre ellos y lo toman todo como una señal inequívoca de que el pentecostalismo es la única religión verdadera.

Aquella noche, cuando se oró por los cojos, algunos que padecían de aflicciones psicosomáticas entregaron sus muletas y bastones al sanador. A uno sus hermanos le ayudaron a pararse y luego su sillón de ruedas se lo llevaron a la tarima. El que lo había estado usando no se lo llevó. No pudo. No hizo como el paralítico de Betesda quien, recibiendo sanidad "al instante", "tomó (él mismo) su lecho, y anduvo" (Juan 5: 1-11).

Culpando al enfermo

Todo aquel a quien le faltaba una pierna o un brazo, o que era cojo de nacimiento, o que sufría de cojera no psicosomática, salió de la campaña tal como había llegado; no recibió sanidad. Este es el testimonio de testigos oculares. ¿Por qué no fueron sanados esos cojos? El sanador y los pentecostales dirían que no tenían fe, o que tenían demonios o que sus pecados lo impedían. Siempre culpan al pobre enfermo; ésta es su escapatoria. ¡Debieran culparse a sí mismos, pues no es la fe del enfermo la que sea indispensable para milagros, sino la del que sana en el nombre de Cristo! Considere, de nuevo, el cojo de Hechos 3:1-10. Ese hombre, sufriendo de defectos congénitos, no esperaba un milagro ni daba evidencia alguna de fe en Cristo o en los apóstoles. A Pedro y a Juan no les pedía que le sanasen, sino que "les rogaba que diesen limosna" (Hechos 3:3). Fue entonces que Pedro, sin exigirle fe al cojo, sin predicarle a Cristo, le dijo: "En el nombre de Jesucristo de Nazaret , levántate y anda" (Hechos 3:6). ¿Cuál de los dos, Pedro o el cojo, había conocido a Cristo? ¿Cuál tenía fe? ¡Pedro, no el cojo! Ningún sanador avivado jamás ha podido duplicar este milagro obrado por Pedro en el nombre de Cristo. ¿Por qué? 0 no tienen suficiente fe o no tienen el don de sanidades. Ahora bien, tienen fe, a menos que sean impostores o estafadores de la peor clase. Pues, lo que no tienen es el verdadero don de sanidades. Tienen poder, el poder de hombres bien adiestrados en el manejo de grandes multitudes, el poder de dominar las mentes de sus oyentes, el poder de infundir fe, de crear un ambiente positivo de entusiasmo y expectativa, el poder hipnotizador de sugestionar y convencer, pero no tienen el poder de sanar instantáneamente y a perfección a los que sufren de enfermedades y aflicciones orgánicas o defectos congénitos.

Sanando al instante

Del cojo sanado por Pedro en el nombre de Cristo se dice que "al momento se le afirmaron los pies y tobillos" (Hechos 3:7). "Al momento", no días, semanas o meses más tarde. El muchacho lunático "quedó sano desde aquella hora" (Mateo 17:18). El hijo del oficial del rey fue sano en la misma hora que el Señor le pronunció sanado (Juan 4:46-53). Cuando Cristo le dijo al paralítico de Betesda: "Levántate, toma tu lecho, y anda", "al instante aquel hombre fue sanado" (Juan 5:1-9). Cuando Cristo tocó a un leproso, "al instante, su lepra desapareció" (Mateo 8:1-4). El criado del centurión "fue sanado en aquella misma hora" cuando Cristo dijo "sea hecho" (Mateo 8:5-13). ¿Por qué no pueden sanar así los avivados? ¿Por qué exhortan a los que acuden pidiendo sanidad a que creen que la han recibido y que le den gracias a Dios, glorificando su nombre, por el milagro cuando no hay evidencia alguna de que se haya efectuado una curación sobrenatural? ¿Por qué le mandan a los afligidos a sus casas con instrucciones de esperar creyendo que Dios los sanara? No sanan al instante. No tienen dones de sanidades.

¿Por que no saltan, ni alaban a Dios?

El cojo de nacimiento, sanado, "se puso en pie y anduvo; y entró con ellos en el templo, andando, y saltando, y alabando a Dios" (Hechos 3:8). Repetidas veces, hemos observado que los que supuestamente reciben sanidad a manos de los avivados que reclaman tener el poder, no saltan ni alaban muchos Dios. ¡Que diferencia grande es la que hay entre las señales hechas por los apóstoles y las que hacen los pentecostales!

