EL QUE SE PARA EN EL PULPITO

por Elmer N. Dunlap Rouse

Cuando vemos a una persona que se para en el púlpito, ¿Qué vemos? ¿Qué pensamos del que nos ministra la palabra de Dios? ¿Representa dicha persona la causa y la misión más importante conocida por el hombre? Vamos a juzgarlo usando diez reglas.

1. Tiene la habilidad de identificarse con la gente. Es una persona amistosa que siempre está dispuesto a establecer nuevas amistades. No es altivo, ni sensacional, ni profesional, sino amigable.

2. Tiene una personalidad Agradable. Se viste bien y es cuidadoso de su persona. La gente se siente cómoda en su presencia tiene gracia. Es sano y uno se siente elevado por estar en su presencia.

3. Domina las técnicas de predicar: su voz, su articulación y sus gestos. Se oye. Escoge temas vitales e interesantes. Se prepara. Es poderoso en todos sus mensajes, no algunos. Es un profesional en su trabajo y la gente sale del culto felicitándolo por su excelente mensaje.

4. Domina su idioma, usando expresiones escogidas y distinguidas aunque entendibles por la persona más humilde. Demuestra carácter e integridad por la manera de expresarse. Su hablar está a tono con la altura de su mensaje. Evita la repetición de frases y elimina manerismos que distraen.

5. La mención de su nombre conlleva respeto. No tan sólo vive una vida santa, sino que se une a lo que es correcto, tanto que aquellos que no son cristianos lo respetan.

6. Construye una imagen de éxito en todo lo que hace debido a una planificación sabia y unas razones sólidas.

7. Se dedica a la lectura y su biblioteca está repleta de libros, revistas, periódicos.

8. Es positivo y constructivo en sus contestaciones y su punto de vista. Reta los demás a superarse. Cree que está al lado de Dios y que no puede perder.

9. Predica la Biblia, no filosofías e ideas humanas, sino que expone los pensamientos y consejos de Dios.

10. Se dirige a las almas. Construye la iglesia. Edifica con su sermones y gana a los perdidos.

Fue el puritano Thomas Goodwin quien dijo: "Dios no tuvo más que un sólo hijo y lo hizo predicador". Desde el principio hasta el fin, Jesús puso la prédica primero. La gente quedó atónita con sus palabras y su autoridad. Dominaba el arte de predicar, fuera su púlpito el monte de Olivos o la embarcación de Pedro. Todos los ojos se fijaron en el y las multitudes le seguían, pendientes a las palabras de gracia que salían de su boca. Sus palabras no se perdían en el aire sino que eran pan del cielo, martillo que rompía los corazones más endurecidos, medicina que sanaba el espíritu quebrado y pesadilla que perturbaba el sueño de los desobedientes. Su iglesia debe tener prédica que refleje el carácter, la mente y la gloria de su Dueño.

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