Lección 30

LOS SENTIMIENTOS COMO PRUEBA

En esta lección estudiamos sobre el significado y la validez de experiencias espirituales en la vida religiosa de los que creen en Cristo. Mediante el estudio anterior aprendimos que el llamado don de lenguas de tiempos modernos no es igual al don de lenguas de tiempos apostólicos. Las muchas personas de hoy día que creen haber recibido el don no lo tienen en actualidad. Sin embargo, con toda sinceridad y fe afirman tenerlo y se refieren a sus experiencias para probarlo. En efecto, nos dicen: "A nosotros no nos importa cuanto conocimiento tengan, ni cuantas teorías expongan sobre el fin de los dones porque nosotros tenemos el don de hablar lenguas. Lo usamos en los cultos y no hay quién niegue el testimonio público de nuestras experiencias."

Bien. Parece ser un argumento fuerte, quizá irrefutable. Merece nuestra atención y lo examinaremos.

Al considerarlo, vemos que tal vez no sea tan fuerte como se supone. En primer lugar, notemos que el argumento se basa en una suposición fundamental la cual no tiene el apoyo de evidencias palpables ni recibe confirmación mediante el sentido común. La suposición o teoría es que las experiencias psíquicas y manifestaciones espirituales nunca engañan, ni pueden ser mal interpretadas, sino forman un criterio infalible por medio del cual se puede determinar si el creyente tiene al Espíritu Santo. Dicen algunos: "Sabemos que el Espíritu Santo obra de manera sobrenatural en nosotros porque sentimos la presencia y el poder de él." ¡Sabemos ... porque sentimos! ¡Porque lo experimentamos! ¡Lo sentimos, lo experimentamos; por lo tanto, tiene que estar con nosotros! Dicen: "El viene y nos hace hablar lenguas. Su presencia es palpable."

Referente a esta manera de razonar hacemos algunas observaciones. Por ejemplo, no cabe duda de que se siente la presencia de algo en las reuniones donde dicen hablar lenguas. Se siente "el poder" y a consecuencia hay manifestaciones visibles. Los que participan en tales reuniones atribuyen ese "poder", eso que se siente como una corriente, al Espíritu Santo. Pero, es posible que hayan interpretado mal sus sentimientos y experiencias. Dicen que son evidencias de la presencia y del poder del Espíritu Santo. Han de comprender que posiblemente sean las manifestaciones de otro poder que no tenga nada que ver con el Espíritu de Dios. No todo lo que siente el creyente es del Espíritu Santo. No todas las experiencias religiosas tienen su origen en él.

En la vida emocional y espiritual de cada creyente hay sentimientos y experiencias innumerables, algunos buenos, otros satánicos. El cristiano maduro sabe distinguir entre los buenos y los malos, no cometiendo el error de atribuir a Dios, o al Espíritu Santo, los que son patentemente de la carne, o del diablo. La madurez espiritual nos enseña que las emociones pueden engañar y que no podemos usarlas como criterio para determinar la presencia del Espíritu Santo en nosotros. Asimismo, el cristiano maduro comprende que experiencias religiosas pueden ser interpretadas mal.

Lo que estamos exponiendo se puede ilustrar de la siguiente manera. Cuando el pagano, digamos de la selva del Amazona, da culto a su ídolo de madera o piedra, ¿que- siente él? Un poder, ¿verdad? La presencia misteriosa de una fuerza espiritual. Esa fuerza se agarra de él y se manifiesta en los miembros de su cuerpo. Lo pone a correr, brincar, revolcarse en el piso, danzar, cantar y gritar. Nosotros lo observamos y decimos. "Pobre idólatra. Ignorante y supersticioso. No sabe nada." Sin embargo, ese salvaje pagano esta muy contento con su dios falso de madera. Cree que su dios tiene grandes poderes y siente la presencia de él en lo más profundo de su alma. También atribuye sus acciones de correr, gritar, danzar, etc. a la influencia directa y poderosa de su dios.

Ahora bien, los cristianos, al contemplarlo, concluyen que el pagano esta completamente equivocado. Dicen que la estatua de madera no puede tener ningún poder y que, por lo tanto, las influencias y fuerzas recibidas y experimentadas por el pagano no provienen de su dios falso, sino que, más bien, tienen su origen en la propia mente embotada y supersticiosa del pobre hombre. Y, tienen razón. Los sentimientos, experiencias y acciones del pagano no prueban que su imagen hecha a mano tenga poderes sobrenaturales. Los sentimientos y experiencias lo han engañado y interpreta mal las manifestaciones.

Podemos decir que los sentimientos y experiencias del adorador pagano no corresponden a los atributos de madera, piedra, oro y plata. Es decir, estatuas hechas de estos materiales no son, por naturaleza, capaces de originar o de producir lo que el pagano siente.

De la misma manera, razonamos que el Espíritu Santo no es capaz, por naturaleza, de producir los sentimientos y experiencias que muchos erróneamente atribuyen a la influencia directa de él. El no puede ser ese "poder" o "fuerza" o "fuego" espiritual que mueve a algunos creyentes a dar muchos sonidos inciertos, que los mueve a gritar, danzar, revolcarse en el piso, alborotar en el culto, y violar muchos mandamientos de Dios. Decimos que el Espíritu Santo no es capaz de ser el autor de todo esto porque tales sentimientos, experiencias y acciones no corresponden a los atributos y al comportamiento de él. El Espíritu Santo condena el hablar palabras que no tienen significado. Pues, si un creyente habla tales palabras no tiene porqué atribuirlas al Espíritu Santo. Si atribuye su acción de dar sonidos inciertos al poder del Espíritu Santo y si también le atribuye al mismo Espíritu las emociones y experiencias que suelen acompañar lo que se llama hablar lenguas en las iglesias modernas, entonces será tan equivocado como el pagano del Amazona que atribuye a su dios experiencias, acciones e influencias que no pueden ser de él. Sus experiencias le habrán engañado. El Espíritu Santo es incapaz de mentir, ¿verdad? También es incapaz de contradecirse. Es incapaz de anular los mandamientos de Dios. Si, pues, la Biblia condena el alboroto, como lo hace en 1 Cor. 14, y alborotamos en el culto, ¿con qué razón diremos que ese alboroto es producto o manifestación visible de la presencia del Espíritu Santo? ¿Diremos que lo sentimos? No, no podemos probar la presencia del Espíritu Santo refiriéndonos a nuestros sentimientos. Es muy evidente que nuestros sentimientos pueden engañarnos. El Espíritu Santo no es el autor de confusión en las iglesias y si le atribuimos a el esa confusión alegando que sentimos la presencia de él, entonces estamos equivocados. Nuestros sentimientos nos habrán engañado porque la confusión, el alboroto, la gritería y todo ese emocionalismo fiero no corresponden a los atributos, a la personalidad y a las acciones del Espíritu Santo.

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