¿Por qué no se llenan de asombro y espanto?

Cuando, en aquellos tiempos de Cristo y la iglesia primitiva, hombres y mujeres presenciaron verdaderos milagros de sanidad, la Biblia dice que "en gran manera se maravillaban" (Marcos 7:37) y "se llenaron de asombro y espanto" (Hechos 3: 10). No así reaccionan los que asisten a las grandes campañas de sanidad llevadas a cabo hoy día. Hemos visto que muchos, tanto creyentes como incrédulos, demostrando bastante indiferencia y descuido, abandonan los lugares de dichas campañas precisamente durante esos momentos cuando están dándose testimonios, o se está imponiendo manos a los enfermos, o se les está ungiendo con aceite. No se van llenos de espanto y asombro. Parece que su preocupación más grande es llegar pronto a las salidas para evitar el tropel que se forma al salir miles a la vez. El espectáculo está llegando a su fin; se hace tarde y quieren irse a sus casas. Sinceramente, su reacción es una prueba más de que la mano milagrosa de Dios no se está dejando ver entre los avivados en el ámbito de sanidades divinas.

Exigimos pruebas irrefutables

Cuando los sanadores avivados comiéncen a curar milagrosamente a los cojos y ciegos de nacimiento, a aquellos cuyos cuerpos están torcidos, encorvados, o gastados a causa de cánceres, pulmonía u otras tales enfermedades, a los cuyas manos o piernas han sido amputadas, a víctimas de accidentes, a los que padecen de distrofia muscular, artritis reumatoide, corazones defectuosos y aflicciones todavía peores; cuando sanen al instante y a perfección, cuando lo hagan aun sin exigirle fe al enfermo, cuando dejen de equivocarse, pronunciando sanados a los que obviamente no han experimentado sanidad divina, cuando desistan de promover sus campañas como si fueran presentaciones teatrales o algo como un circo religioso, y cuando cesen de usar sus campañas para hacer mercadería, tanto el mundo incrédulo como los cristianos que no se dejan engañar fácilmente los tomarán más en serio. Hasta que no lo hagan, hasta no presentarnos pruebas más convincentes, los tendremos por hombres engañados y engañadores, peligrosos en extremo, pues, aunque alivien los sufrimientos de algunos que padecen de enfermedades psicosomáticas, mediante sus señales y prodigios mentirosos, hacen que se descarríen multitudes de personas quienes, carentes de conocimiento bíblico, no saben lo que es un milagro, ni pueden probar inteligente e imparcialmente el sistema pentecostal de religión. Quizás algunos sean sinceros; quizás no estén conscientes de que obedecen a espíritus de error. Fuese como fuese, todos debieran comprender que la sinceridad no suaviza ni quita el error y que todo ser humano está en el deber de probar a los espíritus (1 Juan 4: 1), evitando así ser usados por los astutos y poderosos espíritus de engaño.

5. NOTAS HISTORICAS SOBRE EL PENTECOSTALISMO

Por desmoronado que les resulte contemplar la ruda verdad, los avivados no tienen el don de lenguas extrañas ni tampoco el de sanidades divinas. Probar, como lo hemos hecho, que, de cierto, no los tienen, es sacarle a su religión el corazón mismo, dejándole sin lo que le da vida. Para ellos, esta es una operación extremadamente dolorosa, hasta traumática, tal vez fatal para algunos, pero necesaria, pues les hace falta un corazón nuevo, un corazón libre de engaños, supersticiones y de un emocionalismo desbordado, un corazón lleno de conocimiento, sabiduría y el poder de dominio propio.

