NUEVOS LIDERES

( PARTE 2)

por Elmer N. Dunlap Rouse

En el primer artículo, hablamos de la necesidad de los nuevos líderes en la iglesia y exhortamos a los líderes viejos a abrirles oportunidades para desarrollarse. Pero no es suficiente solo cederles el paso. Necesitan dos cosas muy importantes: preparación y supervisión.

Primero, necesitamos preparar el corazón de nuestra gente, su espíritu. No basta que funcionen como Dios quiere sino también que piensan como Dios quiere. Sembremos en su alma las semillas de la grandeza de servicio, de la excelencia del amor, y el poder de la santidad. Cuando Cristo miró a Pedro y le dijo, "Tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia" (Mat. 16:18) no le estaba comiendo la mente a Pedro, sino sembrando en su alma una nueva imagen, una nueva perspectiva, una nueva visión, una nueva persona. La mentalidad de pescador se le iba borrando y su cara y ojos brillaban con su nueva identidad. As¡ nosotros tenemos que borrar los trastos de politiquería mundana de nuestros nuevos líderes y sembrar en su lugar el amor desinteresado y generoso de Dios que les permite hasta amar a sus enemigos. Sembramos paciencia, mansedumbre, bondad y fe en nuestros líderes del mañana. En vez de un espíritu aplastado, negativo, envidioso y engañoso, sembramos la perfección, la honestidad, la positividad y la estatura y plenitud de Cristo. No es fácil. Es más fácil enseñar la función externa que enseñar el espíritu interno. Pero sin un verdadero deseo de servir, sin verdadero amor por los hermanos, y sin una vida verdaderamente santa, no van para ningún lado. Sin estas cualidades la iglesia no los va a respetar ni mucho menos confiar en ellos.

La manera más fácil de enseñar estas cualidades es vivirlas. Los discípulos del Señor aprendieron tanto de lo que decía, como de lo que hacía. Si nosotros, como líderes, sólo queremos mandar a otros, no nos debe sorprender que los que aspiran a ser líderes también lleven este concepto equivocado. Cristo tomó el último lugar. Se ciñó de una toalla y lavó los pies a sus discípulos. Cristo enseñó a sus nuevos líderes primero con ejemplo vivo y luego por preguntar y explicar. Cristo tuvo compasión de las multitudes. Amó a los suyos. Lloró por los pecados de su pueblo. Cuando Santiago y Juan querían bajar fuego del cielo, Cristo los reprendía (Luc. 9:55). Amaba a Judas.

Cristo les enseñó la santidad venciendo las tentaciones él mismo. De esta misma manera, tenemos que enseñar la santidad a los nuevos líderes. No es necesario ser perfectos pero sí es necesario ser irreprensibles (1 Tim. 3:2), que viene siendo una condición arrepentida donde nadie nos puede acusar. Esta es la única manera en que se les puede enseñar la santidad a los nuevos líderes.

En segundo lugar, ¿qué hacemos con el nuevo que dice "Esta iglesia está mal. Todo lo que se ha hecho aquí no sirve. Hay que cambiarlo todo, desde arriba hasta abajo. Vamos a tirar las puertas por las ventanas". Esta es la pesadilla de todo líder. Y es que los nuevos, muchas veces, causan grandes problemas por su falta de madurez. Nuestra tendencia es de deshacemos de ellos lo más rápido posible, atarlos con una gran cadena y arrojarlos al abismo por mil años. Botarlos es fácil. El arte de dirigir la iglesia es salvarlos y mantenerlos intactos porque son el futuro de la iglesia. De alguna manera tenemos que canalizar sus talentos en algo positivo para el bien de la iglesia hasta que por la experiencia adquieran madurez.

