Lección 16

DON DE SANIDAD (1)

Hoy día, el don sobrenatural más discutido es, sin duda, el de sanidades. Ni aun el don de hablar lenguas atrae tanta atención como el de sanar. Dos o tres de los sanadores de nuestra generación son muy conocidos. Sus esfuerzos de aliviar el sufrimiento humano mediante curaciones divinas se celebran como "campañas de sanidad." En otras lecciones examinaremos el don de sanidades como se practica en el siglo 20. Por el momento, queremos hablar solamente del primer siglo y de los acontecimientos y doctrinas de la iglesia bajo los apóstoles. ¿Qué fue el don de sanidad en aquel tiempo? ¿Cómo se usaba? ¿Por qué fue dado? Cuando podamos contestar bíblicamente estas preguntas, habremos adquirido el conocimiento del don de sanar que nos capacitará para juzgar correctamente las supuestas evidencias de la existencia del don en el siglo 20. Apuntemos una lista de observaciones tal como lo hicimos en el caso del don de lenguas. Si ve que una observación determinada no concuerda con la historia y la doctrina de la iglesia neotestamentaria, apúntela y escribanos en seguida. Nuestra meta suprema es predicar siempre la verdad. No deje que nadie, sea este servidor u otro, predique o practique lo que no sea bien fundado en las Sagradas Escrituras.

(1) En el tiempo apostólico ambos creyentes e incrédulos fueron sanados por los que tenían el don de sanidad divina. El don no fue dado para el beneficio exclusivo de los cristianos según se puede confirmar en Hechos 3:1-10. Este pasaje relata la curación del hombre cojo de nacimiento. Explica el versículo 2 que el cojo era traído "cada día a la puerta del templo que se llama la Hermosa." Allí pedía limosnas. "Cuando vio a Pedro y a Juan que iban a entrar en el templo, les rogaba que le diesen limosna. Pedro, junto con Juan, fijando en él los ojos, le dijo: Míranos, Entonces él les estuvo atento, esperando recibir de ellos algo." Estas ultimas palabras son las del versículo 5. ¿Qué esperaba el cojo de Pedro y Juan? Parece muy cierto que no esperaba ningún milagro. Pedro sabía lo que esperaba el cojo y, por lo tanto, dijo, según el versículo 6, «No tengo plata ni oro," El cojo esperaba recibir una moneda. No pidió un milagro. No rogó que sanaran el cuerpo. Ha de ser obvio a todo estudiante imparcial de las escrituras que el cojo no era un creyente en Cristo. No era cristiano. El Señor había ascendido y la iglesia ya había sido establecida. Pero el cojo no era miembro de la iglesia. Aparentemente ni aun conocía a Pedro y a Juan. Sí los hubiera conocido y si hubiera estado al tanto de todos los acontecimientos maravillosos del día de Pentecostés, entonces, sin lugar a dudas, hubiera esperado alguna manifestación del poder divino que operaba en Pedro y Juan. La conclusión lógica e irrefutable es que el cojo no era cristiano. Sin embargo, recibió sanidad. Pues, tenemos razón al sostener que la sanidad divina no fue limitada a la iglesia en aquellos tiempos apostólicos.

Dicha afirmación recibe más apoyo mediante la evidencia de índole circunstancial que se encuentra en Hechos 5:14, 16. El texto nos cuenta de que los enfermos fueron llevados a las calles y puestos en camas y lechos "para que, al pasar Pedro, a lo menos su sombra cayese sobre alguno de ellos. Y aun de las ciudades vecinas muchos venían a Jerusalén trayendo enfermos y atormentados de espíritus inmundos; y todos eran sanados," dice la historia. Ni aun se implica que todos los enfermos tuviesen fe. Los que los trajeron sí creían; a lo menos tenían alguna esperanza. Pero, ¿qué sabían del Cristo resucitado? El evangelio no se había predicado en otras ciudades. ¿Se puede deducir que todos los que fueron llevados a Jerusalén ya habían creído en el Cristo resucitado? ¿Que ya se habían lavado en la sangre del Cordero? ¿Que ya tenían una fe grande en Cristo, aceptándole sin reservas como hijo de Dios? Creemos que no y la evidencia circunstancial nos apoya.

Otro caso similar se describe en Hechos 28:1-10. En la isla de Malta Pablo sanó al padre de Publio, el "hombre principal de la isla." ¿Era el padre de Publio creyente? La evidencia indica claramente que no lo era. Pablo entró donde él, oró por él, le impuso las manos, y le sanó. No le predicó antes de sanarlo. Pablo no requirió que se hiciera "profesión de fe" para que de esa manera fuera candidato para la sanidad. Otros de los habitantes de la isla fueron sanados. Pero, no se dice que tuvieran que creer antes de recibir sanidad.

(2) A base de lo que acabamos de exponer hacemos la segunda observación, a saber, que la fe no era siempre un requisito indispensable para sanidad. ¿Cuánta fe tenía el cojo? Aparentemente no tenía ninguna. Y, ¿el padre de Publio? Es patente que no era creyente. Diríase lo mismo de muchos otros que fueron sanados en aquel tiempo.

(3) De estas consideraciones surge la tercera observación que es la siguiente: El afortunado del tiempo apostólico que fue sanado no tenía que estar en perfecta comunión con Dios. No se le dijo que tenía que ser justo, justificado, regenerado, nacido de nuevo ni apartado de todo pecado. Ni tampoco se le dijo que tenía que ser un miembro fiel de la iglesia. ¿Cuántos diezmos daba el cojo? ¿Cuántos diezmos pagó el padre de Publio? ¿Cuántos días tenían que ayunar o vestirse con la manta de saco? ¿Cuánto tiempo pasaban preparándose espiritualmente para recibir su sanidad? Lo que vemos en aquellos tiempos es que los pecadores también fueron sanados. Es decir, personas fueron sanadas que no habían creído ni habían obedecido el evangelio. Esta verdad no debiera extrañarnos. Según la Biblia, algunas manifestaciones del poder del Espíritu Santo tales como el don de sanidad eran para probar a los incrédulos que era el Dios todopoderoso de los cielos que les hablaba y no un mero hombre. Una señal milagrosa hecha en el cuerpo de un incrédulo sería muy convincente.

(4) La cuarta observación: El saneamiento de un enfermo no dependía necesariamente de la fe del enfermo sino de la del sanador, o sea, de él que tenía el don de sanidades. ¿Quién creyó cuando el cojo fue sanado? ¿El cojo o Pedro? El cojo no; Pedro sí. El que tenía el don de sanidades, sin duda alguna, tenía que creer sin reservas en el poder de Cristo. Al no creer, fracasaría. Era la fe del sanador lo que contaba . Si él tenía fe podría sanar a otros aunque éstos no creyeran.

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