¿Cómo pudieron los pentecostales llegar a creer que tuvieran dones sobrenaturales? Todo empezó cuando, a comienzos de este siglo, unas pocas personas tales como Charles Fox Parham, Sinclair, Crawford y W. J. Seymour cometieron el error mayúsculo de concluir que el Espíritu obra hoy mediante dones espirituales tal como lo hizo en el primer siglo de esta época cristiana. He aquí la doctrina que le proporcionó a Satanás una oportunidad especial para la introducción de dones ficticios y señales mentirosas. Creyendo que los dones Dios se los había prometido a todos los que se los pidiesen, Parham, Sinclair y otros empezaron a buscarlos con ahínco. Pese a sus esfuerzos, no recibieron los dones verdaderos del Espíritu Santo porque nunca era el designio de Dios concedérselos a los cristianos de esta época. Pero, impulsados por su convicción, como también por su deseo desbordante de ver señales, siguieron buscando. Por fin, primeramente uno, luego otros, lograron agitarse y excitarse tanto en sus súplicas insistentes e interminables que Dios les dieran dones que perdieron el dominio propio y, entrando en un estado de éxtasis autoinducido, hablaron lenguas estáticas. En su ignorancia y credulidad, creyeron que habían recibido el don de lenguas extrañas. Testificando a otros de sus experiencias extrañas, convencieron a muchos. Más y más y cada vez más personas aceptaron la explicación, completamente errónea e ilógica, de que dichas experiencias eran manifestaciones del Espíritu Santo, la prueba definitiva para ellos de que el Espíritu Santo seguía obrando mediante dones espirituales. Así fue sembrada la mala semilla que ha producido hay incontables errores doctrinales, cultos alborotosos, dones ficticios, señales mentirosas, dictaduras espirituales, más mercadería religiosa y el engaño y la opresión de un pueblo que busca de Dios por caminos equivocados. Todo sentimiento y toda experiencia psíquica, espiritual o física debiera juzgarse por la Palabra infalible de Dios, pero los primeros pentecostales le dieron más importancia a lo que sentían que a lo que dicen las Escrituras. Sus descendientes, cuan numerosos son, siguen cometiendo el mismo error hoy día. A pesar de siempre llevar consigo una copia de la Biblia, son muy inexpertos en la Palabra (Hebreos 5:11-14). Al parecer, no la estudian mucho. Prefieren dar y escuchar testimonios, contar sueños, hablar lenguas estáticas y profetizar.

 

6. LA CESACION DE LOS DONES ESPIRITUALES

Estimado lector, al declarar que los dones sobrenaturales no son para los cristianos de hoy día, no estamos poniéndole trabas a Dios (cosa imposible de todos modos) ni blasfemándole al Espíritu Santo, sino exponiendo lo que enseñan las Escrituras. Textos tales como Marcos 16:17 ("Estas señales seguirán a los que creen".) nada dicen sobre la duración de los dones. Pero, hay otros que sí revelan la voluntad de Dios sobre este particular. Según 1 Corintios 13:8-13, los dones cesarían antes de que cesaran la fe y la esperanza. La fe y la esperanza cesarán cuando Cristo venga. Pues, los dones cesarían antes de la venida del Señor, no con su venida. ¿Cuándo? "Cuando venga lo perfecto", dice 1 Corintios 13:10. No "el perfecto", masculino, como si se refiriera a Cristo, sino "lo perfecto", neutro. "Lo perfecto" es una referencia directa a lo que era "en parte". Lo que era, en aquel tiempo, "en parte" no era Cristo mismo sino el conocimiento de la voluntad divina y las profecías (1 Corintios 13:8-10), pues cuando Pablo escribió su primera carta a los Corintios no toda la verdad había sido revelada. El Espíritu Santo, cumpliendo con su encomienda de guiar a toda la verdad (Juan 16:13), seguía, hasta fines del primer siglo, añadiendo ciencia divina y profecías al conocimiento que comenzó a revelar en el día de Pentecostés (Hechos 2:14). Escrito el libro de Apocalipsis en 96 D.C., terminó el Espíritu su trabajo. Quedó revelada toda la verdad. La promesa dada a los apóstoles fue cumplida (Juan 16:7-14). Vino "lo perfecto", el testamento perfecto (Santiago 1:25), el nuevo pacto. Ya no veía el hombre oscuramente, como por espejo, ni era como un niño, o, conociendo sólo en parte (1 Corintios 13:11,12), sino podía, mediante la revelación completa de la nueva y perfecta ley, comprender todo el designio de Dios para las edades. Los que enseñan entre los avivados interpretan mal la frase "lo perfecto" en 1 Corintios 13:10, aplicándola a Cristo en su venida. A base de una interpretación que no se ajusta al contenido y el propósito del texto, hacen una deducción errónea, a saber: que los dones durarían hasta la venida de Cristo. Su exégesis del pasaje es del todo equivocada.