Son los que ven las cosas de otro punto de vista que no sea la nuestra. No por esto están mal. Quizás no hemos mirado bien las cosas y ellos ven cosas que existen y hasta factores importantes que a nosotros se nos escapan. Para nosotros sería muy cómodo que pensaran como nosotros pensamos y que hagan las cosas como nosotros las hacemos. Pero posiblemente ellos no caen bien en el patrón nuestro. Son como David que no pudo andar bien cuando se vistió con el casco de bronce, la coraza y la espada de Saúl, sino que los echó de sí y fue a pelear con Goliat con una honda y su vara de pastor (1 Sam. 17:38 40). Ser diferente o usar métodos diferentes no por sí está malo. Puede que seamos nosotros los Elías viejos y cómodos y que ellos sean los nuevos Samueles que oyen con más claridad la voz de Dios (1 Sam. 2 3).

Los nuevos son impacientes y, a veces, quieren subir a lo bravo, como Moisés quería librar al pueblo de Israél de la esclavitud a lo bravo, sin esperarle a Dios y hasta mató a un egipcio (Exo. 2:12). Debido a este error, tuvo que abandonar al pueblo de Dios por unos cuarenta años. Entonces lo encontramos como el tímido Moisés que Dios tiene casi que obligarlo a liberar a su pueblo. ¡Qué impaciencia tienen los nuevos líderes! Sin la preparación necesaria, sin experiencia y sin la madurez, se empeñan de revolcar a la iglesia, virar todas las mesas, tumbar cabezas, y como Roboam, depreciar a los de más experiencia (1 Rey. 12:8). Suben al púlpito solo para insultar al ministro, tirar indirectas y tratar de unir los feligreses en librar una revolución como si fueran unos libradores. Tanta falta que hacen los nuevos líderes y sin embargo, vienen virados como un tiburón cuando ataca su presa. Y al poco tiempo, desaparecen para siempre. Se queman, perdiendo el respeto de la iglesia y como el joven Moisés, tienen que abandonar el liderato, hasta que aprenden a ser mansos (Núm. 12:3).

Una de las tentaciones más fuertes que les pasa a los líderes nuevos es de hacerse portavoz de un grupo de murmuradores en la iglesia y nutrir a este grupo como un partido personal para apoyar la candidatura de uno para posiciones de poder. Es la tentación de usar los problemas de la iglesia para elevarse, así como Absalón se sentaba en la puerta de la ciudad para sembrar la rebelión en Israel (2 Sam. 15:1 6). El liderato de Absalón no fue ganado sino robado. Todo lo hacía por aumentar sus seguidores y murió en su conspiración. Muchas veces, la horca que preparamos para otro nos toca a nosotros. Si hay problemas en la iglesia, vamos a ser honestos, abiertos e imparciales, y por amor a la iglesia, cooperamos para el bien de todos. Observa el comportamiento de Natán que fue donde David y lo amonestó en vez de usar el pecado de David para elevar su posición. Natán logró el arrepentimiento de David y el bien para Dios y su pueblo (2 Sam. 12:13).

Hermanos, si somos líderes responsables, debemos preparar a nuestra gente. Debemos instruirlos tanto en grupo como individual. Debemos ser muy sensitivos con ellos, fomentando la comunicación y tratando de orientarlos hacia a un pensamiento y esperanza más realista en cuanto a la iglesia. Debemos darles la oportunidad de fracasar porque en el fracaso está el aprendizaje y el progreso. Pero al mismo tiempo, nuestro respeto, como el de la iglesia, es algo que ellos tienen que ganar (1 Tim. 3:13) y deben entender que serán responsables por sus errores, los cuales puedan limitar sus futuras oportunidades. Y cuando hacen algo bien hecho, merecen nuestra sincera felicitación y confianza. ¡Que decidan ellos si quieren ser utensilios para honra, santificados, útiles al Señor, dispuestos para toda buena obra, o si quieren ser instrumentos de contención y deshonra (2 Tim. 2:20 21)!

¡Qué aburrida la iglesia sin el vigor y el entusiasmo de los nuevos! Pero sin entrenamiento y un seguimiento adecuado, sólo habrán problemas, luchas por el poder y resentimientos. Prepararlos es una verdadera prueba de nuestra capacidad como líderes. Si podemos criarlos y levantarlos, somos fuertes de verdad.

OJOS INFIELES
¿Dónde se reune la iglesia de Cristo?