NUEVO CATECISMO

por Elmer N. Dunlap Rouse

En noviembre, la Iglesia Católica dio a conocer su nuevo catecismo de 676 páginas que es la primera revisión desde el Concilio de Trenton en 1566. Unos tres mil obispos trabajaron por espacio de seis años y estudiaron unas 24,000 enmiendas para producir el documento. La nueva revisión trata de cuestiones tales como el divorcio, la homosexualidad y robar por pagar poco salario. Aunque sólo está disponible en el idioma francés, el Papa Juan Pablo II dijo que era un catecismo fiel al evangelio y que era su esperanza que pueda reforzar la presencia de la Iglesia Católica en el mundo.

Con el permiso de mis amigos Católicos y sin el deseo de ofender a nadie, aprovecho esta oportunidad para expresar lo distintiva que era la iglesia original. Confieso que no puedo compartir el regocijo de la Iglesia Católica por su nuevo catecismo como tampoco puedo alegrarme cuando otros grupos religiosos escriben reglamentos, manuales y disciplinas para sus respectivas iglesias. Me siento triste cuando oigo de convenciones y concilios para revisar credos o llevar a cabo votaciones para establecer nuevas leyes para regir a sus feligreses o nuevas doctrinas que hay que creer para no ser expulsado. Lo entiendo como otro desprecio a la Palabra de Dios. Me siento como el profeta Samuel cuando Israel le pidió que le constituyera un rey. Cuando Samuel oró, Dios le dijo, "Oye la voz del pueblo en todo lo que te digan; porque no te han desechado a ti, sino a mí me han desechado, para que no reine sobre ellos. Conforme a todas las obras que han hecho desde el día que los saqué de Egipto hasta hoy, dejándome a mí y sirviendo a dioses ajenos, así hacen también contigo" (1 Sam. 8:7-8).

Dios nos habla hoy por medio de las páginas de la Biblia, directamente, sin intermediarios. Todo lo que necesitamos saber para poder agradar a Dios está allí presente. El apóstol Pedro nos dice, "Como todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por su divino poder" (2 Ped. 1:3). La Biblia habla sobre el divorcio (Mat. 19:1-12); la homosexualidad (Rom. 1:26-27) y robar por pagar poco salario (Sant. 2:6; 5:4). Todo está allí en forma permanente. La Biblia es el catecismo de Dios. Para ser miembro de la iglesia original, sólo tenemos que obedecer lo que Dios dice en Su palabra. Si deseamos predicar, no tenemos que jurar lealtad a ningún manual humano. Es un error sustituir la opinión de Dios por la de tres mil obispos, como también mirar la Biblia por ojos de otro. Pueden ser personas muy santas y de gran preparación académica, pero no son inspiradas, mientras que los escritores de la Biblia sí lo fueron (2 Ped. 1:21). Si los obispos que escribieron el Concilio de Trenton en 1566 hubieron sido inspirados, no habría necesidad de revisar 24,000 cuestiones cada 400 años. La palabra de Dios no puede ser revisada nunca.

El apóstol Pablo instruyó a Timoteo a persistir en las Sagradas Escrituras, ya que pueden hacerlo sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús (2 Tim. 3:14-15). Pablo nos promete sabiduría para salvación si leemos la Biblia, pero los libros y catecismos sectarios no pueden hacer esta promesa. "Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto" (2 Tim. 3:16-17). La Biblia es el mejor catecismo. Nos puede hacer perfectos. ¿Por qué desprestigiarla, dando su lugar a otros libros?

Resulta confuso creer y obedecer los escritos oficiales de una iglesia. Hoy son leyes. Mañana las cambian en la nueva revisión. ¡Que triste! Cada 400 años hay que buscar 3,000 obispos nuevos para rebuscar 24,000 posibles errores y revisar el libro de nuevo. Yo prefiero la dirección del Espíritu Santo que inspiró la Biblia (Jn. 16:13) y la del Hijo de Dios cuyas palabras nunca pasarán (Mat. 24:35) y en la de Dios que no miente (Tito 1:2). No me interesa qué dice la iglesia sino qué dice el Hijo, porque en el día postrero seré salvo o condenado a base de haber oído o rechazado su palabra, no la de los hombres (Jn. 12:47-48). Me siento orgulloso de pertenecer a una iglesia que no acepta otro libro como regla de fe que no sea la Biblia.