Según Efesios 4:7-13, los dones fueron dados a algunos miembros de la iglesia primitiva "hasta que" (adverbio de tiempo que limita la duración de una cosa) todos llegaran "a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto". Los cristianos primitivos no tenían, durante las primeras décadas de la iglesia, la unidad de la fe. Es decir, no tenían la misma medida de revelación divina sobre doctrinas y prácticas. Paulatinamente, el Espíritu Santo, a través de los dones espirituales, dio a conocer a todos los cristianos, en todos los lugares donde se encontraban morando, toda la verdad. Al haberlo hecho, la iglesia llegó a tener, a fines del primer siglo, la unidad de la fe; todos los cristianos fieles .recibieron el pleno "conocimiento del Hijo de Dios". La iglesia, creciendo y madurando, llegó a ser "un varón perfecto" en el sentido de ser completamente organizada y dotada de toda la verdad. Ya no era como un niño.

Los dones pertenecían a la etapa de niñez de la iglesia, a esa época cuando el nuevo testamento no existía en forma escrita. En aquel tiempo, Pablo hasta exhortó que los cristianos procurasen los dones (1 Corintios 12:31; 14:1,12). ¿Por qué? Porque no había disponibles copias del nuevo pacto, porque no todo el nuevo pacto había sido revelado y porque el conocimiento de la verdad sobre el culto, la organización y la vida de la iglesia Dios lo estaba dando a conocer por medio de los dones. Pero, revelado la verdad, y conservada en forma escrita, los dones cesaron. Fueron los instrumentos usados por el Espíritu Santo para la revelación y confirmación de la verdad (Hebreos 2:14; Marcos 16:17-20). El Espíritu, haciendo su trabajo a perfección, no lo repetiría. Es decir, como Cristo, habiendo una vez para siempre probado, mediante muchos milagros, que era el Hijo de Dios y sacrificándose en la cruz como propiciación por nuestros pecados, no volvería a hacer lo mismo ante los ojos de cada nueva generación, asimismo el Espíritu Santo, usando los dones, reveló y confirmó una vez y para siempre toda la verdad, y, por lo tanto, no volvería a repetir su obra. La fe "ha sido una vez dada a los santos" (Judas 3). Una vez, no muchas dada.

¿Ve usted, lector? El propósito de Dios de dar los dones espirituales no era nunca para sanar a todos los enfermos. Tampoco era para proveerle a los creyentes experiencias raras o darles un lenguaje celestial de alabanza, sino impartirle a los hombres el conocimiento de toda la verdad, dejando bien confirmada la divinidad del mensaje por medio de señales y prodigios creíbles. Su plan no era seguir ofreciéndole a todos los creyentes de todos los tiempos, aun hasta la venida de Cristo, los dones sobrenaturales. El mismo nos lo ha explicado así en los textos ya citados, textos que los avivados debieran analizar con especial cuidado, ya que por tantos años los han pasado por alto. Si bien las cosas que hizo el Señor "se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo»? (Juan 20:31,31), también las cosas que hizo y enseñó el Espíritu Santo en el primer siglo se han escrito para que sepamos como debiera ser la iglesia de Cristo. Como no esperamos que el Señor vuelva a repetir, ante nuestros ojos, sus obras, tampoco debiéramos esperar que el Espíritu Santo repitiese, para nuestra complacencia, las suyas. Pues, teniendo un testamento perfecto y completo, vivamos y prediquemos conforme a sus normas, no esperando nuevas revelaciones o que Dios, de nuevo, dé dones espirituales a los hombres. Tenemos la verdad la cual es la "espada del Espíritu" (Efesios 6:17) y el poder libertador (Juan 8:32; 17:17) de Dios para salvación (Romanos 1:16,17; Santiago 1:18). ¿Qué más queremos? ¿Más señales? ¿Es que los pentecostales no pueden seguir adelante sin señales visibles? ¿Es que su fe flaquea y muere cuando no ven señales? ¿Tan frágil y mal orientada es su fe? Cristo dijo: "La generación mala y adúltera demanda señal" (Mateo 12:38,39). Sus palabras sirven de amonestación a los avivados quienes están continuamente delante del trono de Dios con demandas insistentes de que se deje manifestar, de manera sobrenatural, el Espíritu Santo. También dijo Cristo: "Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad" (Mateo 7:22,23). Si los pentecostales no se arrepienten del error de su camino, tememos de que se encuentren, en el día de juicio, entre los cuales alude el Señor, Allá sus testimonios serán juzgados por la Palabra, no por criterios humanos. Dijo Cristo: "La palabra que he hablado, ella le juzgará en el día postrero" (Juan 12:48).

