MALA TIERRA

por Elmer N. Dunlap Rouse

Al paso de los años, unos se quedan y otros se van. Nos ponemos tristes cuando pensamos en tantos hermanos que una vez eran tan activos y contentos y que hoy no se encuentran con nosotros. Frustraciones, críticas, erosión de la fe, falsas doctrinas, tropiezos con otros hermanos, conflictos de personalidad, luchas por el poder y el pecado son algunas de las causas. Cuando llegue el día del juicio y presentemos nuestras razones por no haber perseverado en la iglesia, puede que Cristo nos conteste con sólo dos palabras: "¡Mala tierra!".

Somos mala tierra cuando somos duros para la palabra de Dios. No escudriñamos y atesoramos la palabra de Dios en nuestros corazones, ni temblamos ante su palabra. Nuestro entendimiento carnal nunca se transforma. Oyendo a Dios endurecemos nuestros corazones para que no nos penetre su palabra. Atendemos a todo menos a la sana doctrina. Somos mala tierra porque aborrecemos la sabiduría y las reprensiones de Dios. No encontramos delicia en la ley de Dios, sino más bien en la silla de escarnecedores. Como no nos alimentamos de toda la palabra de Dios, no somos sabios para la salvación. (Lucas 8: 12; Isa. 66:2; Mat. 7:26; Rom. 12:2; Heb. 3:7-13; 2 Tim. 4:1-4; Prov. 1:29-33; Sal. 1:1-2; Mat. 4:4; 2 Tim. 3:17).

Somos mala tierra cuando no desarrollamos madurez espiritual. En vez de echar raices en amor y en la fe, participamos en celos carnales, contiendas, disensiones y nos fanatizamos con los hombres. La buena semilla en nuestros corazones se seca cuando cultivamos rencores y amarguras contra los hermanos. Así dejamos de alcanzar la gracia de Dios y contaminamos a otros. Somos mala tierra cuando desechamos la leche espiritual no adulterada y nos convertimos en jueces. Como un corazón inmaduro es impaciente, se va en la primera prueba que se presenta. (1 Cor. 3:1-5; Ef. 3:17; Heb. 12:14-16; 1 Ped. 2:1-3).

Somos mala tierra cuando consumimos todo nuestro tiempo y fuerza en aspiraciones mundanas. Espinos y abrojos se expanden hasta ocupar todo el corazón y nos convertimos en "Martas", preocupados con muchos quehaceres y perdiendo muchas oportunidades de escuchar a Jesús. "No puedo" le decimos a la invitación de Dios. Somos destinados a la perdición porque queremos tener más y más en el banco. Somos mala tierra por nuestro abandono a la cosas de Dios (2 Tim. 4:10; Luc. 10:38-42; Luc. 14:18-21; 1 Tim. 6:6-10).

Si al paso de los años, todavía estamos en las cosas de Dios, es posible que nuestros corazones sean buenos y rectos y que las tribulaciones, angustias y persecuciones no hayan podido separarnos del amor de Dios. Posiblemente nuestra riqueza está en el cielo y por haber cultivado los frutos del Espíritu Santo en nuestras vidas, no somos ociosos, ni sin fruto en cuanto al conocimiento del Señor Jesús, sino que hemos participado en la salvación de muchas almas. Y mientras unos resucitan para confusión perpetua, posiblemente nosotros resplandeceremos como estrellas de perpetua eternidad. (Luc. 8:15; Rom. 8:35-39; Mat. 6:19-21; 2 Ped. 1:8; 1 Cor. 9:18-21; Dan. 12:2-3).

Si queremos, podemos convertirnos en buena tierra. La buena tierra tiene que estar dónde Cristo la puso, "Y el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos". Solamente en comunión con los hermanos podemos ser buena tierra (Hech. 2:47).h. 2:47).

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