 

7. ERRORES RESPECTO A LA INSPIRACION DIVINA

Cuando Parham, Sinclair y otros, ignorando la doctrina bíblica sobre el propósito verdadero y la duración de los dones, decidieron que el Espíritu Santo sigue obrando hoy tal como lo hizo en le primer siglo, abrieron, en efecto, las puertas de sus iglesias a los espíritus de error, dándoles libre entrada. Estos no tardaron en aprovechar la oportunidad de promover el culto alborotoso, lenguas estáticas y sanidades "divinas". También persuadieron a los pastores de que no tenían que estudiar la Biblia para poder predicar. En esta teoría la encontramos otro de los errores más grandes de los pentecostales.

El pastor avivado suele subir al púlpito sin haber pensado y estudiado bien lo que dirá. ¡No sabe lo que dirá! 0, tal vez tenga alguna idea vaga, unos pensamientos en embrión o algún tema, el tema nada más. Esperando que el Espíritu Santo obre como lo hizo con los apóstoles, cree que en el momento de tener que hablar el Espíritu le dará el mensaje. Se aplica a sí mismo las palabras de Mateo 10:19, 20: "Mas cuando os entreguen, no os preocupéis por cómo o qué hablaréis; porque en aquella hora os será dado lo que habéis de hablar. Porque no sois vosotros los que habláis, sino el Espíritu de vuestro Padre que habla en vosotros". Los apóstoles, "llenos del Espíritu Santo", hablaron "según el Espíritu les daba que hablasen" (Hechos 2:4). Pero, el Espíritu que se adueñaba de la mente y la boca de los apóstoles, inspirándolos, por acto sobrenatural, a predicar, hasta en otros idiomas, "las maravillas de Dios" (Hechos 2:11), no es el mismo espíritu que reciben los pentecostales. El Espíritu Santo, habiendo hecho que toda la verdad fuese, revelada y escrita por hombres inspirados del primer siglo, ahora no obra así. Nos ha dado toda la verdad en forma escrita; la tenemos en el nuevo testamento en forma concreta y permanente. Pero, el pastor pentecostal aparentemente no está satisfecho con este arreglo. Desprecia el estudio diligente de las Escrituras. Quiere recibir sus mensajes directamente de arriba. A veces, ridiculiza al que prepara un bosquejo o notas que le ayudaran en la presentación de un mensaje bien ordenado y edificador. Lo hace quizás sin darse cuenta de que los que más caen en ridículo en cuestión de sermones son los predicadores y evangelistas avivados. No son recipientes de la inspiración divina. Predican sin haber hecho las preparaciones debidas para el ministerio de la Palabra. Por eso, muchos de sus mensajes, da pena decirlo, están llenos de disparates ofensivos, cuentos de mal gusto y errores doctrinales. Las palabras que hablan sobre el amor de Dios, el pecado y el arrepentimiento y los muchos "amenes", "aleluyas" y "glorias a Dios" que entremezclan en sus mensajes no opacan el mal que en ellos hay. La levadura mala daña la parte buena y toda la masa queda dañada (1 Corintios 5:6,7).

8. MAS ERRORES

A continuación, apuntamos, para la consideración del lector estudioso, algunos de los errores doctrinales, además de los que ya se han señalado, en los cuales los pastores pentecostales han incurrido por haber descuidado el estudio de la Biblia.

1. Las mujeres dirigen.

Dejan que las hermanas dirijan cultos, prediquen y pastoreen congregaciones. Según el Espíritu Santo, las mujeres debieran callarse en las iglesias, "en todas las iglesias de los santos", no sólo en la de Corinto (1 Corintios 14:33-37). Era un mandamiento, no de Pablo como alegan algunos avivados, sino "del Señor" y todo "profeta, o espiritual" tenía 1 a que reconocerlo y acatarlo (1 Corintios 14:37). Los líderes avivados no lo reconocen. A Timoteo Pablo le encargó de predicarlo en las iglesias (1 Timoteo 2:10-15) explicándole al joven evangelista que la mujer no puede "enseñar, ni ejercer dominio sobre el hombre", mandamiento éste que las mujeres pentecostales quebrantan constantemente. Ni la mujer samaritana (Juan 4:1-42), ni María Magdalena, ni Juana, ni María (Lucas 24:1-12), ni Febe (Romanos 16: l), ni las cuatro hijas doncellas de Felipe que profetizaban (Hechos 21:8, ) predicaban o ejercían dominio sobre hombres. El que crea que lo hicieran está en el deber de ofrecer prueba incontrovertible. Las mujeres cristianas tienen sus ministerios, pero el Espíritu Santo las ordena a que no hablen en los cultos ni ejerzan dominio sobre los hombres.

2. Exigen el diezmo.

Lo hacen porque no han comprendido que el antiguo testamento, con sus sábados, carnes prohibidas, días de fiesta, sacerdocio levítico, holocaustos, culto en el templo judío y diezmos, fue abolido, anulado, abrogado y clavado en la cruz cuando Cristo fue crucificado (Colosenses 2:14-17; 2 Corintios 3:6-17; Gálatas 3:21-28; 4: 21-31; 5:14; Efesios 2:11-16; Hebreos 1:1,2; 7:12,18.19; 8:6-13; 9:15-17; 10:1-4; etcétera). La nueva ley del nuevo pacto es que la obra de la iglesia se sostenga mediante ofrendas voluntarias generosas (2 Corintios 8:1-12; 9:1-7) dadas, no todos los días, sino el primer día de la semana, según cada uno haya prosperado (1 Corintios 16:1,2).

3. Hacen mercadería del evangelio

Hacen mercadería del evangelio con la venta de budines, comidas, pasteles, refrescos, etcétera; de revistas, libros, discos, cintas magnetofónicas grabadas, oraciones y pañuelos ungidos, pidiendo con latas por las calles, recolectando el centavo poderoso, forrando árboles, camisas y trajes de billetes y un sinnúmero de métodos más que no señalamos aquí debido a los límites impuestos por el plan de este folleto. La no poca infame mercadería practicada por los avivados es un pecado que escandaliza a los incrédulos y oprime a los que se encuentran sometidos al sistema doctrinal desarrollado por los pentecostales. Se condena en textos tales como Juan 2: 13-17; 2 Pedro 2:1- 3; 1 Timoteo 6:3-7; 3:3 y Tito 1:7.

4. Organizan concilios.

Las iglesias primitivas no pertenecían a tales organizaciones humanas. Averíguelo en su Biblia, amado lector. Los concilios, divididos entre sí, contradictorios en doctrina y práctica (¿Se contradice el Espíritu Santo? ), formulan e imponen mandamientos de hombres. Exigen el diezmo del diezmo. Autorizan la organización de sociedades de damas, de caballeros y de jóvenes. Ponen a un sólo pastor sobre cada congregación. Ninguno de estos arreglos es bíblico.

5. Usan títulos

Usan títulos tales como "Reverendo", "Obispo Vitalicio", "Apóstol", etcétera. Cristo condena tanto el uso de tales títulos como el de "Padre" (Mateo 23:1-11).

6. Se jactan de sus ayunos

Se jactan continuamente de sus ayunos. En sus libros, revistas, campañas y conversaciones privadas siempre hablan de sus ayunos. Si tuvieran el verdadero Espíritu de Dios no mostrarían a los hombres cuando están en ayunos (Mateo 6:16-18).

Es otra practica que han sacado del antiguo testamento, particularmente del Salmo 150. El nuevo testamento enseña el culto espiritual (Juan 4:24) instruyéndonos a cantar en nuestros corazones alabanzas a Dios. La iglesia bajo los apóstoles no usaba panderetas, guitarras, acordeones., planos, baterías, trompetas, etcétera. Efesios 5:19; Colosenses 3:16; Santiago 5:13; Hebreos 13:17; Hechos 16:25. Si los pentecostales se deshicieran de sus instrumentos musicales, el espíritu que, los agita y los emociona al extremo de perder el dominio propio no se manifestaría entre ellos con tanto poder.

En todos estos errores, más otros que no enumeramos aquí, los avivados incurren por no estudiar detenidamente las Escrituras. Esto les sucede por haberse equivocado en cuanto a los dones espirituales, inclusive el poder de hablar por inspiración divina. No tienen tal poder, ¡ni lo tendrán! Harían bien obedeciendo el mandamiento de Pablo en 1 Timoteo 4:13 donde el apóstol le dice a Timoteo: "Ocúpate en la lectura". En 1 Corintios 4:6 exhorta a que no pensemos "más de lo que está escrito". Subráyese la palabra "escrito"; no es "dicho" sino "escrito". De nuevo, se enfatiza la importancia de lo escrito cuando Pablo dice que "toda la Escritura es útil para enseñar, para redagüir, para corregir, para instruir, a fin de que el hombre sea perfecto" (2 Timoteo 3:16,17). La Biblia, siendo perfecta, perfecciona. Las susodichas revelaciones de los avivados corrompen.

Los profetas pentecostales comparados con los de Israel.

Sin lugar a dudas, lo que les sucedió a los profetas descarriados de Israel también les sucede a los profetas avivados. Referente a aquellos profetas Dios testificó:

"Hablan visión de su propio corazón, no de la boca de Jehová" (Jeremías 23:16).

"No envié yo aquellos profetas, pero ellos corrían; yo no les hablé, mas ellos profetizaban" (Jeremías 23:21).

"Yo he oído lo que aquellos profetas dijeron, profetizando mentira en mi nombre, diciendo: Soñé, soñé. ¿No piensan cómo hacen que mi pueblo se olvide de mi nombre con sus sueños que cada uno cuenta a su compañero ... ? " (Jeremias 23:25,27).

"He aquí que yo estoy contra los profetas que endulzan sus lenguas y dicen: El ha dicho" (Jeremías 23:31).

"Vieron vanidad y adivinación mentirosa" (Ezequiel 50 13:6.

Cada una de estas declaraciones, cuan fuertes sean, encierra un sermón de advertencia tan justificado en su aplicación a los pentecostales como lo era en aquel tiempo a los falsos profetas de Israel. Ni creemos que afirmarlo esté fuera de orden, pues la evidencia abrumadora e incontrovertible presentada en este folleto prueba que tenemos razón.

 

9. UNA SUPLICA AL PENTECOSTAL SINCERO

Con toda sinceridad y humildad, al pentecostal le rogamos que renuncie a sus errores. Si lo intenta, tendrá una lucha terrible contra los espíritus de engaño. Estos, obrando principalmente mediante los pastores asalariados, harán uso de todos sus trucos para disuadirle. Pero, podrá romper todas las cadenas y gozar de perfecta libertad si deja que el verdadero Espíritu de Dios entre y reine en su corazón.

Y si renuncia el avivamiento, ¿adónde irá a parar? ¿En una de esas iglesias muertas del sectarismo? ¿En una de esas que toleran y hasta fomentan el liberalismo y la inmoralidad? 0, ¿volverá al catolicismo? ¿Se quedará en su casa? ¿Volverá a la vida corrupta de vicios? ¡No! No debiera escoger ninguno de estos caminos. Sepa todo pentecostal que hay una iglesia la cual no es sectaria, ni muerta, ni tolerante ni liberalista sino bíblica, apostólica, pura en doctrina y práctica, recta en cuanto al código moral y diligente en la predicación de toda la verdad. Es la misma que fue fundada en el día de Pentecostés. Sus miembros se llaman cristianos; no tienen otro nombre espiritual, ni tienen ninguna doctrina sino la de Cristo (1 Timoteo 6:3). Confiados de que muchos avivados sinceros, inclusive muchos pastores, desearán conocer esta iglesia que millones ya han conocido, haciéndose miembros, les ofrecemos, en el nombre de Cristo, la oportunidad de encontrarla. Sólo tienen que hacer contacto con nosotros, escribiendo a la dirección postal indicada en este folleto. Sin duda alguna, podremos presentarles algo mejor que el pentecostalismo, el protestantismo o el catolicismo, algo que no habrán conocido antes pese a que ha estado en el nuevo testamento desde los tiempos de la iglesia primitiva.

10. AMONESTACIONES PARA LOS CATOLICOS Y PROTESTANTES AVIVADOS

Y ahora, dirigimos unas pocas palabras a los Católicos, Discípulos de Cristo, Metodistas, Bautistas, Presbiterianos, Luteranos y demás sectarios que han aceptado, en parte o por completo, la teología y la práctica de los avivados.

En Ezequiel 13:1-16, Jehová representa, comenzando con el versículo 10, los errores de los falsos profetas israelitas bajo la figura de una pared. Dice: "Uno edificaba la pared, y he aquí que los otros la recubrían con lodo suelto". Esto es precisamente lo que ha pasado entre los pentecostales del siglo 20. Personas tales como Parham, Sinclair y Seymour edificaron la pared de errores que hemos sacado a la luz en este estudio. Los demás pentecostales han venido recubriéndola de lodo suelto. (Si el simbolismo, estimado lector, le parece un tanto rudo o vulgar, acuérdese de que es de Jehová, no de los hombres. También tome en cuenta la verdad de que ningún albañil, sabio y adiestrado, empañeta usando algo tan feo y perecedero como lo es el lodo.) ¿Cómo la recubren? Pues, por medio de decirle "Amén, gloria a Dios" a los errores predicados y practicados y de añadir: "Sentimos la presencia del Espíritu Santo. ¡De cierto, se está manifestando aquí! ¡Mire cómo usa a la hermana! ¡Ah, cómo el hermano habla lenguas y baila! ¡Que visión más gloriosa tuvo la hermanita anoche! ¡Pero, jamás hemos oído un testimonio de sanidad tan emocionante! " Así recubren la pared de lodo suelto.

Pues bien, ahora, ustedes, católicos y protestantes avivados, también la recubren porque dicen que los pentecostales sí tienen la promesa del Espíritu Santo y porque alegan haberla recibido también a estilo pentecostal. No nos sorprende el que buscaran ustedes lo que tienen los pentecostales ya que sus iglesias están, en verdad, como acusan los avivados, "muertas", muertas o en idolatría, tradiciones vanas y ritos secos o en liberalismo e inmoralidad. Ni tampoco nos sorprende que encuentren a los espíritus que agitan tanto a los pentecostales y que, a consecuencia de su encuentro, hablen lenguas estáticas. A esos espíritus no les importa que sus anfitriones estén en cultos alborotosos (como en el caso de los pentecostales), o arrodillados ante una imagen de María (como en él de los católicos avivados), o que fumen, beban, bailen, festejen y usen ropa indecente (como en él de los protestantes liberales). (Al Espíritu Santo verdadero sí le importan estos pecados y no se manifestará en cualquier sitio que existan.) Ni tampoco nos sorprende el que esos espíritus logren engañarles a ustedes también, pese a su natural reserva y su intelectualidad. ¿Cuánta Biblia saben? No suficiente para defenderse contra dichos espíritus de error, ¡ni aun bastante para identificarlos como tal! Pero, sepan esto, nuestros amigos católicos y protestantes avivados y se lo decimos porque queremos con toda el alma su salvación- que no hacen bien al apoyar o aceptar el pentecostalismo. Hacen bien al buscar algo más bíblico, más puro, más divino de lo que tienen ahora. Pero, hablando lenguas estáticas, confiando en visiones y sueños, deshogándose emocionalmente, deleitándose en las experiencias psíquicas espirituales peculiares de los pentecostales, no hacen nada más que recubrir con lodo suelto su pared de errores. Deténganse. Analícenlo bien, a no ser que les sobrevenga el desastre espiritual, el castigo fuerte, que Jehová pronunció para los "recubridores de lodo suelto" que empañetaban la pared de errores edificada en el tiempo de Ezequiel. A ellos les dijo: "Desbarataré la pared que vosotros recubristeis con lodo suelto, y la echaré a tierra, y será descubierto su cimiento, y caerá, y seréis consumidos en medio de ella, y sabréis que yo soy Jehová" (Ezequiel 13:14). El que tiene oídos, oiga esta parábola de la pared, entienda y escape por su vida.

Al mundo religioso no le hace falta el avivamiento de emocionalismo que ofrece el pentecostalismo. A nuestro parecer, lo que más le hace falta es un avivamiento auténtico de sabiduría espiritual y conocimiento bíblico. Al experimentarlo, conocerá al verdadero Espíritu, se deleitará en las bendiciones que su Palabra provee y gozará de libertad, seguridad y salvación.